viernes, 26 de septiembre de 2014

SAN DIEGO DE ALCALÁ. UN SANTO ANDALUZ COMO MODELO DE CARIDAD EN EL SIGLO XVI.

Maudilio Moreno Almenara
 
San Diego de Alcalá, que aunque nació en la provincia de Sevilla recibió este sobrenombre por fallecer en la ciudad madrileña de Alcalá de Henares, es uno de los principales santos de la orden de observantes menores de San Francisco (franciscanos).
 
Su vida fue portentosa, una constante entrega en cuerpo y alma a los pobres y a la caridad con los más necesitados, un ejemplo ideal para potenciar los postulados del Concilio de Trento, que se celebró en varias sesiones entre 1545 y 1563.
 
 
En el citado concilio, la Santa Iglesia Católica dispuso que para lograr las glorias del Cielo, había que hacer la caridad con los más pobres de la Tierra. El rey Felipe II, aconsejado por los franciscanos, creyó oportuno que hubiese un héroe español, defensor de este magnífico principio, que subiese a los altares para convertirse en el santo por excelencia de la Caridad en la Modernidad. No en vano, fue el propio rey quien impulsó, merced a sus buenas relaciones con el papado, la canonización del fraile franciscano por el papa Sixto V, celebrándose en Alcalá de Henares la festividad posterior. Un dibujo de Wyngaerde nos muestra cómo era la ciudad alcalaína entonces (KAGAN, 1986).
 
 
La canonización tuvo lugar en Roma el día 2 de Julio de 1588. Al año siguiente, el día 10 de abril de 1589 se hizo la fiesta y ceremonial de la canonización en Alcalá de Henares (SUÁREZ, 2008, 362). El propio monarca asistió en persona a esta celebración por la canonización del franciscano lego.[1] El soberano más poderoso de la Tierra, se postraba así ante el “humilde cocinero”, demostrando que los reyes de este Mundo han  de ser los primeros en ganarse las glorias del Cielo.
 
 
 
Su hijo Felipe III y en especial su esposa, la reina Doña Margarita de Austria fueron fervorosos devotos del santo sevillano. Fue así como se convirtió en el santo más importante de Madrid y la corte, mientras la ciudad de Alcalá gozaba de un importante papel en la espiritualidad madrileña, de tal modo que pasó de llamarse San Diego de San Nicolás (por San Nicolás del Puerto (Sevilla)[2] y como fue conocido en su tiempo) a San Diego de Alcalá. 
 
 
San Diego fue el único santo español merecedor de esta exclusiva dignidad por su vida ejemplar canonizado en el siglo XVI. Nació el santo hacia el año 1400 en San Nicolás del Puerto (Sevilla), como hemos dicho. De su vida, especialmente de su niñez tenemos pocos datos. Es sobre todo a partir del momento en que toma los hábitos franciscanos cuando su principal biógrafo, D. Francisco Peña,[3] nos narra su vida y milagros. Siendo joven se hizo ermitaño tanto en su localidad natal como en la ermita de la Albaida del Aljarafe (Sevilla), En el convento de San Francisco de la Arruzafa de Córdoba debió tomar los hábitos, permaneciendo en él varios años formándose en la vida monacal y como lego. Desde allí comenzó a predicar y a practicar la caridad, trasladándose a diferentes pueblos de las provincias de Córdoba, Sevilla y Cádiz.    
 
 

 
En 1441 fue enviado primero como misionero a la isla de Lanzarote y algo más tarde como guardián a la de Fuerteventura en las Canarias. Allí permaneció cinco años en el convento de San Buenaventura hasta que en el año 1449 volvió a la Península, en concreto a Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). Al año siguiente viajó a Roma con motivo del jubileo del Papa Nicolás V y la canonización de San Bernardino de Siena (SUÁREZ, 2008, 360-361). En la Ciudad Eterna se produjo en ese tiempo una epidemia de peste, asistiendo como enfermero en diferentes hospitales improvisados. 
A su vuelta a España, pasó por diferentes conventos castellanos hasta que en 1456 recaló en Alcalá de Henares (Madrid), en el recién fundado convento de Santa María de Jesús, donde murió en olor de santidad el 12 de noviembre de 1463 (IBID., 2008, 362). En vida fue admirado por los franciscanos, que veían en él un ejemplo de virtud y entrega a los demás. Un orgullo para la orden de menores que se vanagloriaba de que hubiese tomado el hábito de San Francisco, momento que recoge esta pintura. Ellos mismos se encargaron de difundir su fama y sus milagros.
 
 
También el rey Felipe II fue esencial en este proceso de canonización, tras la milagrosa curación, por intercesión de Fray Diego, de su hijo el príncipe Carlos. El documento redactado en la Curia Vaticana y firmado por el Papa Sixto V como bula de canonización resume, con singular maestría el espíritu del santo:
El Todopoderoso Dios, en el siglo pasado, muy vecino y cercano a la memoria de los nuestros, de la humilde familia de los frailes menores, eligió al humilde y bienaventurado Diego, nacido en España, no excelente en doctrina, sino “idiota” y en la santa religión por su profesión lego..., mostrándole claramente que lo que es menos sabio de Dios, es más sabio que todos los hombres, y lo más enfermo y flaco, más fuerte que todos los hombres...Dios, que hace sólo grandes maravillas, a éste su siervo pequeñito y abandonado, con sus celestiales dones de tal manera adornó y con tanto fuego del Espíritu Santo le encendió, dándole su mano para hacer tales y tantas señales y prodigios así en vida como después de muerto, que no sólo esclareció con ellos los reinos de España, sino aún los extraños, por donde su nombre es divulgado con grande gloria y honra suya... Determinamos y decretamos que el bienaventurado fray Diego de San Nicolás, de la provincia de la Andalucía española, debe ser inscrito en el número y catálogo de los santos confesores, como por la presente declaramos y escribimos; y mandamos que de todos sea honrado, venerado y tenido por santo.”[4]
 
 
Por su mediación se produjeron diferentes milagros. El más famoso y el que ha servido para su representación habitual es el denominado “Milagro de las rosas”.
San Diego era el encargado de la cocina del convento en el que se encontraba. Habitualmente “distraía” viandas de la despensa para regalarlas a escondidas a los pobres. Enterado del asunto el guardián del convento, que veía cómo decrecía el ya escaso almacén de alimentos del cenobio, se dispuso a vigilar al hermano Diego para comprobar lo que sospechaba. Fue así como sorprendió a Diego ocultando algo en su regazo, que rápidamente supuso que eran alimentos para los pobres. Creyendo haber pillado al fraile, le requirió que bajase el doblez de su hábito para ver lo que escondía. En ese momento y al descubrir lo que ocultaba, los alimentos que llevaba a los pobres se habían convertido en rosas, cuando no era tiempo de que aquellas plantas floreciesen. El prodigio fue tan celebrado, y tan estimada la caridad de Diego por el mismísimo Dios, que se obró el milagro y su acción fue protegida por Cristo, al que tanta devoción tenía, con una cruz que solía portar hecha con dos simples palos.  
 
 
Igualmente y como ya hemos señalado, por su enorme devoción a la Santa Cruz se le representa a menudo abrazado al Santo Leño, o entregándolo al Niño Jesús, como señal de Amor por la Humanidad y aceptación de su papel como Redentor. 
 

 
Su cuerpo se mantuvo en el convento de San Diego de la ciudad alcalaína hasta que el edificio fue demolido. Pasando entonces a la Magistral de Alcalá, donde hoy descansa en una urna de plata. La capilla tiene en su honor un lienzo con el santo abrazado a la cruz y en el regazo las rosas del milagro, y sobre él otro con dos franciscanos arrodillados ante la Santísima Virgen, recordando el inmenso y secular fervor franciscano hacia la Madre de Cristo. 
 

 
Precisamente por haber sido el único santo español canonizado en el siglo XVI, en la centuria siguiente es raro el artista español de esa época que no tuvo que tratar el tema de su iconografía, bien haciendo un cuadro o bien una escultura. El aval de los reyes supuso, además, un impulso fundamental en la proyección de su figura como santo. Es así como encontramos a San Diego retratado por pintores tan destacados como Ribera, Murillo o Zurbarán, y escultores tan importantes como Gregorio Fernández o Alonso Cano, que para Andújar hizo la portada del primer libro de Historia dedicado a nuestra ciudad, escrito por D. Antonio Terrones Robles y para el convento de San Diego de Alcalá de Henares el diseño del retablo que presidió su iglesia (AGULLÓ, 2003, 13). 
 


 
Fue esta proyección tan intensa, que rápidamente se solicitaron reliquias del santo, y aunque su cuerpo se mantiene casi completo en Alcalá de Henares, existen algunas reliquias suyas en varios conventos de dicha ciudad y un trozo de hueso de una pierna en Córdoba. Esta última reliquia primero estuvo tres años en San Francisco del Monte (Adamuz), pasando en 1599 a San Francisco de la Arruzafa (Córdoba) y de allí pasó al convento de Santa Isabel donde se conserva (FROCHOSO, 2012, 108-111).  
     

 
En el año 2005 y reivindicando la memoria de su tradicional sede, la Cofradía de la Santa Vera Cruz de Andújar instaló un azulejo conmemorativo en la actual Plaza Rivas Sabater, en este lugar estuvo el claustro de San Francisco tal y como muestra esta antigua fotografía.
 

 
En dicho convento hubo una capilla regentada por la cofradía de San Diego, que nació muy a finales del siglo XVI. Esta capilla a partir de 1633 albergó la imagen de la Pura y Limpia que perteneció a la cofradía de San Diego. Tras la desamortización, en 1835, fue la Cofradía de la Santa Vera Cruz la que pasó a esta capilla, que contaba con un camarín barroco. Allí, en ese espacio puro y limpio, ancianos de Andújar aún recuerdan las imágenes de la Vera Cruz antes de la Guerra Civil.
En este año 2014, y con motivo del 450 aniversario del inicio de la construcción de dicho convento, la cofradía ha recibido la donación de una pequeña reliquia de San Diego de Alcalá en su cápsula de plata, que se ha instalado en el centro de la cruz de maguilla, que a partir de ahora recibirá en su honor el nombre de Cruz de San Diego.
 

 
Un emblema de la secular caridad practicada por la Vera Cruz en su pueblo natal: Andújar, y sobre la que ya avanzamos algunos antecedentes de los siglos XVI al XVIII en nuestro último boletín Lignum Crucis (MORENO, 2014, 27-30).
 

 
De este modo, seguimos recuperando la memoria del antiguo convento de San Francisco de Andújar en nosotros, conscientes de ser la única huella que pervive de aquel espacio sacro legendario.
BIBLIOGRAFÍA.
 
AGULLÓ y COBO, M. (2003): “El Convento de San Diego de Alcalá”, Cuadernos de Arte e Iconografía, Tomo 12, nº 23, pp. 3-76.
FROCHOSO SÁNCHEZ, R. (2012): Los conventos de S. Zoilo Armilatense y San Francisco del Monte de Adamuz. Misceláneas sobre San Francisco de la Arrizafa de Córdoba, Córdoba.  
KAGAN, R. L. (coord.) (1986): Ciudades del Siglos de Oro. Las vistas españolas de Antón Van den Wyngaerde. Madrid.
MORENO ALMENARA, M. (2014): “Obras de caridad de la cofradía de la Santa Vera Cruz de Andújar: La asistencia a ajusticiados y a los encarcelados”, Boletín Lignum Crucis nº 17, pp. 27-30.
SUÁREZ QUEVEDO, D. (2008): “Del pincel a la gubia” en El Culto a los santos: cofradías, devoción, fiesta y arte, pp. 359-376.



[1] Los legos eran los frailes que no estaban ordenados como sacerdotes. En la mayoría de las órdenes ostentaban los cargos más bajos, aunque en la orden franciscana podían ser designados a los más altos cargos, pues la humildad es santo y seña de los observantes menores de San Francisco. 
[2] Éste fue su lugar de nacimiento que sería hacia el año 1400.
[3] Fue abogado y promotor en Roma de la causa de su canonización.
[4] Obtenido de Catholic.net. Diego de Alcalá. Santo. Autor: Andrés Avelino Esteban Romero.

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