Juan Carlos Moreno Almenara
Se extiende desde la tarde del Jueves Santo hasta la tarde del Domingo de Pascua, es la culminación de todo el año litúrgico. Comienza con la misa vespertina de la Cena del Señor, alcanza su punto más alto en la Vigilia de Pascua, y se cierra con la oración de la tarde del Domingo de Pascua.
El Triduo Pascual es el periodo de tiempo en el que la
liturgia cristiana y católica conmemora la pasión, muerte y resurrección de
Jesús de Nazaret y constituye el momento central de la Semana Santa y del Año
Litúrgico. En la liturgia católica comprende desde la hora nona (15 horas) del
Jueves Santo, que es cuando concluye el tiempo de cuaresma, hasta la madrugada
del Domingo de Pascua, en que empieza el tiempo pascual.
JUEVES
SANTO
Se rememora la Ultima Cena de Jesús con los Apóstoles, la
Agonía y Oración en el huerto de los olivos, la traición de Judas y el
prendimiento de Jesús. En este santo día el Señor instituyó los sacramentos de
la Eucaristía y del Orden Sacerdotal y nos dio a conocer un mandamiento nuevo,
“el Mandamiento del Amor”. El Jueves Santo es el Día del Amor Fraterno.
La liturgia gira toda en torno al recuerdo de la redención, se
caracteriza por su gran solemnidad y su ambiente festivo pero sobrio pues no
podemos olvidar que el día siguiente es el día de la Pasión del Señor.
Antiguamente se caracterizaba por la función de tres misas:
la primera, muy de mañana, en la que se reconciliaba a los fieles que hacían
penitencia pública, la segunda, sobre el medio día, en la cual se consagraban
los Santos Óleos y el Santo Crisma, de ahí que hoy día se la conozca por Misa
Crismal y la tercera, por la tarde, para
conmemorar muy especialmente la institución de la Sagrada Eucaristía en la
Última Cena, en la que se realiza el Lavatorio de los pies como señal de
humildad, de servicio y entrega a los demás.
Finalmente ya de noche, rayando el día siguiente la Hora
Santa en la que se adora el Santísimo Sacramento.
La Misa Crismal es
una manifestación de la comunión existente entre el obispo y sus presbíteros en
la que se hace renovación de las promesas sacerdotales y del compromiso de
fidelidad con el ministerio de Jesucristo, se celebra por lo común en la
catedral de cada diócesis. En ella se consagran los Santos Oleos, que durante
todo el año se utilizarán en los
sacramentos de la Unción de Enfermos o extremaunción, el “Oleo de los
Enfermos” y en el sacramento del Bautismo el “Oleo de los Catecúmenos”, y el Santo
Crisma que es usado en los sacramentos del Bautismo y Confirmación, también es
usado en la ordenación de obispos y presbíteros, en la dedicación de los nuevos
templos y en la consagración de los nuevos altares, la unción con el crisma
representa la plena difusión de la gracia. Como su nombre indica es aceite de
oliva que simboliza la fortaleza, al Crisma se le añade una pequeña cantidad de
bálsamo, hecho de resinas aromáticas, cuyo perfume representa el suave olor de
la vida cristiana. Con la celebración de esta misa se pone fin a la cuaresma
para dar paso a la conmemoración propiamente dicha de la pasión, muerte y
resurrección del Redentor.
A las tres de la tarde del Jueves Santo comienzan el Triduo
Pascual, en la misa vespertina de ese día se conmemora la institución de los
sacramentos de la Eucaristía y del Orden Sacerdotal por Nuestro Señor
Jesucristo en la Última Cena.
Este día en el templo, el Sagrario, situado en un lugar
distinto a donde se encuentre habitualmente, generalmente en una capilla anexa
o próxima al altar mayor, donde se erige el Monumento, debe presentarse con la
puerta abierta y vacío en espera de la finalización de la eucaristía; el altar
donde se celebrara la santa misa debe estar revestido con manteles y adornado
con cirios encendidos, exento de todo adorno floral, éstas se reservan solo
para el Monumento; no se permite encender velas ante las imágenes de la Virgen
y de los Santos que se encuentren distribuidos en los otros altares; el coro
canta ese día sin instrumentos musicales, se usa la carraca para la
consagración en vez de las campanillas y se omiten los ritos finales de
despedida.
La Santa Misa de la Cena del Señor se inicia con la entrada procesional de acólitos y oficiantes que irán revestidos con vestiduras blancas, color litúrgico del día, acompañados de canticos enfocados a la celebración de la institución del sacramento de la Eucaristía. Durante la celebración se vuelve a cantar de nuevo el “Gloria” a la vez que se tocan las campanas, que no volverán a sonar hasta la Vigilia Pascual para anunciar la resurrección del Señor. Las lecturas de ese día versan, la primera del Antiguo Testamento sobre las prescripciones de la cena de la pascua judía contenidas en el libro del Éxodo, la segunda del Nuevo Testamento, la primera carta de San Pablo a los corintios “Cada vez que coméis de este pan y bebéis de este vino…” y el salmo responsorial “El cáliz que bendecimos es la comunión con la sangre de Cristo”. Entre la homilía y el ofertorio, en lugar del Credo, el lavatorio para recordar el gesto que Cristo hizo antes de la última cena con sus discípulos en el que instituyó el sacramento del Orden Sacerdotal “El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan sino para servir y dar su vida en rescate de muchos” (Mt. 20, 26-28), mientras se realiza este acto, símbolo del servicio de Jesús, se entona un cántico con el Mandamiento Nuevo del Amor, entregado por el Señor en esa noche santa, símbolo de su infinito amor por la humanidad.
Finalizado éste, la celebración continúa con la liturgia eucarística de la forma acostumbrada, una vez repartida la comunión, el Santísimo Sacramento se traslada en procesión desde el altar mayor al altar de la reserva o monumento, mientras se entona algún himno eucarístico como el “Pange Lingua”. El sacerdote deposita el copón cubierto con el canopeo dentro del sagrario de reserva y puesto de rodillas lo inciensa, se queda unos instantes orando en silencio, antes retirarse cierra el sagrario, hace una genuflexión y se retira a la sacristía en silencio acompañado por los acólitos y ministros, no se imparte la bendición. Pasados unos minutos se celebra un sencillo acto de demudación de los altares, en el que el sacerdote y ministros, revestidos únicamente con una estola morada, retiran candeleros y manteles de todos los altares de la iglesia.
La Santa Misa de la Cena del Señor se inicia con la entrada procesional de acólitos y oficiantes que irán revestidos con vestiduras blancas, color litúrgico del día, acompañados de canticos enfocados a la celebración de la institución del sacramento de la Eucaristía. Durante la celebración se vuelve a cantar de nuevo el “Gloria” a la vez que se tocan las campanas, que no volverán a sonar hasta la Vigilia Pascual para anunciar la resurrección del Señor. Las lecturas de ese día versan, la primera del Antiguo Testamento sobre las prescripciones de la cena de la pascua judía contenidas en el libro del Éxodo, la segunda del Nuevo Testamento, la primera carta de San Pablo a los corintios “Cada vez que coméis de este pan y bebéis de este vino…” y el salmo responsorial “El cáliz que bendecimos es la comunión con la sangre de Cristo”. Entre la homilía y el ofertorio, en lugar del Credo, el lavatorio para recordar el gesto que Cristo hizo antes de la última cena con sus discípulos en el que instituyó el sacramento del Orden Sacerdotal “El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan sino para servir y dar su vida en rescate de muchos” (Mt. 20, 26-28), mientras se realiza este acto, símbolo del servicio de Jesús, se entona un cántico con el Mandamiento Nuevo del Amor, entregado por el Señor en esa noche santa, símbolo de su infinito amor por la humanidad.
Finalizado éste, la celebración continúa con la liturgia eucarística de la forma acostumbrada, una vez repartida la comunión, el Santísimo Sacramento se traslada en procesión desde el altar mayor al altar de la reserva o monumento, mientras se entona algún himno eucarístico como el “Pange Lingua”. El sacerdote deposita el copón cubierto con el canopeo dentro del sagrario de reserva y puesto de rodillas lo inciensa, se queda unos instantes orando en silencio, antes retirarse cierra el sagrario, hace una genuflexión y se retira a la sacristía en silencio acompañado por los acólitos y ministros, no se imparte la bendición. Pasados unos minutos se celebra un sencillo acto de demudación de los altares, en el que el sacerdote y ministros, revestidos únicamente con una estola morada, retiran candeleros y manteles de todos los altares de la iglesia.
A partir de este momento y durante toda la noche y la mañana
del día siguiente se mantiene la adoración del Santísimo Sacramento en el
“Monumento”, celebrándose la llamada “Hora Santa” en torno a la media noche,
abriéndose un tiempo de vigilia y oración con el que respondemos a las palabras
de Jesús en el monte de los olivos “velad
y orad para no caer en la tentación” (Mt. 26, 41). Ésta consiste en una
oración breve, profunda, meditativa, de alabanza, gesto que anuncia la Pascua que se acerca, en
ella se rememora la Agonía de Jesús en el Huerto de Getsemaní, la traición de
Judas y el prendimiento del Señor, sobre las que versarán las lecturas
evangélicas. Consta de una monición de entrada seguida de un canto; hasta
cuatro momentos con la misma estructura que constan, de una oración
introductoria, una lectura del evangelio seguida de un profundo silencio, salmo, silencio, y canto, seguido de otra
oración que finaliza el momento, o una reflexión o una petición de acción de
gracias; para terminar una oración de petición o preces, se recita el “Padre
Nuestro” seguido de un canto, se hace una consideración final y se acaba con la
bendición de los fieles asistentes.
VIERNES
SANTO
Llamado también de “parasceve” (preparación para la Pascua) es
un día de duelo por la muerte del Hijo de Dios hecho hombre en la cruz, por eso
ese día no se celebra la eucaristía y toda la liturgia gira en torno al
Misterio de la Cruz y lo que ésta representa. Es un día de luto, pero también
de esperanza, en espera de la resurrección anunciada por el Salvador. Es el día
del recuerdo solemne de la Pasión, Jesús muere en la cruz para redención del
género humano, desde entonces la Cruz de Cristo es el símbolo de la
cristiandad, “para nosotros los cristianos, toda nuestra gloria está en la Cruz
de Nuestro Señor Jesucristo”.
En muchos lugares por la mañana del Viernes Santo, al igual
que al día siguiente, suelen hacerse retiros espirituales y los sacerdotes
atienden a los fieles que quieren confesarse y cumplir con el sacramento de la
penitencia o reconciliación.
Los Oficios de ese día giran en torno a la “Liturgia de la
Pasión” su celebración debe hacerse después de la hora nona (tres de la tarde)
pero lo más cerca posible al momento de la muerte del Redentor. Los
celebrantes, diáconos, presbíteros u obispos visten ornamentos rojos
en recuerdo de la sangre derramada por Jesucristo en la cruz, y estos últimos
sin anillo pastoral ni báculo. El templo se presenta con las luces apagadas o a
media luz, los altares desprovistos de manteles y adornos, y en un lateral del
altar mayor se pone un pedestal donde colocar la Santa Cruz que será ofrecida a
la veneración de los fieles.
Un solemne silencio reina durante toda la celebración
litúrgica, al entrar, el sacerdote se postra ante el altar, boca abajo y con el
rostro en el suelo, mientras todos los demás asistentes se arrodillan unos
instantes, cuando el sacerdote se incorpora, se dirige a la sede, donde hace
una oración introductoria a modo de oración colecta, para seguidamente iniciar
la Liturgia de la Palabra con las lecturas del Antiguo Testamento, Salmo y
Nuevo Testamento, finalizada la segunda lectura se inicia el relato de la
“Pasión según San Juan”, en cuya lectura participan varias personas,
correspondiendo el relato de Jesús al sacerdote, y los relatos del cronista y
del Sanedrín a seglares, acabado éste, la homilía y para finalizar la Liturgia
de la Palabra la “Oración Universal”, hecha con solemnidad, y en la que la
iglesia pide por la salvación de todos los seres humanos. A continuación tiene
lugar la veneración del “Árbol de la Cruz”, el sacerdote con la cruz velada por
una tela oscura, acompañado de otras dos personas que portan cirios encendidos,
se dirige a los pies del templo, desde donde en dirección al altar mayor, la
irá destapando en tres etapas con la aclamación “Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la Salvación del
Mundo” a lo que los fieles responden a coro “Venid a adorarlo”.
Una vez totalmente descubierta la cruz, delante
del altar y después de besarla el sacerdote, la da a besar a los fieles para su
adoración, mientras se suelen cantar los “Improperios”
o reproches de Jesús al pueblo “¡Pueblo
mío!,¿Qué te hecho?, ¿En qué te he ofendido?, ¡Perdóname!”. Finalizada la
adoración de la cruz, y en sustitución de la liturgia eucarística, ya que tanto
el viernes como el sábado santos no hay consagración, pues son los únicos días
del calendario litúrgico en que no hay misa debido a la muerte del Señor, se
procede a revestir el altar con un mantel, se trasladan, a el mismo, las
Sagradas Formas consagradas durante la Cena Pascual y reservadas en el
Monumento, el presbítero celebrante invita a los fieles a rezar el Padre
Nuestro como es habitual, seguidamente se reza el Cordero de Dios, aunque no se
da la paz, finalizadas las oraciones se procede a distribuir la Comunión a los
fieles. Durante este acto litúrgico se recoge una colecta destinada al
sostenimiento de los Santos Lugares de Jerusalén, la celebración finaliza
cuando, sin impartir la bendición, los celebrantes se marchan en silencio,
llevando consigo las Sagradas Formas que
han quedado después de su distribución, a la sacristía, donde serán debidamente
guardadas, quedando el Sagrario del Monumento abierto y vacío en señal de
duelo, permaneciendo oculto el Señor hasta la Vigilia Pascual.
En algunos lugares, además de los oficios, aunque ya cerca
de la media noche, tienen lugar otras ceremonias para conmemorar la muerte de
Jesús, tales como el Santo Vía Crucis, el
ejercicio de las Siete Palabras que el Señor pronunció en la Cruz, o se
realizan turnos de vela ante el Sepulcro, del mismo modo que la noche del
Jueves Santo se hacen ante el Monumento.
SÁBADO SANTO
Antes de la reforma del papa Pio XII se llamaba Sábado de
Gloria, hoy queda como un día de espera, es un día de luto, se conmemoran tanto
el Descenso de Cristo a los Infiernos como la Soledad de María después de
depositar a su Hijo en el sepulcro, quedando la Santísima Virgen al cuidado del
apóstol Juan. No hay ninguna celebración litúrgica durante el día, en recuerdo
de la muerte de Jesús, a lo sumo el rezo de las horas por parte de algún
clérigo con participación de fieles seglares, retiros espirituales y
confesiones. El altar aparece desprovisto de paños y ornamentos, se nos muestra
en toda su desnudez hasta la celebración de la Vigilia Pascual al filo de la
medianoche para la celebración de la resurrección del Señor. La comunión solo
puede darse como Viático, no se pueden celebrar matrimonios, ni administrar
otros sacramentos a excepción de la penitencia y la unción de enfermos.
La Vigilia Pascual
conmemora la Resurrección de Jesús y tiene lugar en la madrugada del
Sábado Santo al Domingo de Resurrección, el color litúrgico de la Pascua es el
blanco en señal de alegría por la resurrección del Señor, para su celebración
los sacerdotes y diáconos usan vestiduras de este color, aunque ese día, el más
importante del año litúrgico, y debido a la gran solemnidad de la ceremonia, el
celebrante suele vestir una casulla dorada.
Ésta comienza con el templo totalmente a oscuras. La Vigilia
consta de cuatro partes: “la liturgia de
la luz” con la que se comienza solemnemente la vigilia, en la que se prende
el lucernario situado en el atrio del templo, se bendice el fuego nuevo con el
que se enciende el Cirio Pascual, que simboliza a Cristo Resucitado. A continuación,
se inicia una procesión hasta el altar, en la que el sacerdote lleva el cirio
en alto, por la nave central, y del que los fieles irán encendiendo sus propias
velas, éste a lo largo del recorrido se detendrá tres veces para cantar, cada
vez en un tono más alto, “Luz de Cristo” a
lo que los fieles responderán “Demos
Gracias a Dios”. Llegados al presbiterio, el Cirio Pascual se coloca, bien
junto al altar o bien junto al ambón donde el sacerdote lo inciensa tres veces.
Seguidamente se encienden algunas luces, quedando a media luz el templo, para a
continuación el celebrante iniciar el canto del Pregón pascual que proclama la
gloria de la Resurrección de Cristo.
Después del pregón se continua con “la liturgia de la palabra” en la que se realizan siete lecturas del
Antiguo Testamento, intercalados con salmos o cánticos interpretados por un
cantor y oraciones entre la lectura y el salmo que reza el celebrante. Leídas éstas,
el sacerdote inicia la entonación del “Gloria”, al que sigue el coro acompañado
de música y todos los fieles, el cual estaba ausente de las celebraciones
eucarísticas desde el inicio de la cuaresma, a excepción de la Misa de la Cena
del Señor, junto con el repique general de las campanas del templo, el
carrillón y las campanillas de mano. A continuación se encienden las restantes
luces del templo y los acólitos encienden las velas del altar tomando fuego del
Cirio Pascual. Finalizado el Gloria, el sacerdote reza la oración colecta y se
procede a las lecturas del Nuevo Testamento que son dos, un fragmento de la
Carta a los Romanos de San Pablo, seguido de la entonación solemne del salmo
del Aleluya y el Evangelio correspondiente sobre la Resurrección del Señor y la
homilía.
Tras ésta se inicia “la liturgia del agua o del bautismo”, en la que se bendice el agua de la pila bautismal
con un rito especial, se cantan las Letanías de los Santos, y los fieles renuevan
las promesas del bautismo, tomando de nuevo la luz del cirio pascual, el
sacerdote los asperja con agua bendita.
Se continúa con “la liturgia eucarística” propiamente
dicha pero de un modo solemne, la comunión ese día se realiza bajo las dos
especies, acompañada con cantos muy jubilosos. Termina la Vigilia Pascual con
la bendición final, a la que se añade el doble aleluya, solemnizado por el
canto del “Magníficat” en señal de alegría por la Resurrección del Señor.