viernes, 20 de marzo de 2015

TRA LA HUELLA FRANCISCANA. LOS CAPUCHINOS EN ANDÚJAR

                                                                       Maudilio Moreno Almenara

 
En Andújar existieron en el siglo XVII dos arrabales o barrios principales fuera del recinto amurallado: el de San Bartolomé, que fue el primero y que surgió en torno a su iglesia parroquial, y el de San Lázaro, después denominado de Capuchinos, que nació en torno al antiguo camino real[1] y que a su paso por la ciudad recibió el nombre de Corredera de San Lázaro o de Capuchinos, como en el otro extremo subsiste la Corredera de San Bartolomé. Si bien es cierto que el origen de este arrabal de San Lázaro estuvo en dos templos religiosos: la ermita de San Lázaro y la de San Roque, no cabe duda que la construcción del convento de Capuchinos sobre esta última fue la que le otorgó su personalidad definitiva. En esta primera fotografía vemos una calle amplísima, que en realidad era el antiguo camino real que comunicaba Madrid con Sevilla, y al fondo, actuando como tapón urbano de este camino principal, el convento. Junto a él la Puerta de Madrid o Arco de Capuchinos, construido por el rey Carlos III.



Era el arrabal de Capuchinos un espacio marcado por el tránsito, de ahí nombres tan característicos como la calle y altozano mesones, ya que en ella estaban los lugares donde los constantes viajeros que circulaban por este barrio sin entrar en la ciudad amurallada, hacían parada para comer. También era un espacio dominado por las huertas, para abasto tanto de la ciudad como de los viajeros. Nada que ver con el resto de la población.
Era éste pues, el barrio de entrada a la ciudad, el espacio que acogía y daba servicio a los forasteros y en el que también vivían personas de diferentes razas que no tenían cabida en la propia ciudad, como evidencias nombres del callejero como Gitanos o calle de los Negros, etc. Otros nombres como la calle notarios,[2] ballesteros, etc. nos remiten a la ubicación en estas calles de los gremios medievales y que alcanzaron a sobrevivir en la época moderna. La calle nueva, llamada así por ser de relativa reciente creación, marcaba el límite del barrio por el sureste, al igual que el antiguo convento de Trinitarios y el desamortizado de San Eufrasio también suponía otro límite urbano por el nordeste. El resto eran huertas, salvo el espacio ocupado por el caserío que circundaba el camino, que realmente no era sino una alineación de casas en torno a la vía de tránsito principal hasta conectar con el antiguo convento de Capuchinos. 



El templo capuchino aún se conserva aunque muy transformado, especialmente desgraciada ha sido su última reforma, impropia de estos tiempos en los que priman la recuperación de edificios históricos. El espíritu franciscano, y sobre todo el capuchino, casi minimalista, fue el rasgo principal de su antigua fisonomía. La fachada, muy sencilla pero con el gracejo propio del barroco, contaba[3] con una espadaña de doble cuerpo y un alero muy de estilo cordobés, por la simulación en ladrillo de los merlones dentados de la mezquita. El frente, presidido por su portada rematada por ventanal central, está enmarcada por los escudos de los patronos de la construcción, perteneciente a la familia Pérez de Vargas y Serrano. La fachada, hoy, picada y pintada en blanco, tuvo en su día una simulación de despiece en piedra que seguro le proporcionó una policromía muy atractiva en tonos anaranjados y amarillos.


 
Todo ello, debido a su posición en un lugar de transición entre la ciudad y el campo, se complementó con una arboleda, que configuró un agradable paseo hacia los ruedos de la ciudad. No existían por aquel entonces barriadas como las de la Virgen de la Cabeza, Plaza de Toros, San Eufrasio y menos aún “el Polígono”. Toda esta expansión urbana se produjo tras la Guerra Civil de 1936. Antes de la contienda, áreas como la barriada de la Virgen de la Cabeza eran conocidas como la Huerta de Maroto.  

 
 
No cabe duda que esta imagen proporcionó una estampa fresca y muy atractiva para el paseo, muy alejada de su posterior devenir urbanístico. A los años 70 del pasado siglo llegó la iglesia ya con una impronta muy distinta, empeorada sin duda, fría y distante del aire barroco que tuvo antaño. Ya aparecía acosado este templo casi campestre por la presión urbana, se había dispuesto, delante de la fachada un antiestético pórtico, además de antenas de televisión y se había encalado toda la fachada polícroma. Igualmente se había perdido casi toda la antigua tapia almenada con su portón moldurado rematado con frontón. Un auténtico sacrificio a los “locos años sesenta”. En este decrépito estado, duro y desprovisto ya de su anterior estética, tan matizada por el verde frescor y la sombra, de algo tan intrínseco a un convento de transición entre lo urbano y lo rural, llegó el templo capuchino a nuestra niñez. Ese aire tan tradicionalmente cordobés, dejó paso a la modernidad, al mismo tiempo que se renovaban los vehículos que transitaban por la vía que le había visto crecer.   



Posteriormente se demolió la espadaña, según José Domínguez Cubero único probable resto de la anterior ermita de San Roque (DOMÍNGUEZ, 1985, 115). Más desafortunadas aún fueron las actuaciones en el interior. Existe una fotografía anterior a la Guerra Civil en la que se observa que la cúpula estaba decorada con pinturas, hoy ya perdidas o cubiertas. Asimismo, se aprecia el retablo mayor, decorado con pinturas que se conservaron tras la contienda, en concreto hasta la gran reforma realizada entre finales de la década de los sesenta y comienzos de los setenta del pasado siglo, cuando fueron vendidas.
Fue comentario del barrio la venta de estos cuadros y la posterior renovación de todo el interior, pero no pasó de ahí. Fue sustituido el retablo del presbiterio por una gran figura de medio relieve de nuestro afamado escultor González Orea, proporcionando ya la estética deseada por algunos párrocos que al parecer denostaban la impronta de los presbiterios en los que habían rezado ellos, sus padres y sus abuelos. Otros templos, como el medieval de San Bartolomé, tampoco se libraron de ornar sus presbiterios con obras del prolífico escultor, en un contraste, que no solo chirría, es que daña la vista de cualquier persona con la mínima sensibilidad artística. Independientemente de su valía, que no cuestionamos, no parece que sean estos vetustos espacios el marco adecuado para su obra, tan personal y contemporánea.



Como podemos observar en esta vieja fotografía presidía aún el altar mayor la antigua imagen de la Divina Pastora, con su camarín y unas gradas centrales. El retablo se ve que estaba conformado mayoritariamente por lienzos dedicados a la Santísima Virgen. Remataban dos escudos enmarcando un gran cuadro con Cristo Crucificado. Este retablo se hizo poco después de mediado el siglo XVII (PALOMINO, 2003, 258). El pintor Antonio Palomino dijo que su colega profesional Antonio García Reinoso, al que se atribuye la bóveda de la sacristía de San Miguel: “Hizo un gran cuadro para la iglesia de los padres capuchinos de la ciudad de Andújar, que ocupa todo el testero de la capilla mayor, con un gran pedazo de gloria, donde está la Santísima Trinidad, Santa María, nuestro padre San Francisco, San Ildefonso, y el glorioso patriarca San José, todo acompañado de ángeles y serafines. Y en la parte inferior San Miguel, San Jorge armados, y en medio un gallardo tarjetón, donde están las armas de los patronos, que cierto es un bellísimo cuadro, y que habiéndolo visto Sebastián Martínez y fray Manuel de Molina (ambos grandes pintores) lo celebraron mucho” (DOMÍNGUEZ, 1985, 115). Este cuadro debió ser eliminado del retablo cuando se trajo la antigua imagen de la Divina Pastora y se hizo su camarín, pasando posiblemente a otras dependencias de la iglesia. Ello nos invita a pensar que todo el conjunto pictórico lo hizo este afamado pintor cordobés.  



En una fotografía de los años sesenta del pasado siglo aún se apreciaba el antiguo retablo con sus pinturas, sin duda de gran calidad como se advierte en la instantánea. Otro expolio más que no cabe atribuir a la Guerra Civil.



En cuanto a las cofradías que existían en la parroquia, fueron que sepamos dos: la de la Virgen de los Dolores,[4] que tuvo una imagen particular donada por el testamento de Dª Catalina de Lara en el año 1805 (PALOMINO, 2003, 263) y la excelsa Pastora de las Almas, que vemos aquí en una fotografía que creemos tomada desde el interior de la puerta principal de la capilla de las Trinitarias, hoy cegada.  



Ambas cofradías subsisten en la actualidad aunque con imágenes distintas a las de fundación, pues fueron destruidas en la Guerra Civil.
El convento ya llegó mermado en su contenido al siglo XX. En el archivo de la Real Academia de San Fernando de Madrid se conserva el inventario de cuadros que se hizo de dicho convento con motivo de la desamortización de 1835. En él se mencionan los siguientes:
 

“En el convto de Capuchinos.

Entrada en el claustro

Un Cuadro grande con Sn. Fco y la muerte.

En el Claustro

Veinte cuadros de la vida de Sn Franco

En la Yglesia

Un cuadro con Sn Cristobal

Otro id. de la Purísima Concepción

Otro id. del Benerable Binis

Otro. id. del Beato fundador

Otro id. de Sn Ramon

Otro id. de Sta. Catalina

Otros dos id. de la orden

Coro alto

Tres cuadros de la vida de la Virgen[5]

Todos estos cuadros fueron retirados del convento hacia 1841 con el objetivo de que conformasen el Museo Provincial de Jaén, aunque la realidad es que la mayoría nunca llegaron. Llamamos la atención sobre los veinte cuadros del claustro, que fueron de gran formato y compusieron una serie completa, es decir, fueron realizados por un mismo pintor, versando todo el ciclo sobre la vida de San Francisco de Asís. Muchos de estos cuadros retirados de conventos de la provincia desaparecieron con el tiempo en manos de particulares u otras instituciones. Sin embargo, sí que se conservan aún dos cuadros de gran formato de la vida de San Francisco en el Museo Provincial de Jaén, que se consideran parte de un ciclo mayor, y cuya procedencia consideramos es este convento de Capuchinos. Nos referimos al cuadro titulado tentaciones de San Francisco:  



Y el del ángel músico con San Francisco.

 
Ambos lienzos se deben al pintor cordobés Antonio María Monroy, y son de la segunda mitad del siglo XVIII. Existe otro registro de veintiún cuadros de la vida de San Francisco, del convento de los carmelitas de Úbeda (EISMAN, 1990, 144). Nos parece una anotación extraña, puesto que este ciclo no es propio de los carmelitas. Y favorece la opinión de que estos dos cuadros de escuela cordobesa encajen mejor con el convento de capuchinos de Andújar el hecho de que, cuanto menos, los merlones de su fachada remitan a su mezquita-catedral y el trabajo efectuado por Reinoso, que aprendió su oficio en la provincia de Córdoba. Para el convento de los carmelitas de Úbeda, se sabe que trabajaron preferentemente artistas granadinos, como José de Mora que realizó una imagen de Jesús Caído.
Igualmente se conserva una novena de la Venerable Orden Tercera Capuchina del año 1893, que demuestra que no sólo existió esta Orden Tercera en la iglesia de San Francisco de Asís, cuyo origen está en el siglo XVII, sino que también hubo otra, al menos desde el siglo XIX en los Capuchinos. Posiblemente desapareciese poco después de que los padres de San Vicente de Paúl se hiciesen cargo del antiguo convento franciscano, aunque nada concreto sabemos al respecto.

           
 Un hecho curioso es que el abuelo del religioso terciario capuchino Pablo Martínez Rojas fue hermano de la Cofradía de la Santa Vera Cruz. Su nombre Bernardino Martínez Gómez, que estuvo en la Junta de Gobierno de la Cofradía a partir del año 1868 hasta que alcanzó el cargo de Hermano Mayor, suponemos que ya casi anciano, en el año 1892. El religioso Pablo Martínez Rojas tomó el nombre de Fray Bernardino de Andújar y profesó a partir del año 1915 en la Congregación de Religiosos Terciarios Capuchinos de Nuestra Señora de los Dolores.


 
Nació en Andújar el 28 de enero de 1879 y fue fusilado en Valencia en el año 1936, cuando contaba con 57 años. Fue beatificado por el papa Juan Pablo II el 11 de marzo de 2001. Era un gran devoto de San Francisco y de la Virgen de los Dolores, el amor hacia esta advocación seguro que la aprendió de su abuelo, pudiendo participar en la estación de penitencia de nuestra cofradía durante su niñez (su abuelo fue hermano mayor cuando él tenía 13 años). Fue a esta imagen a la que seguro rezó y aprendió a amar en el antiguo convento de San Francisco. Tanto, como para consagrar su vida a Cristo y a su Santísima Madre.
    

Como hemos podido comprobar la Historia de este convento, en el que vivieron un tiempo tanto Fray Isidoro de Sevilla como Fray Diego de Cádiz es riquísima como hemos visto, una muestra más de la honda huella franciscana de Andújar.  

 
BIBLIOGRAFÍA.

DOMÍNGUEZ CUBERO, J. (1985): Monumentalidad religiosa de Andújar en la Modernidad, Jaén. 

EISMAN LASAGA, C. (1990): “La desamortización de los conventos en la provincia de Jaén durante el periodo revolucionario”, Boletín del Instituto de Estudios Giennenses nº 142, 129-146

PALOMINO LEÓN, J. (2003): Ermitas, Capillas y Oratorios de Andújar y su término, Jaén.



[1] El Camino Real es la base de trazado de la posterior Carretera Nacional IV, hoy Autovía de Andalucía. Hasta finales del siglo pasado, en que se hizo la variante, todo el tráfico rodado de este eje arterial de Andalucía pasaba por la actual Corredera de Capuchinos. Quienes hemos nacido en esta calle sabemos de sobra de esta circunstancia y de todo lo que suponía para la ciudad, tanto a nivel positivo (ventas, tiendas de recuerdos, restaurantes, etc.), como negativo (peligro para los habitantes del barrio, ruido, tráfico constante, etc.). 
[2] La calle 22 de Julio actual era la antigua calle de la Audiencia, porque en ella se encontraban la audiencia, es decir el edificio judicial de Andújar. En sus proximidades, es lógico por tanto, que existiese la calle notarios.
[3] Fotografías Archivo General de la Administración, andujar historica blogspot.com, Jesús A. Palomino León...
[4] Esta imagen con el tiempo sirvió para fundar la cofradía que hoy persevera con el grupo escultórico de la Oración en el Huerto, aunque antes de la Guerra Civil este pasaje de la Pasión conformaba una de las escuadras de la Cofradía de la Humildad de las Mínimas.
[5] Archivo de la Real Academia de San Fernando de Madrid, 48- 7/2.

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