jueves, 29 de diciembre de 2016

VII EXALTACIÓN DE LA NAVIDAD

Escrita y procalamada por don Francisco José Moreno Almenara
para la Cofradía de Ntro. Padre Jesús Nazareno
y Ntra. Sra. de la Estrella 
 
y pronunciada, en la noche del 17 de diciembre de 2016
en el Salón Parroquial de Ntra. Sra. de la Paz,
de Marmolejo (Jaén)
 


Mirad cómo tiene frio,
mirad cómo rompe en llanto
y cómo busca cobijo
en el maternal regazo
este Niño de Dios Hijo
despojado de su rango,
que así viene a redimirnos
y a morir crucificado
por librarnos del estigma
del primigenio pecado.
Mirad cómo en este Niño
lo divino se hace humano.
 

Reverendo Sr. Cura Párroco D. Miguel Ángel  Jurado Arroyo, Señora Presidenta de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno y Virgen de la Estrella Dª Josefina Centeno Galera y demás miembros de la Junta de Gobierno de la Hermandad, hermanos y amigos todos.
 
 
Gracias en primer lugar a nuestro Párroco D. Miguel Ángel, por su paciencia y por estar siempre que lo necesito. Gracias también a Josefina y a su Junta de Gobierno por la confianza que han depositado en mí para que se a exaltador de esta Navidad, gracias a Manolo Almansa por su presentación y por supuesto gracias a todos vosotros, familiares y amigos que hoy me acompañáis.
 
 
Navidad, tiempo de sosiego, de tranquilidad del alma, son días de reflexión, de conocernos más y mejor a nosotros mismos.
Navidad es festejar el nacimiento y la llegada de Jesús a la tierra, el día en que nació, nació una esperanza para el mundo entero.
            La alegría de los adornos y de los regalos  esconde  el misterio de la humildad de Dios que nos invita  a la calma y a la sencillez. Roguemos al Señor a que nos ayude a atravesar con la mirada   las paredes deslumbrantes de este tiempo hasta encontrar detrás de ellas al Niño en el establo de Belén, para descubrir así la verdadera alegría y la verdadera luz.
Navidad no es la celebración de una fecha, sino la de un hecho, el nacimiento del Salvador, evento absolutamente decisivo en la historia de la humanidad.
            Este hecho fue de tal magnitud que todo el cielo lo celebró como nos dice San Lucas 2, 13-14 “De pronto en torno al ángel, apareció una legión del ejercito celestial que alababa a Dios diciendo: <<Gloria a Dios en el Cielo, y en la tierra Paz a los hombres de buena voluntad>>”.
            El Nacimiento de Cristo no fue el nacimiento ordinario de un hombre ordinario. Fue el nacimiento de la persona más extraordinaria de la historia, un hijo nacido de una virgen por medio de la concepción divina sin tener un padre humano.
            El nacimiento de Jesucristo fue la encarnación de Dios mismo, es decir, el mismo Dios se hace hombre.
 
            El nacimiento de un niño no sólo es alegría de sus padres y de su familia, sino también de la Iglesia. Jesús sentía predilección por los niños y solía rodearse de ellos. A la gente y a sus discípulos les señalaba a ellos como modelos para entrar en el reino de los cielos.
            Pero sobre todo es alegría para la Iglesia porque ellos son el futuro, la esperanza que sigue floreciendo.
            El niño que contemplamos en el nacimiento es el mismo hombre adulto que años más tarde comenzará a anunciar la palabra de Dios, devolverá la vista a los ciegos e incluso resucitará a los muertos.     
            La Navidad se prepara en cada casa, en la parroquia, en cada rincón del mundo. 
Una de las cosas más entrañable en Navidad es la de poner el nacimiento o Belén con las diversas figuras que lo conforman. Esta tradición  empezó en el Siglo XIII cuando a San Francisco de Asís se le ocurre la idea de escenificar el nacimiento de Nuestro Señor con figuras vivas, llevando a cabo tal representación por primera vez en el año 1223 en una aldea de Italia –Greccio-.
Es en el Siglo XIV cuando los franciscanos difunden esta tradición por España, aunque en un principio el Belén quedó restringido exclusivamente  a los conventos.
Poco a poco, esta tradición fue penetrando  de manera admirable en el mundo cristiano hasta llegar a nuestros días.
De manera especial se vive este montaje de Belenes en Marmolejo, donde es tradición desde hace mucho tiempo empezar a hacerlos  en el puente de la Inmaculada.
Recuerdo la primera Navidad que yo pasé aquí en nuestro pueblo, fue en 1985, me sorprendió gratamente ver los nacimientos tan grandes, con figuras de barro y con casas y puentes hechos de manera artesanal y que con tanto detalle ponían nuestros paisanos, los que más me sorprendieron fueron los de nuestro sacerdote “Manu”, el de Sebas, o el del primo Marcelino, tradición que en este último caso continua en su hijo Antonio Javier.
Nada que ver con el que poníamos en mi casa, hecho con serrín y un río de papel de aluminio, y que,  aunque tenía muchas figuras, estas  eran pequeñitas y de plástico.
 
Cuando unos años después, Dolores y yo nos trasladamos a vivir a Marmolejo junto con nuestra hija Sonia,  empezamos poco a poco a formar nuestro propio Belén con  figuras de escayola que pintábamos a mano en  muchas noches de robar horas al sueño, aunque la satisfacción que sentíamos cuando lo veíamos puesto lo compensaba todo. También recuerdo que junto a este Belén ponía el de figuritas de plástico que había en casa de mis padres, ya que siendo pequeño mi hijo Francisco José, este se pasaba muchas horas delante del mismo  jugando con los pastores y los Reyes Magos moviéndolos de un lado a otro, añadiéndole él una gran colección de animales de todo tipo que tenía, no había un día de Navidad en que el Belén estuviese de la misma manera.
Lo cierto  es que nos tiene que dar igual que el Belén sea de plástico, de barro o de escayola, que las figuras sean grandes o pequeñas, que sean artísticos, raros o barrocos …  lo importante es que en cada una de nuestras casas haya uno, que en estas fechas el Niño Jesús esté en nuestros hogares ocupando un lugar privilegiado. El Belén es el mejor catecismo que podemos dar a nuestros pequeños.
Cuando vemos un nacimiento con la Virgen, José y el Niño Jesús, contemplamos a la Sagrada Familia; en ese momento,  todos pensamos en nuestra madre que nos dio a luz, y en nuestro padre. Todos pertenecemos a una  familia humilde que sabe de necesidades y que las cosas se consiguen con esfuerzo. Nuestros padres se preocuparon de mantener la familia y de nuestra educación. En efecto, la misión de los padres no consiste sólo en tener hijos, sino también en educarlos desde su nacimiento y sobre todo educarlos en la fe de Dios.
            Parémonos un rato ante el Misterio, y miremos la cara angelical de ese Niño hijo de Dios, la cara maternal de María como llena de amor mira a su Hijo, y veamos a San José, a ese padre bueno que protege y ama a su familia.
            La Virgen María es modelo incomparable de evangelización, pues no comunicó al mundo una idea, sino al mismo Jesús, el Verbo encarnado.
            Confiemos en la maternal intercesión de María, Madre de Jesús y madre nuestra, para que nos ayude en esta Navidad ya muy cercana a reconocer en el rostro de nuestro prójimo la imagen de Dios hecho hombre, invoquémosla con confianza para que la Iglesia anuncie también a nuestro tiempo a Cristo Salvador.
 
Y confiemos también en la intercesión de San José, carpintero en Nazaret y ejemplo de humildad, obediencia y confianza en Dios, que  aceptó que el hijo que esperaba María era obra del Espíritu Santo, cuidando y amando a ambos hasta su muerte.
NAVIDAD ES ESPERANZA:

            Salmo 62. “Descansa sólo en Dios, alma mía
                                   porque Él es mi esperanza;
                                   sólo Él es mi roca y mi salvación
                                   mi alcázar:  no vacilaré”
La Navidad es un acontecimiento  lleno de esperanza, de gozo y de alegría. El Mesías prometido nació y vivió entre nosotros para traernos salvación y la esperanza de un mundo mejor.
Dios viene a habitar con los hombres, elige la tierra para estar junto a nosotros.
La presencia de Dios en medio de la humanidad no se da en un mundo ideal, sino en este mundo real, marcado por cosas buenas y malas. Él ha elegido habitar en nuestra historia así como es, con todo el peso de sus límites y de sus dramas. Haciéndolo así ha demostrado de forma insuperable su inclinación misericordiosa y llena de amor hacia las criaturas humanas.
            La Navidad es la prueba de que Dios se ha puesto del lado del hombre de una vez y para siempre, para salvarnos de nuestros pecados.
Él sigue con nosotros,  nos llama a seguirle, nos invita a compartir nuestro amor con el que sufre, con el que llora y gime de dolor, con el que está perdido y abandonado, con el que no tiene ninguna posibilidad de esperanza. Debemos proclamar todos los días que nuestra esperanza está en el Señor Jesucristo y en nadie más. Que esa esperanza surge de nuestra fe en Dios todopoderoso y se nutre en la experiencia cotidiana con él y con nuestro prójimo.
            Debemos de tener fe en  la esperanza  de que las promesas de Dios serán cumplidas.
            Todos hemos pasado por momentos en nuestra vida con problemas familiares, médicos o laborales en lo que hemos perdido un poco la Fe y la esperanza en que estos problemas se solucionen.
            Muchas veces buscamos soluciones sin encontrarlas y cuando nos vemos agobiados y sin ilusión buscamos a Dios. Él se convierte en la súplica de nuestro último recurso. Después de haber agotado  todas las otras opciones, vamos a Dios, lo buscamos en la oración y Él siempre está allí, esperando pacientemente como ese Padre bueno que espera a sus hijos. Pero es aquí cuando nos equivocamos, Dios no debe ser nuestro último recurso, debe ser el primero. Debemos ir a Él antes que a nadie, y nuestra esperanza no debe estar en un resultado específico, nuestra esperanza está en Dios propiamente.  Debemos confiar en que Él hará lo que es mejor, y eso puede que no sea lo que nosotros esperamos o deseamos, pero lo que si podemos asegurar siempre es que Dios proveerá su fe para nosotros y que nunca nos decepcionará.
 
NAVIDAD ES AMOR:
Salmo 116       Amo al Señor, por que escucha
                                    mi voz suplicante,
                                    porque inclina su oído hacia mí
                                    el día que lo invoco”

Navidad es compartir el amor que sientes con tus familiares y amigos.
El amor es parte de nuestro ser, que se hace realidad cuando se hace presente.
En Navidad celebramos el regalo más grande dado a la humanidad, el amor de un Padre que entrega a su Hijo para salvarnos a todos.
            Dios mandó a su Hijo con nosotros hace más de dos mil años, y aquí se quedó, Él nos sigue amando, Él con su amor nos regala cada día un día nuevo para olvidar el resentimiento y los agravios, para darnos a los demás y compartir con ellos todo lo que tenemos.
            El camino del amor es dar sin esperar recibir, amar sin expectativas y sin buscar reciprocidad ni compensación.
            Antes he dicho que no hay amor más grande que el del Padre que entrega a su Hijo, pues bien, creo que ese amor los que hoy estáis aquí y sois padres y madres lo conocéis, el amor incondicional que damos a nuestros hijos sin esperar nada a cambio, ese es el mismo amor que Dios nos da a nosotros por ser hijos suyos.
Muchas veces podemos pensar que el motivo que mueve a Dios a hacerse hombre fue el pecado, pero el verdadero motivo fue el amor; no pudo ser el pecado porque de una causa tan horrible como el pecado, no podría brotar un efecto tan extraordinario y generoso como es la Encarnación del Hijo de Dios.
            La causa fue el amor; y la ocasión para que Dios manifestara una vez más ese amor que le desbordaba su corazón fue el pecado de los hombres. Quiso por puro amor y sin estar obligado a nada, salir a la reconquista del hombre, pues Él había venido a salvar a los pecadores.
            No hay nada más hermoso, urgente e importante que volver a dar gratuitamente a los hombres lo que hemos recibido gratuitamente de Dios. ¡EL AMOR¡
 
 
NAVIDAD ES JUSTICIA:

                        Salmo 82         “Proteged al desvalido y al huérfano
                                               haced justicia al humilde y al necesitado.
                                               defended al pobre y al indigente,
                                               sacándolos de la mano del culpable”                                              

            Somos inmensamente afortunados, poseemos un techo que nos protege de la intemperie y de las inclemencias del tiempo, tenemos un sinfín de bendiciones que Dios nos da, y de las que ni nos percatamos, sin embargo olvidamos que en este instante, millones de personas están padeciendo la miseria, el hambre, el frio y la guerra.
En un mundo a menudo duro con el pecador e indulgente con el pecado, es necesario cultivar un fuerte sentido de la justicia, de la búsqueda y de poner en práctica la voluntad de Dios.
            La justicia de Dios es su santidad y su gracia. La justicia de Dios es su misericordia y su benevolencia. La justicia de Dios es su perdón.
            El tiempo de Navidad nos invita a dejar nuestro corazón abierto de par en par a la justicia. Esto es lo que nos dice la Navidad.
            Con Jesús el clamor de justicia se hace grito, porque Él se ha encarnado en todos los desposeídos de este mundo.
Jesús viene a darnos justicia, pero no viene para unos pocos privilegiados, viene para todos, especialmente para los que se sienten mal, para los más necesitados, para los enfermos, para los pobres, para los marginados, para los que se sienten solos y abandonados.
            Dios es justo y hará justicia en nuestra vida, Él se encargará de ayudarnos y de transformar las situaciones injustas que nos haya tocado vivir. No nos resignemos al desánimo porque tenemos a nuestro lado al Juez del mundo. Él estará con nosotros y nos hará justicia.
            Tal vez no podamos erradicar de golpe la injusticia, pero si contribuir para aliviar de alguna manera el sufrimiento de los menos favorecidos.
            Tenemos que obrar con equidad,  justicia, transparencia y honestidad, dejando que aflore nuestra verdadera esencia Divina.
            Si actuamos de esta manera estaremos predicando con nuestro ejemplo y haciendo lo que un día,  hecho hombre, hizo ese Niño al que hoy alabamos.
            Cuando hablamos de justicia, hay que hacer una mención especial tanto para las dos ONG’s de la Iglesia Católica,  Cáritas y Manos Unidas, así como para las vocalías de caridad de nuestras hermandades y cofradías que con un trabajo constante, silencioso y en muchas ocasiones mal visto, colaboran y contribuyen a paliar las necesidades de los más desfavorecidos.
 
 
NAVIDAD ES CATEQUESIS:

Salmo 34    “Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloria en el Señor
que los humildes lo escuchen y alegren.

Jesús nace para darnos la buena nueva, para enseñarnos que hay algo mejor, viene a darnos el Reino de su Padre.
Catequesis es transmisión de Fe, la de nuestro Párroco cuando predica o nos enseña con  la homilía, la de nuestros catequistas que a diario  se esfuerzan en enseñar y preparar a unos niños cada vez más sumergidos en un mundo material, donde priman más los regalos y la diversión que el amor a los demás o el amor a Dios,  o la catequesis que más me gusta a mí, la de los abuelos y abuelas que enseñan oraciones a sus nietos, cantan con ellos villancicos delante del Belén  y que acompañan por primera vez a estos a la Iglesia.
            Aprovechemos estas fechas para enseñar a todos lo que tenemos dentro, para que cómo en una catequesis magistral, abramos nuestro corazón, gritemos a los cuatro vientos nuestra Fe, gritemos que creemos en Jesús, en su venida, y sobre todo en su resurrección.
            Sintámonos orgullosos de decir que somos católicos, y hagamos de la vida de Jesús un ejemplo para guiar nuestra propia vida.
 

NAVIDAD ES ACCIÓN DE GRACIAS:

            Salmo 107       “Dad gracias al Señor
                                    por qué es bueno,
                                    por qué es eterna su misericordia”         
Somos rápidos para hacer nuestras peticiones, pero tardamos en dar gracias  a Dios por sus respuestas; porque Dios siempre responde a nuestras oraciones.
            Normalmente nos acercamos más a Dios para pedirle favores que para darle gracias por sus dones. Cuando nos llegan desgracias, acudimos a Él para pedirle ayuda y también para echarle en cara que nos tengan que suceder esas desgracias a nosotros.
Cuando las cosas nos van bien, no nos acordamos de Dios, no sabemos darle las gracias por estar bien. El mérito es nuestro y no tenemos por qué dar las gracias a nadie.
A pesar de los sinsabores de la vida, tenemos mil motivos para ser agradecidos con Dios, con el vecino, con la familia y con los amigos.
            No seamos como los diez leprosos del Evangelio de San Lucas (17, 11-19), que una vez curados sólo uno que era samaritano alabando a Dios a grandes gritos, se echó por tierra a los pies de Jesús dándole las gracias, preguntándose Jesús que si los diez habían quedado limpios, ¿cómo sólo uno volvió para dar gloria a Dios?
El caso es que ser agradecidos es importante, serlo en las cosas pequeñas, en casa, en el trabajo o entre amigos y también serlo en las cosas grandes, cuando hemos pedido ayuda y alguien nos ha sacado de una dificultad grave.
            Es muy importante ser agradecidos porque eso nos hace la vida más amable. Más  amable para quien recibe el agradecimiento porque se  siente apreciado y reconocido, y más amable para quién agradece, porque así reconocemos la importancia que tienen los demás en nuestra vida, y sentimos la alegría de poder contar con ellos.
            Pero sobre todo,  tenemos que ser agradecidos con Dios. Bien sabemos que Él es nuestro Padre y que somos fruto de su amor, pero a veces no nos acordamos, no le decimos que nos sentimos felices porque Él está con nosotros y nos acompaña siempre y nos da fuerzas para seguir adelante.
Tenemos que dar gracias por todas las bendiciones recibidas, por todo el amor que nos fue entregado y podemos sentir y expresar.
Gracias por nuestras familias y nuestros amigos.
Gracias por el don de la vida,  que Él nos dio y sólo Él nos quitará para llevarnos a su lado.
Gracias por su perdón, por su misericordia y por su protección.
Gracias por su amor y su verdad, por fortalecernos.
Gracias por la Eucaristía que es un sacrificio de acción de gracias al Padre, una bendición por la cual la Iglesia expresa su reconocimiento a Dios por todos sus beneficios, por todo lo que ha realizado mediante la creación, la redención y la santificación. Eucaristía significa ante todo acción de gracias.
 
Navidad es hacer un esfuerzo para que la paz que tanto cantamos y pronunciamos se haga realidad a partir de nuestro buen trato a los demás durante todos los días del año.
En ese sentido se puede decir que Navidad es cualquier día del año en que alguien se acerca a Dios.
Todavía hay muchas personas en nuestra sociedad que son despojadas de los beneficios que pertenecen a todos, y son excluidas del disfrute de las oportunidades económicas y sociales que en justicia le corresponden.
La Navidad tiene que ser un grito que llama a nuestros corazones para decirnos que eso no está bien, que eso no corresponde a una sociedad de gente que se considera buena y que habla de paz a los hombres y mujeres de buena voluntad, no olvidemos que el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene.
            Navidad eres tú cuando decides nacer de nuevo cada día y dejar entrar a Dios en tu corazón. Navidad eres tú cuando tus virtudes son colores que adornan tu vida. Navidad eres tú cuando iluminas con tu vida el camino de los demás con la bondad, la paciencia, la alegría y la generosidad.       Navidad eres tú cuando mandas al mundo un mensaje de paz y conduces a alguien al encuentro con el Señor. Navidad eres tú cuando das lo mejor que tienes sin importar a quién se lo das. Navidad eres tú cuando perdonas y restableces la paz con tu prójimo, más aún  cuanto más trabajo te cueste perdonar.
Es Navidad, deseemos la paz unos a otros, hagámoslo de corazón. Si lo hacemos de corazón no nos quedaremos sólo en palabras; si nos deseamos sinceramente la paz, cada uno pasará a su tarea pacificadora y nos convertiremos en constructores de la paz y de la justicia que le es inseparable.
Pidamos por cuantos tienen que vivir la Navidad en la pobreza, en el dolor,  en la soledad de la sociedad o  en la soledad de un hospital, por los enfermos y por los familiares que los acompañan; por los  familiares y amigos que viven en otros países o en otras ciudades  lejos de nosotros, para que aparezca ante ellos un rayo de la bondad de Dios, para que les llegue a ellos y a nosotros esa bondad que Dios, con el nacimiento de su Hijo en el establo ha querido traer al mundo.
 
Pidamos a Dios que la violencia sea vencida con la fuerza del amor, que la prepotencia se transforme en deseos de perdón, de justicia y de paz. Que los deseos de paz y amor que nos intercambiamos estos días lleguen a todos los lugares del mundo. Que la paz reine en nuestros corazones y  en nuestras familias para que pasemos la Navidad unidos ante el Belén.
El Niño a quien hace más de dos mil años adoraron los pastores en un pesebre en la noche de Belén, no se cansa de visitarnos en la vida cotidiana, todos los días ocurren milagros aunque nosotros enfrascados en la rutina y en los avatares de la vida diaria no seamos capaces de verlos.
Que importante es ser realmente creyentes. Como creyentes reafirmamos con fuerza en nuestra vida el misterio de la salvación que trae consigo la celebración de la Navidad en Cristo.
En Belén se manifestó al mundo la Luz que ilumina nuestra vida, se nos reveló el Camino que nos lleva a la plenitud de nuestra humanidad.
Los cristianos debemos reafirmar con profunda convicción la verdad del Nacimiento de Cristo para así dar testimonio de nuestra fe.
Una de las cosas a las que nos acerca la Navidad es a nuestra niñez. Todos guardamos en nuestro  corazón recuerdos entrañables de estas fiestas, bonitas sensaciones de nuestra infancia y juventud, Navidades que pasamos con nuestra primera familia, con nuestros padres y hermanos; como de niños ayudados de nuestra madre, adornábamos nuestra casa, como cantábamos ante el portal de Belén, y como al final de la Navidad, esperábamos con gran ilusión, ese único juguete que nos traían los Reyes Magos, único juguete que en muchas ocasiones teníamos que compartir con algún hermano. Sentimientos alegres y también tristes o nostálgicos ahora en nuestra madurez,  y en estos días volvamos a hacernos  niños. Ahora somos nosotros los que con nuestra nueva  familia, la que nosotros  hemos creado, adornamos nuestras casas, ahora somos nosotros los que enseñamos a nuestros hijos.
 
Hay muchas personas que dicen que no les gusta la Navidad porque les falta alguien muy querido. Es verdad que son  muchos  los que ya nos faltan, van quedando muchos huecos en torno a la mesa, pero vienen nuevas generaciones, van naciendo nuevas vidas y creciendo la familia con amigos y nuevos miembros.
 
Ahora más que nunca, recordemos a nuestro padre y a nuestra madre, a nuestros hermanos o a nuestros amigos que nos dejaron de forma prematura para reunirse con el Dios al que alabamos. Sintámonos felices aunque ya no estén a nuestro lado, porque ellos partieron para reunirse y esperarnos en la Casa del Padre. Recordemos los buenos momentos que pasamos junto a ellos, todo lo bueno que compartimos, y especialmente  pongamos en práctica lo mejor que nos enseñaron.
Celebremos de manera especial la Noche Buena, unámonos todos ante el Niño que nace, la Noche Buena es la fiesta de la familia.
Jesús ha nacido, ahora no son José y María los que buscan posada, es el mismo Dios el que la busca…. en nuestros corazones para que seamos fieles imitadores de su vida.
Pongamos manos a la obra y aportemos lo mejor de nosotros mismos para que todos los hombres y mujeres de nuestro mundo se sientan más dignos, amados y respetados. Sólo así nos podremos desear ¡¡¡Feliz Navidad!!!
Gracias.

jueves, 22 de diciembre de 2016

TEMPUS ADVENTI REDENTORIS MUNDI


Juan Carlos Moreno Almenara
Hermano Mayor de Cofradía de la Santa Vera-Cruz, de Andújar
 
  


Se conoce como tiempo de Adviento al primer periodo del año litúrgico cristiano. Es el tiempo en el que recordamos y conmemoramos la primera venida de Cristo y por este recuerdo se dirigen las mentes hacia la expectación de la segunda venida de Cristo al fin de los tiempos.
 
Jesucristo es la luz del mundo que viene a nosotros y nuestro corazón lo busca, lo anhela y lo espera.
 
 
Con la primera venida, Dios Padre lleno de misericordia nos envía a Jesús su Hijo para que libere al ser humano de la esclavitud del pecado, con su pasión y muerte en la cruz.
 
Desde su resurrección y posterior ascensión a los cielos esperamos la “Parusía”, su vuelta, aunque el evangelio nos dice que nadie sabe ni el día ni la hora en la que sucederá.
 
 
Su duración no ha sido siempre la misma, en el cristianismo primitivo era conocido este tiempo como la “cuaresma de San Martín”, comenzaba el 11 de noviembre y duraba hasta Navidad, fue el papa San Gregorio I el Magno (590-604) el que lo redujo de seis a cuatro semanas, tal y como hoy lo celebramos. Actualmente su duración abarca desde la festividad de Cristo Rey, último domingo del año litúrgico, hasta la Natividad del Señor y la integran los cuatro domingos anteriores al día 25 de diciembre.
 

Sigue teniendo todo el contenido espiritual de los primeros tiempos, es tiempo de arrepentimiento y de penitencia, aunque también de esperanza y tenemos la obligación de prepararnos espiritualmente para la celebración del nacimiento de Cristo.

 
Por eso la Iglesia nos urge en este tiempo, que al igual que en estas fechas preparamos la casa, la limpiamos y la adornamos para recibir con alegría al Señor que viene, limpiemos nuestra alma, que es templo del Espíritu Santo por el bautismo, de la suciedad del pecado y llenos de fe pidamos al Dios de la Misericordia mediante la oración que venga de nuevo a nosotros que lo esperamos llenos de esperanza, de amor, de paz, de gozo y  de alegría.
 
Todas la Iglesias Cristianas celebran este acontecimiento aunque cada una con sus ritos litúrgicos propios.
 
 
En la Iglesia Católica Romana su celebración va asociada a la Corona de Adviento hecha de ramas de pino o abeto en cuyo centro se sitúan cuatro velas que se irán encendiendo paulatinamente cada domingo hasta la Navidad. La liturgia al igual que en Cuaresma cambia, el color del Adviento es también el purpura o morado que nos llama a la conversión y a la penitencia, en la misa no se recita el Gloria ni el Aleluya, las lecturas bíblicas versan sobre los profetas Isaías y Jeremías, Juan el Bautista “una voz grita en el desierto…” y María la Madre de Dios. En la primera semana se nos anuncia el final de los tiempos, en la segunda se nos llama a la conversión, la tercera semana es la de la alegría por el Señor que llega y la cuarta se centra en la figura de María la Madre de Dios que es modelo de esperanza para la humanidad entera.
 
La Corona de Adviento es el primer anuncio de la Navidad, tiene forma circular porque el círculo no tiene principio ni fin, es señal del Amor de Dios que es eterno y también de nuestro amor al Señor y al prójimo.
 
Para confeccionarla se usan ramas verdes de árboles de hoja perenne, habitualmente pino, abeto, ciprés, laurel etc., porque verde es el color de la esperanza y la vida, y Dios quiere que busquemos su gracia, el perdón de nuestros pecados y la gloria eterna al final de nuestros días. Se suele adornar con manzanas rojas, frutos de Jardín del Edén y símbolo del pecado de Adán y Eva. Un lazo de color rojo envuelve las ramas formando la corona que simboliza nuestro amor a Dios y el amor que Él nos devuelve.
 
En el centro de la corona se sitúan cuatro velas que se van prendiendo semana a semana en los cuatro domingos de adviento con una oración especial para cada una de ellas. La oscuridad es provocada por el pecado que ciega al hombre y lo aleja de Dios que es la Luz. Las tinieblas se van disipando con cada vela que encendemos. Tradicionalmente tres suelen ser moradas y una rosada que se enciende el tercer domingo de Adviento, llamado de “gaudete” o de la alegría, debido a la primera palabra del introito de la Santa Misa, el color litúrgico de ese día es el rosa como signo de gozo y se invita a los fieles a alegrarse porque el Señor ya está cerca. También suelen utilizarse velas con los colores litúrgicos, verde, rojo, morado y blanco.
 



 
En algunos lugares, todas las velas se sustituyen por velas rojas que simbolizan, la primera el amor, la segunda la paz, la tercera la tolerancia y la cuarta la fe y en la noche de Navidad, en el centro, se coloca una vela blanca o cirio que simboliza a Cristo como centro de todo cuanto existe.
 

 
El segundo anuncio de la Navidad viene simbolizado por el Árbol de Navidad que es el árbol de la vida y del universo que hunde sus raíces en el reino de los muertos y a través de la copa asciende hacia el Reino de los Cielos en cuya cúspide brilla la Estrella de Navidad símbolo de la Luz que es Dios.  Este árbol en Cuaresma se transformará en el  Árbol de la Cruz de la que penderá Cristo para la salvación del mundo. Y en Pascua de Resurrección será el Árbol de Mayo que reverdece a la vida después de haber sido regado con la sangre vivificadora del Salvador.
 
 
 
Varias son las festividades que se conmemoran en este tiempo de Adviento, entre las que destacan dos de marcado carácter hagiográfico dedicadas a San Nicolás de Bari y a Santa Lucía de Siracusa y otras dos de carácter plenamente mariano dedicadas a la Santa Madre de Dios: las de su Pura, Limpia e Inmaculada Concepción y la de la Expectación del Parto.
 
SAN NICOLÁS DE MYRA O DE BARI 
 
San Nicolás nació alrededor del año 270 en Patara provincia romana de Licia (actual Turquía), en el seno de una familia cristiana acomodada, parece ser que su padre pudo ser zapatero, como era normal fue educado en la fe y destacó por su carácter piadoso y generoso, pues a la muerte de sus progenitores repartió su herencia entre los pobres necesitados y se fue a vivir a Myra capital de esa provincia donde fue consagrado obispo, fue un destacado miembro del concilio de Nicea y defensor de la naturaleza divina de Cristo. Murió en Myra el 6 de diciembre de 343, no sin antes realizar diversos milagros entre ellos “el de conseguir que tres muchachas cuyo padre había caído en la más absoluta miseria tuvieran que prostituirse para sobrevivir, dejó caer por la chimenea unas monedas de oro que milagrosamente cayeron en unas medias de lana que las jóvenes habían dejado secando”, de aquí se supone la tradición actual de colgar calcetines tejidos de lana para recibir los regalos de Navidad. Se le atribuye también el milagro de interceder ante Dios por tres niños que habían sido sacrificados por un hostelero que no tenía nada para dar de comer a unos clientes, siendo inmediatamente devueltos a la vida, saliendo ellos mismos por su propio pie  de la cubeta donde estaban muertos.
 
 
Se le representa ya anciano con el cabello y barba blancos, con vestiduras, mitra y báculo de obispo en una mano y en la otra los Evangelios y sobre ellos tres manzanas, a sus pies una cubeta de la que salen tres niños desnudos.
 
Azulejo de San Nicolás de Bari sobre el arco de entrada a la Plaza de abastos desde la Plaza de Rivas Sabater, lugar en el que estuvo emplazado nuestro convento de Franciscanos. Azulejo perdido en la actualidad, como tantos otros bienes de nuestro patrimonio andujareño.
 
No será hasta el siglo XIII, después del traslado de  sus reliquias a Bari en Italia, cuando su devoción se extiende por toda Europa. Ya en el siglo XV existía la costumbre de poner zapatos en las iglesias en la víspera del 6 de diciembre con el fin de obtener dádivas de los pudientes que eran repartidas entre los pobres el día de su festividad.
 
En el siglo XVI esta costumbre se convierte en familiar imponiéndose el poner los zapatos junto a la chimenea para recibir dulces y regalos el día de San Nicolás. Esta fiesta siempre estuvo muy arraigada en los Países Bajos donde recibe popularmente el nombre de “Sinter Klass” abreviatura en holandés de Sint-Nicolaas. En Alemania, Austria y Suiza recibe el nombre de Santi Klaus, abreviatura en alemán de Santi Nikolaus.
 
En el siglo XVII los holandeses fundaron en Norteamérica la colonia de Nueva Amsterdam, actual Nueva York, llevando con ellos la devoción a San Nicolás y su fiesta del Sinter Klass, donde fue adaptado al inglés como Santa Claus. Hasta mediados del siglo XIX se le representaba en todas partes vestido de obispo con alba y guantes blancos, capa, estola y mitra rojas, báculo en una mano y cabellos y barba largos blancos.
 
No sería hasta 1863 cuando el San Nicolás/Santa Claus estadounidense adquirió su actual fisonomía, dejando de hacer regalos el 6 de diciembre para hacerlo la noche de Navidad, pasando pronto a la Inglaterra victoriana, de ahí a Francia donde adquirió el nombre de Père Noël/Papa Noel y de aquí se extendió por toda Europa y el resto del mundo.
 
SANTA LUCÍA DE SIRACUSA, MARTIR Y VIRGEN
 
Santa Lucía fue una mártir cristiana que padeció martirio en tiempos del emperador Diocleciano. Es venerada por las iglesias católica, ortodoxa y luterana.
 
Imagen de Santa Lucía que recibe veneración en la Parroquia de
San Miguel Arcángel, de Andújar
 
Nació en Siracusa en el año 283, era hija de padres ricos y nobles, parece ser que se llamaron Lucio y  Eutaquia, su padre murió joven, siendo Lucía aún muy niña, pronto abrazó el  cristianismo, consagró su vida a Dios e hizo voto de virginidad.
 
Comprometida, por su madre, a casarse con un joven pagano, ésta se negó al matrimonio, por lo que fue acusada por su pretendiente ante el procónsul Pascasio, que le ordenó hacer sacrificios a los dioses, a lo que Lucía se negó, fue torturada y le sacaron los ojos de sus órbitas, pero, aún, así siguió viendo, por lo que finalmente fue decapitada conforme a la ley romana el 13 de diciembre de 304 en su ciudad natal de Siracusa. Fue sepultada en el mismo lugar de su martirio, donde en el año 313 se erigió un santuario dedicado a ella.
 
Imagen de Santa Lucía que recibe veneración en la Parroquia de
San Miguel Arcángel, de Andújar
 
Su nombre significa “la que porta la luz”, es abogada de las enfermedades de la vista, y patrona  de los sastres, modistas, afiladores y cortadores. Se la representa  con una bandeja en una mano, en la que lleva los ojos y en la otra la palma del martirio y una espada.
 
Si bien su culto es muy antiguo, su fiesta que se extiende por toda Europa, se remonta a la Edad Media, fue introducida en los siglos XVI y XVII en los países escandinavos, donde aún hoy está muy arraigada, sobre todo en Suecia y Finlandia, en donde en la mañana del 13 de diciembre, niños y niñas salen a las calles en cortejos donde se cantan canciones tradicionales, las niñas se visten de “lucía” llevando un vestido largo de blanco inmaculado y una corona con siete velas en la cabeza, y los niños  un sombrero coronado por  una estrella  que anuncia la próxima Navidad.
 
Imagen de Santa Lucía que recibe veneración en la Parroquia de
San Miguel Arcángel, de Andújar
 
“Santa Lucía que de la luz recibiste tu nombre, a Ti confiadamente acudo, para que me alcances la luz celestial que me preserve del pecado y de las tinieblas del error. También te imploro me conserves la luz de mis ojos, si Dios es servido.          Haz Santa Lucía, con estas oraciones, que a la hora de mi muerte, pueda gozar finalmente de vos en el Cielo viendo la Luz eterna de Dios”. Amén.
 
CONCEPCIÓN DE LA MADRE DE DIOS
 
La Inmaculada Concepción es el dogma de fe que declara que por una gracia singular de Dios, María fue preservada de todo pecado desde su concepción.
 
La concepción es el momento en el cual Dios crea el alma y la infunde en la materia orgánica precedente de los padres. La concepción es el momento en que comienza la vida humana.
 
Inmaculada Concepción de la Virgen María
venerada en el convento de Madre Trinitarias,
de Andújar
 
El dogma declara que María quedó preservada de toda carencia de gracia santificante desde que fue concebida en el vientre de su madre Santa Ana. Es decir María es la llena de gracia desde su concepción.
 
Nuestra Señora de los Dolores durante la celebración de la
Octava de su Inmaculada Concepción
en este Año de Gracia de 2016
 
Si bien los textos sagrados no nos dicen nada claro al respecto, su fundamento bíblico se deduce de textos contenidos en  los libros del Génesis (Gen. 3: 15) Evangelio de Lucas (Luc. 1: 28) y Apocalipsis (Apc. 12: 1).
 
Nuestra Señora de los Dolores durante la celebración de la
Octava de su Inmaculada Concepción
en este Año de Gracia de 2016
 
La creencia de que la Virgen María nunca tuvo pecado, ni siquiera el original, existe desde los primeros siglos del cristianismo. San Ireneo de Lyon, jurista romano convertido al cristianismo en el siglo II escribió refiriéndose al pecado original “El nudo de la desobediencia de Eva quedó suelto por la obediencia de María”.  María se convierte así en la nueva Eva y, en palabras de San Pablo, Cristo en el nuevo Adán, sobre los que se crea la nueva humanidad.
 
Una oración compuesta por San Efrén de Siria en el siglo IV reza así:
 
“Ciertamente Tú (Cristo) y tu madre sois los únicos que habéis sido completamente hermosos, pues no tenéis defecto ni mancha alguna”.
 
Nuestra Señora de los Dolores durante la celebración de la
Octava de su Inmaculada Concepción
en este Año de Gracia de 2016
 
En el XI Concilio de Toledo reunido en la basílica de Santa María en el año 675, el rey visigodo Wamba ya era titulado defensor de la Purísima Concepción de María.
 
Aunque no sería hasta el siglo IX cuando se introduciría en occidente la fiesta de la Concepción de María procedente de la iglesia oriental. Fiesta que había sido fijada para el 8 de diciembre, nueve meses antes de la fiesta de la Natividad de María que se celebraba el 8 de septiembre desde el siglo VI.
 
Hacia 1128 el monje Eadmero de Canterbury escribe el primer tratado de defensa del posterior dogma. Aunque también es cierto que hubo cristianos destacados, en incluso santos como San Vicente Ferrer o Santo Tomás de Aquino, que mostraron alrededor de este dogma algunas dudas de carácter teológico. Aunque éstas fueron despejándose a lo largo de siglos de estudio y debate.
 
En el siglo XIII se estableció un extenso y polémico debate entre los franciscanos que fueron muy fieles a la creencia de la Concepción Inmaculada de María cuya representación solía presidir los templos franciscanos y a cuyo arraigo y extensión por todo el mundo contribuyeron,  y los dominicos detractores acérrimos de esta creencia.
 
Nuestra Señora de los Dolores durante la celebración de la
Octava de su Inmaculada Concepción
en este Año de Gracia de 2015
 
Al principio del siglo XIV el beato franciscano Juan Duns Escoto, inspirado en algunos teólogos del siglo XII y por el mismo San Francisco de Asís, ferviente defensor de este dogma, brindó la clave para superar las objeciones, contra la doctrina de la Inmaculada Concepción de María.  Sostuvo que Cristo, el mediador perfecto, realizó precisamente en María el acto de mediación más excelso: Cristo la redimió “preservándola” del pecado original. Se trata de una forma de redención aún más admirable: no por liberación del pecado, sino por preservación del pecado.
 
En 1483 el papa Sixto IV extiende la fiesta de la Concepción Inmaculada de María a toda la iglesia de occidente.
 
Desde 1644 es fiesta de guardar en todos los territorios que formaron parte de la Corona Española de la que fue declarada patrona y protectora y durante su celebración los sacerdotes tienen el privilegio de vestir casulla azul. El primer templo dedicado a la Inmaculada Concepción en España fue el del monasterio de los jerónimos de Granada en 1504. Y el primero de la diócesis jiennense fue el convento de trinitarias de Andújar fundado el 8 de diciembre de 1587.
 
En 1708 el papa Clemente XI la declara fiesta de guardar en toda la iglesia católica. Aunque no será hasta el 8 de diciembre de 1854 cuando el papa Pio IX defina sin dejar lugar a dudas el dogma de la Inmaculada Concepción de María en la bula “INEFFABILIS DEUS”.
 
Nuestra Señora de los Dolores durante la celebración de la
Octava de su Inmaculada Concepción
en este Año de Gracia de 2015
 
“Tota pulcra” el un himno del siglo IV en el que se dice ya expresamente que “en ti no hay mancha original”.
 
“Tota pulcra es María, et maculata originalis non est in te.
 
Tu gloria Ierusalem. Tu laetitia Israel.
 
Tu honorificentia populi nostri. Tu advocata  peccatorum.
 
O Maria, Virgo prudentissima, Mater clementissima: Ora pro nobis.
 
Intercede pro nobis  ad  Dominum Iesum Christum“.
 
Sine Labe Concepta de nuestra Hermandad
conteniendo la reliquia de sangre de San Pío IX,
pontíficie que definió y declaró el Dogma de la
Inmaculada Concepción de la Siempre Virgen María
 
 
EXPECTACIÓN DEL PARTO DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA
 
Esta advocación se relaciona con el tiempo en que la Santísima Virgen vive su embarazo esperando el nacimiento de Jesús.
 
La  fiesta fue instituida por los padres del X concilio de Toledo en el año 656, reinando Recesvinto en Hispania y en tiempo de San Eugenio tercer obispo de Toledo, quienes la fijaron para ocho días antes de la Navidad o sea el 18 de diciembre. La razón que se dio para fijar esta festividad litúrgica  fue que como la fiesta de la Anunciación de Nuestra Señora el 25 de marzo cae ordinariamente en tiempo penitencial de cuaresma o pascua en el cual está la iglesia ocupándose en otras ceremonias, lo que impide celebrarla con toda la solemnidad y regocijo que merece, se imponía esta segunda fiesta para dar realce al misterio de la Encarnación del Verbo. ¿Y qué mejor tiempo para esta celebración que el adviento, que está lleno de regocijo de la esperanza gozosa del nacimiento del Salvador? El tiempo de Adviento es definitivamente un auténtico mes de María, pues gracias a Ella y a su “FIAT” dio paso a la plenitud de los tiempos, y podemos y debemos prepararnos para recibir a Cristo que vuelve a nosotros.
 
Nuestra Señora de la Esperanza,
venerada por su Cofradía en
Santa María la Mayor, de Andújar.
Vestida para su fiesta del Dogma
en el Año de Señor de 2010 
 
Fue confirmada esta fiesta por San Ildefonso sucesor de San Eugenio  mandando además que se llamara también “La Expectación del Parto de la Santísima Virgen”, si bien era conocida popularmente por el día de Santa María.
 
Se le impuso así mismo el nombre de la fiesta de la O, surgiendo la advocación de Nuestra Señora de la O, porque durante esta octava se cantan en sus vísperas las antífonas mayores del Magnificat que empiezan por O Sapientia… O Adonai… O Enmanuel…, exclamación de gozo y deseo. Con el tiempo, la religiosidad popular relacionó la “O” con el avanzado estado de embarazo de la Virgen para esta fecha, cuyo vientre se mostraba redondo.
 
Nuestra Señora de la Esperanza,
venerada por su Cofradía en la Parroquia de
Santa María la Mayor, de Andújar
 
Estado de buena esperanza que también dió lugar a la advocación de Nuestra Señora de la Esperanza, porque la Virgen lleva en su vientre al “MESIAS” que había sido esperado por los Patriarcas, los Profetas y todo el pueblo de Israel desde el momento de la caída de nuestros primeros padres en la esclavitud del pecado (Gen. 3,15).
 
Esta festividad debe estimularnos a recibir con esperanza y alegría el tiempo de Navidad que se acerca, en la que los fieles evocamos y esperamos el nacimiento del Salvador.