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lunes, 8 de febrero de 2016

SICUT AGREGATIONE

Hoy, 8 de febrero de 2016, se cumplen 410 de la agregación de nuestra Seráfica Cofradía de la Santa Vera-Cruz, de Andújar, a la Archicofradía del Santísimo Cristo de la Basílica de San Marcelo, de Roma, privilegio que gozamos por Bula papal otorgada por el sumo pontífice Paulo V y mediante la cual, nuestra Primitiva Cofradía de Penitencia de Andújar puede disfrutar de cuantas gracias, privilegios e indulgencias ha alcanzado y ha de alcanzar la Archicofradía romana de Cristo Crucificado.

Con fecha de 12 de marzo de 2014, nuestro hermano Maudilio Moreno Almenara nos ilustraba acerca de esta agregación con una entrada en nuestro blog, bajo el título: LA ARCHICOFRADÍA DEL SANTO CRISTO DE SAN MARCELO EN ROMA

Tal y como recoge la documentación que aquí mostramos, emitida por la Penitenciaría Apostólica vaticana durante el pontificado de San Juan Pablo II con fecha de 10 de mayo de 1996, los días para gozar de las indulgencias recibidas por la Archicofradía del Santo Crucifijo de San Marcelo entre todas las Cofradías a ella agregadas a lo largo y ancho del mundo, son éstas:

- En el aniversario de la fecha de agregación de cada una de estas hermandades.

- En el día 23 de mayo de cada año, como recuerdo de la misma jornada del año 1519, en la que Dios quiso preservar la Imagen del Santísimo Cristo.

- En la jornada del 14 de septiembre, Solemnidad de la Exaltación de la Santa Cruz.
 
- En el tiempo de Cuaresma, para aquellos cofrades y devotos que participaren en la Procesión del Santísimo Cristo por las calles de Roma.
 

Fotografía: Salva Marcos

Como signo de esta Unión entre nuestras Hermandades, la Cofradía de la Santa Vera-Cruz, de Andújar, acompaña a la Bandera que manifiesta nuestro título como Hermandad Pontificia, con la reproducción de tan histórico documento.


En memoria de tan excelso aniversario, que supone participar de tan altas gracias y mercedes recibidas del propio Cielo, queremos elevar nuestra Acción de Gracias a Dios Padre Todopoderoso, para que nos haga dignos de alcanzar su Misericordia en esta vida y en la Vida del Reino futuro,

AMEN

LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI

viernes, 9 de octubre de 2015

SIGNIFICACIÓN DE LA “RELIQUIA” DEL CIPRÉS DE SAN FRANCISCO DEL MONTE DE ADAMUZ (CÓRDOBA)


Maudilio Moreno Almenara

 
Durante el año 2014 y en conmemoración del 450 aniversario del inicio de las obras del convento de San Francisco de Asís, ubicado hasta la Guerra Civil en la Plaza Rivas Sabater (antesala de la Plaza de Abastos), el habitual membrete de nuestra cofradía -nuestro escudo corporativo- fue sustituido transitoriamente por el de la Provincia Franciscana de Granada.
 
 
El bellísimo grabado está rematado por un ángel que sostiene una filacteria o cinta con el nombre en latín: PROVINCIA GRANATA, provincia de Granada, y en la parte baja figura el símbolo de la ciudad nazarí: la granada. En el interior del escudo quedan representados dos santos franciscanos: San Juan de Cetina y San Pedro de Dueñas, cuyos nombres también aparecen en latín.
 
La incorporación del escudo al membrete no fue casual. Representa la demarcación en la que se encontraba el antiguo convento de San Francisco desde el año 1583, en que se segregó de la Provincia Bética, hasta 1835 en que fueron expulsados los frailes franciscanos de Andújar como consecuencia de la Desamortización. La Provincia franciscana de Granada abarcó las actuales de Granada, Almería, Málaga, Jaén y la mayor parte de la de Córdoba, y su convento Casa Grande, es decir, donde se ubicó su centro administrativo fue el de San Francisco de la Ciudad de la Alhambra.
 
Por tanto, el nuevo convento franciscano de Andújar, inaugurado en 1585, se integró desde su fundación en esta Provincia Franciscana y nuestra cofradía se mantuvo en él, no sólo desde la inauguración del cenobio hasta el año 1835, sino que seguía teniéndolo como sede cien años después.
 
 
Este escudo, por tanto, tiene una honda significación histórica para nuestra cofradía, pues a su amparo se mantuvo 250 años. A día de hoy, la Cofradía de la Santa Vera Cruz es único vestigio que sobrevive de aquella gloria de Andújar, de ahí nuestra constante reivindicación del carisma franciscano.
 
Pero en estas líneas no queremos redundar sobre otros temas ya tratados, como la íntima relación entre franciscanos y Vera Cruz, sino en los mártires que figuran en el escudo de la provincia de Granada: Juan de Cetina y Pedro de Dueñas. No fue casual la elección de estos santos franciscanos para el escudo de esta provincia como veremos a continuación, pues fueron martirizados en Granada en el año 1397, cuando la ciudad estaba aún regentada por los reyes nazaríes.
 
 
El contexto histórico de la capital del reino nazarí entre fines del siglo XIV y comienzos del XV era por un lado el del esplendor de una corte que se esforzaba en crear el maravilloso conjunto palaciego de la Alhambra, pero también los constantes conflictos entre musulmanes y cristianos. El eje del Guadalquivir había sido consolidado por el rey de Castilla Fernando III en el siglo XIII tras la obtención paulatina de las ciudades de Andújar, Córdoba, Sevilla y Cádiz. La zona más montañosa de Andalucía, las cordilleras Béticas y Penibéticas quedaron sin embargo durante mucho tiempo bajo dominio musulmán. Abarcaba un extenso territorio que comprendía las provincias de Granada, Málaga y Almería, además de algunos territorios de la provincia de Jaén. Nuestra actual comunidad autónoma estaba pues dividida casi por mitad: la occidental cristiana y la oriental musulmana. En muchas ocasiones unos y otros realizaban escaramuzas y batallas en terreno enemigo, de tal modo que tanto por un bando como por el contrario los prisioneros eran numerosos.
 
En Granada se sabe que muchos de estos prisioneros eran condenados a trabajos forzados, construyendo buena parte de las murallas de la ciudad. Se han descubierto numerosas cruces en sus defensas, que era la marca que solían utilizar sus esclavizados constructores (BARRERA, 2004, fig. 9):
 
 
Es seguro que algunos lograron escapar y debieron contar en territorio cristiano las enormes penurias a las que estuvieron sometidos. No era lo peor estos trabajos de sol a sol, sino las celdas en las que se les metía por la noche. Éstas eran meros agujeros en el suelo a modo de silos o cuevas en forma de botella (IBID., 2004) y de unos cinco metros de profundidad, donde se les bajaba con una escalera, retirándola a continuación. De vez en cuando y desde la superficie se les daba algo de agua y pan. Debían hacer sus necesidades en el mismo sitio en el que permanecían hacinados. La lluvia entraba por el agujero encharcando el suelo de tal modo que muchos no sobrevivían a estas penosas condiciones.
 
 
En el grabado de la derecha se observa en la superficie los agujeros donde se disponían las celdas, un lugar infrahumano cercano al mismísimo infierno.
 
Los prisioneros relevantes eran ofrecidos a sus parientes a cambio de dinero, de un rescate, pero la mayoría no corría esta suerte. Para poder salir de esta situación, muchos se convertían a la religión islámica, procurando así que al menos sus condiciones de vida mejorasen algo. En este contexto histórico, para dar esperanza a estos desgraciados prisioneros y que no renunciasen a su bautismo cristiano, San Juan de Cetina, llegado desde el norte al convento de San Francisco del Monte en Adamuz (Córdoba), quiso marchar a predicar a Granada. Quedaban aún muchos años para que la reina Isabel I de Castilla liberase a otros cautivos en Málaga y Almería, cuyas cadenas de un modo simbólico, quedaron instaladas en San Juan de los Reyes de Toledo, unos terribles “exvotos” que también son reflejo de lo que decimos.
 
 
Pero antes de analizar el viaje “sin billete de vuelta” de San Juan de Cetina, veamos cómo era el convento cordobés en el que estuvo un tiempo. 
 
El convento de San Francisco del Monte existía, al parecer, desde el siglo XIII, aunque era realmente un eremitorio de los frailes franciscanos, que vivían en las cuevas existentes en esas sierras, acudiendo los domingos a la misa que se ofrecía en otra cueva, estrecha y larga, que se llamaba iglesia del Santo Sepulcro. Así estuvieron los frailes hasta que en 1394, Martín Fernández de Andújar, un platero jubilado, vecino de Córdoba, aunque probablemente oriundo de nuestra ciudad, donó unos terrenos que había adquirido en las partes bajas de aquellos escarpados montes para que se fundase un convento, ingresando él como otro fraile más.
 
Martín Fernández de Andújar debíó tener mal carácter, pues los frailes intentaron fundar el convento en otro lugar distinto del señalado expresamente por él, lo que conllevó serias desavenencias entre ellos, llegando a insultar Martín Fernández a los frailes, aunque finalmente y pasados unos meses, claudicó a sus deseos tras enfermar de fuertes dolores reumáticos y ser curado por Juan de Cetina, recién llegado al convento. Martín de Andújar reconoció que era voluntad divina que la fundación se hiciera en esa parte de su finca y no en la que él había pensado en principio. Por tanto, y aparte de la donación de sus terrenos, entregó todo su dinero para edificar el nuevo convento, reservándose para sí, tan sólo, el uso de una celda y una cama en la zona de la entrada para continuar viviendo allí hasta el final de sus días, como así ocurrió (FROCHOSO, 2012, 27-29).
 
El convento permanece hoy en estado ruinoso, quedó abandonado tras la Desamortización y ha venido languideciendo desde el siglo XIX. 
 
 
Aunque poco suntuoso, este cenobio tuvo una gran fama por el ascetismo de sus frailes y el rigor de sus reglas. En la abstinencia que debían guardar los frailes no podían comer carne, huevos, pescado o caldo, es decir, estaba prohibido ingerir cosa muerta o que saliese de cosa viva. En estos periodos sólo estaba permitido el pan, las frutas crudas, las yerbas y beber sólo agua (IBID., 2012, 39). Fue guardián durante un tiempo del solitario convento San Francisco Solano (IBID., 2012, 32).
 
 
En el denominado patio de los aljibes, de donde los hermanos tomaban el agua, existía un ciprés, muy apreciado por los frailes. Según Ramírez de las Casas-Deza que vio el árbol en 1839: “...tiene de alto 25 varas (unos 20 m.) y de circunferencia de tronco 5 y 45 la copa por lo que no se ha visto otro semejante...” (IBID., 2012, 53). 
 
 
Se conserva un dibujo del convento, asomando claramente por encima de las construcciones el gran ciprés:
 
 
Con motivo del viaje del rey Felipe IV a Andalucía en el año 1624, el joven monarca se hospedó en El Carpio. Desde allí, pasó a Adamuz  con el fin de “...tomar la ceniza (era miércoles de ceniza) en S. Francisco del Monte, convento de frailes Descalzos de la Religión Seráfica eligiendo para este efecto lugar cuya pobreza realzase mas la excelencia del acto tan humilde...”.
 
 
Allí estuvo de cacería y para agasajar al rey, los frailes prepararon una recepción. Al entrar en el patio del convento, llamado de los Aljibes, y sentarse a la sombra del gigantesco ciprés, oyó una suavísima música, sin saber de dónde salía, hasta que le dijeron que en el interior de la copa se habían ocultado 12 músicos con sus instrumentos, quedando el rey maravillado por el hermoso árbol (FROCHOSO, 2012, 53).
 
El gran tamaño del ciprés a comienzos del siglo XVII indica que por aquellos tiempos podía tener más de 200 años, por lo que pudo plantarse con motivo de la inauguración del nuevo convento de San Francisco del Monte, a fines del siglo XIV, en tiempos de los mártires Juan de Cetina y Pedro de Dueñas.
 
Hoy en día, ya arruinado el convento y muerto el legendario árbol, tan sólo queda el tocón, debido a la extraordinaria dureza de su madera, que la hace casi incorruptible, haciendo honor a su nombre en latín: cupressus sempervirens (ciprés siempre vivo). Es por ello que este tipo de árboles sea frecuente en los conventos como símbolo de inmortalidad y por su esbelta forma, representación de la unión entre la Tierra y el Cielo.
 
 
En el año 2013 se cortó un fragmento del ciprés centenario de San Francisco del Monte para la cofradía de la Santa Vera Cruz de Andújar, que ha quedado instalado en esta cápsula para recuerdo del legendario convento del que partieron los seráficos mártires Juan de Cetina y Pedro de Dueñas, gloria de la provincia franciscana de Granada a la que perteneció nuestro convento de San Francisco de Andújar. 
 
 
Pero volvamos al fatal viaje de Juan de Cetina y de Pedro de Dueñas. Ya hemos visto las penurias que soportaban los cristianos en Granada. Muhammed VII había accedido al trono nazarí en el año 1392 y comenzó una política de frecuentes ataques a zonas de Jaén y Murcia donde lograba capturar numerosos prisioneros que luego eran esclavizados. En este ambiente de peligrosas hostilidades, los dos frailes, Juan de Cetina, que era mayor y Pedro de Dueñas, mucho más joven y novicio, decidieron acudir a socorrer espiritualmente a aquellos desgraciados. Así, bajaron de la sierra, de su convento de San Francisco del Monte, y acudieron primero a Córdoba capital, al monasterio de San Pedro el Real, para que el prior franciscano les bendijese antes de partir para su viaje.
 
El momento quedó reflejado en un sello del citado convento cordobés, hoy conservado en el Museo Arqueológico de Sevilla tras pasar por diferentes colecciones privadas. Es de finales del siglo XV y en él aparecen arrodillados, ante el guardián del convento, los dos futuros mártires. Al fondo, aparecen varios cipreses, que representan la inmortalidad del alma de los que iban a ser inmolados (MARTÍN, 2003, 302).
 
 
Salieron pues de Córdoba, pasando por Bujalance, Alcaudete y Alcalá la Real, hasta llegar a Granada a finales de enero de 1397. Pocas horas más tarde de comenzar su predicación, fueron encarcelados por el gobernador que regentaba la ciudad, en ausencia del Rey Muhammed que se encontraba en Málaga. En las terribles mazmorras seguían animando a los cautivos, predicándoles para que no abjuraran de la fe en Cristo.
 
 
En abril, regresó el rey nazarí de su viaje, ordenando que los dos frailes compareciesen ante él. A ambos les propuso que se convirtiesen a la religión islámica, sin embargo, perseveraron en su fe cristiana. Fueron golpeados y amenazados de muerte para lograr su conversión pero todo intento fue inútil. El rey Muhammed aplacó su ira y les dio un plazo de reflexión para que abjurasen de Cristo, volviendo a las mazmorras. Transcurrido el plazo fueron llamados de nuevo por el rey quien volvió a preguntarles si iban a apostatar y convertirse en musulmanes. Ante la negativa de los dos frailes, mandó decapitarlos el día 19 de mayo de 1397.
 
 
Sus cuerpos, con sus cabezas envueltas en el hábito franciscano, fueron arrastrados por un caballo desde el lugar de su martirio hasta otro donde los musulmanes enterraban a los cristianos ajusticiados. Allí, unos comerciantes catalanes recogieron sus restos y lograron camuflarlos entre sus mercancías para sacarlos del reino nazarí y llegar a Vich, en cuya catedral quedaron depositados los cuerpos (CARO, 1897).
Conquistada la ciudad por los Reyes Católicos se organizó el arzobispado de Granada, manteniéndose en la tradición la enorme fuerza espiritual de aquellos santos franciscanos. En el año 1590 y queriendo dejar un testimonio formal del suceso, el arzobispo D. Pedro de Castro y Quiñones, levantó una columna conmemorativa en el lugar donde la tradición decía que habían sido decapitados los mártires.
 
 
El Papa Clemente XII en la primera mitad del siglo XVIII aprobó el culto a los dos beatos franciscanos Juan de Cetina y Pedro de Dueñas, mártires de Granada.
 
 
Ahora, nuestra cofradía cuenta con un trozo de aquel ciprés legendario, a cuyas plantas se sentó el rey Felipe IV. Era también lo primero que se veía desde la distancia del inmemorial convento de San Francisco del Monte. Probablemente incluso fuese plantado por los mártires granadinos o quizás lo regaron amorosamente antes de partir hacia su fatal destino. Un árbol, lleno de espiritualidad e Historia que simboliza la inquebrantable fe de estos frailes franciscanos, asesinados por no renunciar a Cristo, cuando quedaban tan sólo 30 años para que se fundase nuestra cofradía. 
 
 
Nuestro más sincero agradecimiento al amigo y académico Rafael Frochoso, que amablemente nos proporcionó tan preciada “reliquia”, además de ser la fuente principal de este pequeño artículo.

BIBLIOGRAFÍA.

 BARRERA MATURANA, J. I. (2004): “Participación de cautivos cristianos en la construcción de la muralla nazarí del Albayzín (Granada): sus graffiti”, A y TM II.I,   págs. 125-158.

CARO, E. (1897): El quinto centenario de los mártires de la Alhambra de Granada, Madrid.

FROCHOSO SÁNCHEZ, R. (2012): Los conventos de San Zoilo armillatense y San Francisco del Monte de Adamuz. Misceláneas sobre S. Francisco de la Arrizafa de Córdoba, Córdoba.

MARTÍN GÓMEZ, C. I. (2003): “Sello del convento de San Pedro el Real de Córdoba”, Congreso Nacional de Numismática (Zaragoza, 2002), págs. 301-306

miércoles, 17 de junio de 2015

EL ANTIGUO MEDALLÓN DEL ESTANDARTE DE LA VIRGEN DE LOS DOLORES DE LA COFRADÍA DE LA VERA CRUZ

Maudilio Moreno Almenara

  

Durante la Guerra Civil muchas piezas que pertenecían a las cofradías penitenciales de Andújar fueron ocultadas por hermanos de las corporaciones para evitar su destrucción. Esta práctica fue normal en muchas ciudades de Andalucía, llegándose incluso a esconderse a las propias imágenes. Es el caso entre otras de la famosa Esperanza Macarena o la Virgen de la Amargura de Sevilla, o en Córdoba la Virgen de las Angustias.
En Andújar no nos consta que se ocultasen las imágenes, de hecho, de haber sido así, se habrían evitado destrucciones tan desgraciadas como las que se produjeron en las cofradías de los Dolores del Carmen, Señor de los Señores, Vera Cruz y Soledad entre otras. Sin embargo, sí nos consta la ocultación de enseres, como varas, medallones de gallardetes, jarras, libros antiguos, coronas, etc. 
En muchos casos estos enseres no se guardaban en las parroquias o conventos, sino que iban entregándose por las juntas de gobiernos salientes a las entrantes, de tal modo que a menudo permanecieron durante muchos años en domicilios particulares.
La impresionante destrucción de la Guerra Civil en Andújar, en especial sobre la imaginería pasionista, que salvo la Virgen de las Angustias desapareció en su integridad, provocó un lapsus temporal en la reorganización de las antiguas cofradías que influyó notablemente en la lenta recuperación de este patrimonio oculto. Este factor, junto con un cierto afán por atesorar estos objetos o en otros casos su devolución a la Iglesia en general, aunque no a la cofradía propietaria, ha provocado no pocas confusiones a la hora de identificar estos enseres con sus cofradías de origen.
La cofradía de la Vera Cruz, contó antaño con un importante legado histórico en forma de enseres (documentos, varas, coronas, medallones de estandartes...), algunos de los cuales han sido recuperados por la propia cofradía a lo largo de los últimos treinta años, aunque otros aún no se encuentran en poder de la cofradía. Entre los enseres que han vuelto a formar parte del patrimonio de la cofradía se encuentran un remate de vara del Cristo de la Columna:   
Esta vara perteneció al hermano mayor de la escuadra del Cristo de la Columna de la Vera Cruz y muestra en el anverso a la imagen homónima y en el reverso a la cruz, típica de las cofradías veracruceras. Otra vara de hermano mayor, ésta de la escuadra de Jesús Nazareno, está hoy en día instalada como remate del denominado Guión de la Redención, un paño cuyo origen desconocemos, aunque ya en la década de los ochenta del pasado siglo se encontraba en posesión de la cofradía. Es una bella pieza de seda bordada también en seda, del siglo XVIII, con motivos de la Pasión y una frase en latín:
 
La vara que remata el guión es, como decíamos, otra insignia recuperada de la Vera Cruz, que muestra en su anverso el anagrama: JHS, propia de las imágenes de Jesús Nazareno, y por el reverso el escudo franciscano de las Cinco Llagas, lo que nos remite inequívocamente a la escuadra de Jesús Nazareno de la Vera Cruz, ya que en dicho convento no existió otra imagen de esta advocación:
Sin embargo, hay otras piezas que antaño formaron parte de nuestro patrimonio y que hoy en día se encuentran en posesión de otras cofradías. Es el caso del medallón de la Virgen de los Dolores de la Vera Cruz, que desde hace años lleva la Cofradía de los Dolores del Carmen en su simpecado o estandarte de salida.
 
Pero lo primero que debemos explicar es porqué este medallón es el de la Virgen de los Dolores de la Cofradía de la Vera Cruz y no el que antaño tuvo la propia Cofradía de los Dolores del Carmen. En este sentido basta una comparación entre las fotografías y lienzos de la antigua titular de los Dolores del Carmen con el medallón para advertir que la imagen representada no es la suya:
Una diferencia clara es la posición de la imagen, ya que la antigua Virgen de los Dolores estaba sentada, mientras que la que aparece en el medallón está de pie.      
Existen otras muchas diferencias pero no cabe duda que ésta es la más relevante y definitiva. La pregunta siguiente que deberíamos hacernos es que si no es la antigua Virgen de los Dolores, qué otra imagen sería. En esta instantánea de la antigua Virgen de la Soledad puede apreciarse que la imagen estaba de rodillas, con las manos entrecruzadas, por lo que tampoco sería la Soledad de San Bartolomé.
La Virgen de la Soledad en realidad estaba de rodillas inspirándose en la de la misma advocación de Madrid, tal y como se aprecia en este grabado.
 
Esta iconografía encaja con otro medallón, éste en posesión de la familia Bellido y que creemos perteneció a la Soledad:
 
En este caso se observa que la Virgen tenía una ráfaga y las manos entrelazadas, con los codos y hombros muy bajos como si efectivamente la imagen representada en el medallón estuviese igualmente de rodillas. No cabe descartar tampoco que hubiese pertenecido a la Virgen de la Soledad de la Cofradía de la Humildad de las Mínimas, ya que también esta otra imagen mariana tenía las manos entrelazadas y estaba de rodillas. En este caso, además, coincide la ausencia de media luna.
 
Por tanto, el medallón de la actual simpecado de la Cofradía de los Dolores del Carmen (popularmente de la Paciencia), representa a una imagen de la Virgen de pie, con corona y con una media luna, y no es ninguna de las tres que conocemos a través de fotografías antiguas.
 
Sabemos que la Virgen de los Dolores de la Cofradía de la Vera Cruz tuvo una media luna en el siglo XIX pues en 1860 se indica:
 “2º.... Id. por el valor de la media luna qe se ha comprado para la Virgen........ 110
En 1907 también se restauró la corona de la Virgen:
Por componer la corona de la Virgen........................  50 
Por tanto, contamos con dos datos coincidentes con la representación del medallón, tanto la media luna como la corona, que no ráfaga. Estos datos ya de por sí apuntan a que la imagen representada sea la de la Virgen de los Dolores de la Cofradía de la Vera Cruz. Por si ello fuese poco, el propio José Palomino (“Josito”), al que llegó el medallón, en una entrevista que tuvimos ocasión de hacerle años antes de su fallecimiento, nos indicó que el citado medallón provenía de San Francisco y era el de la Virgen de la Cofradía de la Vera Cruz, que él conoció en su niñez. Él nos dijo que el medallón es de latón, que lo mandó platear en Córdoba y que durante el año en que ostentó el cargo de Hermano Mayor de la Cofradía de la Paciencia (1973) realizó el simpecado, aunque no pudo estrenarse ese año porque llovió.
En las características del medallón se observan coincidencias que vienen a confirmar este dato, por ejemplo con el fondo de la vara del Cristo de la Columna de la Vera Cruz, que aparece matizado con punzones.
 
Otros detalles interesantes es que el medallón cuenta con dos emblemas en las cartelas laterales: uno con el anagrama JHS y otro con el de María Virgen. El anagrama JHS fue asumido por la cofradía a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX. Aparece en unas reglas del año 1928, en la antigua vara de Jesús Nazareno, actual remate del guión de la Redención, o en los escudos de los trajes de los nazarenos: 
 
Por tanto, son varias las coincidencias, aparte del testimonio directo de D. José Palomino, que avalan que este medallón fue el del simpecado de la Cofradía de la Vera Cruz y que la Virgen representada es nuestra antigua titular, desaparecida en la Guerra Civil.
La figura es muy detallista a pesar del pequeño tamaño y evidencia un estilo de vestir la imagen muy diferente de muchas otras de Andújar, más sevillano. Estamos casi seguros que fue realizado a partir de una fotografía. realizada en el altar de la cofradía en la iglesia de San Francisco. De hecho aparece detrás de la imagen una ráfaga similar a la que tenía la Virgen de los Dolores de Córdoba en su altar:
 
Hemos encontrado, por tanto, otra pieza del antiguo patrimonio de la Cofradía de la Vera Cruz, y de momento, la única representación gráfica de nuestra antigua Virgen. La corona que aparece, con cuatro imperiales, puede que también se conserve, pues según Rafael Frías, la actual corona de la Virgen del Carmen de Santa María, procede igualmente de San Francisco y es también de cuatro imperiales, con lo que podría ser ésta que aparece en el medallón.  
La Virgen aparece con manto bordado de capilla (corto) y saya también bordada. En lugar de cinturilla ostenta un fajín anudado rematado con dos borlas. En una mano tiene un rosario y en la otra un pañuelo. En el pecho, el corazón con los siete puñales de su advocación y la media luna que hemos comentado. Se dispone sobre  una peana tallada y el tocado es suelto, dejando ver el cuello, es decir, lejos de la estética que se ha observado en las otras imágenes.
 
La corona fue realizada entre 1744 y 1770. En el inventario del año 1744 aparece una diadema, como las otras imágenes que hemos visto (Soledad de San Bartolomé (anteriormente de Mínimos), Soledad de Mínimas y Virgen de los Dolores del Carmen):
 
Sin embargo, en 1770 ya aparece, como la hará a partir de ese momento una corona de plata:
 
Por tanto, la corona fue realizada entre 1744 y 1770, es decir, a mediados del siglo XVIII. Pensamos incluso que la fecha de ejecución podría quedar comprendida entre 1754-1756 o bien entre 1761-1763. En una anotación del año 1766 se indica que en estos años no se presentaron cuentas por los respectivos gobernadores, lo que explicaría que aunque figuren en los inventarios la presencia de la corona, a partir de 1770, no se encuentre en estos años la partida del coste de la presea.
En la mencionada anotación se indica textualmente lo siguiente: “...y en vistta de qe de los años desde tres de Maio de 54 hastta otrotal dia del de 56 qe corren dos años, no se hallan quentas destte tiempo, ni de los años desde tres de Maio de 61 hastta de presente (se entiende que las de 1766 abarcan desde el 3 de mayo de 1763 al 3 de mayo de 1766), manda su ss. Illma qe el Governador actual haga se les reciva quentas a los Governadores  qe en dichos años le hubieran sido, haciendolas dar sin dilacion alguna....” A pesar de solicitarse estas cuentas no nos consta que se entregasen, de ahí el lapsus.
Por estos años sabemos que el maestro platero Antonio de Luque restauró y limpió las potencias de Jesús de la Columna, en concreto figura el coste de dicho trabajo en el año 1744, por lo que podría haberse recurrido al citado platero (probablemente cordobés) para la ejecución de la corona.
También consta que en el año 1768 la cofradía completaba la renovación del ajuar de la Virgen de los Dolores al emplear 1895 reales en la confección de un manto de salida de terciopelo negro con galón ancho, 120 reales en la realización de un corazón de plata sobredorado y 450 reales más en la talla de un trono de madera dorada para la Virgen, que probablemente fuese en realidad una peana. Todo ello sumaba la nada despreciable cantidad de casi 2.500 reales en diferentes enseres para la Virgen, cuyo ajuar se venía renovando en ese tiempo, por lo que la corona fue una pieza más de este proceso. Vemos pues, que al contrario que otras imágenes marianas de cofradías de Andújar, que solían tener una ráfaga o diadema, la Virgen de los Dolores de la Vera Cruz tuvo una corona a partir de mediados del siglo XVIII.
El único caso de otra corona antigua que conocemos en una imagen mariana de Pasión, es el de la Virgen de las Angustias. Coincide en ambas coronas antiguas la ausencia de estrellas en la ráfaga.


 
BIBLIOGRAFÍA.
PALOMINO LEÓN, J. A. (2003): Ermitas, Capillas y Oratorios de Andújar y su término, Jáen.


[1] Fotografías Fototeca Universidad de Sevilla, Jorge Rodríguez, Manuel Almansa, Blog Andújar en la Historia, Rafael Frías, Maudilio Moreno...

lunes, 25 de mayo de 2015

LAS ROSAS DE SEDA - UN PAÑO BORDADO DEL TALLER TOLEDANO DE MOLERO EN LA COFRADÍA DE LA VERA CRUZ DE ANDÚJAR


Maudilio Moreno Almenara

 
Las ropas eclesiásticas de antaño (dalmáticas, capas y casullas) fueron objeto de trabajos artísticos de enorme valor, principalmente tejidos y bordados. Sin lugar a dudas las mejores piezas se destinaron a las catedrales, donde el Arte del bordado alcanzó cotas altísimas. Valga como ejemplo esta curiosa fotografía de fines del siglo XIX de la catedral de Toledo, donde aparece un personaje ataviado con una capa pluvial, otro con una riquísima dalmática, una soberbia manga de cruz y una no menos excelente colgadura.
 
 
El bordado en oro fue desde luego la estrella de estos conjuntos textiles, aunque no faltaron los realizados con sedas de colores, a veces combinados, para conformar escenas de apariencia pictórica. Aparte de esta labor de bordado, existieron tejidos muy ricos como los brocados, damascos, tisúes de oro y plata, sedas, espolines, etc.
 
Al tratarse de prendas de vestir y en otros casos telas para procesionar (manguillas, faldones...), en ocasiones sufrían las inclemencias del tiempo como la lluvia y por su uso, se desgastaban y deterioraban con frecuencia. Este natural envejecimiento conllevó que en muchos casos las piezas se quemasen para obtener el oro (en realidad hilo de plata, dorado), o simplemente se perdiesen para siempre por su mala conservación.
 
Podría pensarse que tan sólo las grandes catedrales de España (Toledo, Sevilla, Santiago...) pudieron tener este tipo de piezas. No fue así, en nuestra provincia existieron bordados simplemente espectaculares, como ejemplo mostramos dos manguillas: la de la izquierda de la catedral de Jaén y la de la derecha de la Sacra Capilla del Salvador de Úbeda. Estas fotografías proceden del catálogo de Romero de Torres, realizado antes de la Guerra Civil:
 
 
Pero no sólo las catedrales y grandes templos tuvieron estos ricos bordados. En muchas ocasiones algunos sacerdotes adinerados o nobles donaron a parroquias mucho más humildes ropas destacadísimas, de gran valor artístico, como estas capas pluviales de Bedmar (la de la izquierda) y Torredelcampo (la de la derecha). De nuevo las fotografías fueron realizadas para el Catálogo Histórico Artístico de la Provincia de Jaén de Enrique Romero de Torres, documento esencial para el conocimiento de buena parte del tesoro artístico de nuestra provincia, pues parte de estos bordados se perdieron para siempre.
 
 
Estos impresionantes ropajes corresponden a los momentos álgidos del bordado español, los siglos XVI y XVII. El siglo XVIII fue distinto. A la vez que se continuaban confeccionando bordados tan espectaculares como éstos, fueron introduciéndose paulatinamente otras técnicas, deudoras del tapiz, que en parte introdujeron la “mecanización” en estos trabajos. Estas máquinas no eran exactamente tales, sino telares manuales en los que se empleaban dibujos o cartones, a modo de patrones, que luego se tejían. La aguja dejó paso así al telar. Los materiales fueron los mismos: hilo de oro y de seda, y aunque en detalle no eran iguales, el efecto era parecido. Se aligeraba así el tedioso trabajo de la puntada monótona del bordado y con ello este tipo de telas “ricas” se hicieron más asequibles.
 
Fue el tiempo de la protoindustralización, las máquinas aligeraban el trabajo manual pero sólo de manera parcial. Los cartones, de los que se conservan varios en el Museo de Barcelona (AINAUD de LASARTE, 1959) a veces se repetían, y a veces no. Se solían hacer variaciones para evitar la seriación, aunque en ocasiones la demanda hacía que saliesen de los talleres tejidos prácticamente iguales.
 
Destacó en este nuevo panorama la ciudad de Toledo, donde proliferaron los talleres que trabajaron la seda, el hilo de oro y de plata. Entre estos talleres gozó de gran fama el de Miguel Gregorio Molero. Un cronista del siglo XVIII indicó lo siguiente: “Miguel Gregorio Molero mantuvo en su casa desde el año 1714 por su dirección y la de su suegro Cristóbal Morales, crecida fábrica de tejidos de seda anchos (25 telares) y angostos (entre 60 y 70) de todas clases y también mucho tiempo labró telas con mezcla de plata y oro” (AGUILAR, 2011, 611). Aparte de su calidad, Molero destacó por la confección de piezas sin costuras, ya que mientras otros telares obtenías tiras que luego había que coser, la alta especialización y calidad de su taller motivó la producción de tejidos anchos en una sola pieza. Es el caso de las capas pluviales, dalmáticas, etc.
 
En muchas catedrales españolas existieron vestidos litúrgicos de la manufactura de Molero. Un caso muy próximo es el de esta magnífica capa pluvial de la Catedral de Baeza, posiblemente desaparecida, pero que figura en el catálogo histórico-artístico de la provincia de Jaén de Romero de Torres. Bajo el capillo, como tenía por costumbre su autor, se disponía la firma y fecha, en este caso el año 1788.
 
 
En este caso la leyenda es mucho más amplia y alude al benefactor que regaló la capa, aunque lo normal es que aparezca como hemos dicho sólo la firma y en algún caso la fecha, no en números romanos sino arábigos.
 
 
Otras catedrales como la de Lérida y Córdoba cuentan en la actualidad con capas de Molero con el mismo modelo aunque con fondo distinto que ésta de colección particular.
 
 
O esta otra de la catedral de Sevilla, firmada igualmente bajo el capillo y que procede del mismo dibujo original como puede apreciarse.
 
 
En la catedrales de Calahorra (La Rioja), Santiago de Compostela y en la iglesia de Santa María de Chinchilla de Monteagudo (Albacete) también existen varias capas pluviales de Molero.
 
En Ciudad Real se conserva un terno completo (casulla y dos dalmáticas) del año 1772 en el museo de la catedral:
 
Existen también dos magnificas capas de Molero en el convento de San Clemente de Toledo, una es la que reproducimos a continuación.
 
 
La mayor parte de las obras de este taller se corresponden con tejidos de fines del siglo XVIII. El momento culminante de esta manufactura se produjo a partir de 1765, año en el que se le encargó la suntuosa colcha del lecho nupcial del príncipe Carlos (futuro Carlos IV) y María Luisa de Parma (AINAUD de LASARTE, 1959, 65). Suponemos que en agradecimiento por esta obra, el rey Carlos III le concedió en 1771 el privilegio de poder usar las armas reales.
 
Durante el siglo XIX sufrió los envites de la Guerra de la Independencia (1808-1814) y las nefastas consecuencias de la desamortización de Mendizábal (1835). Aunque subsistió, tan sólo realizaba contados encargos, destacando el regalo realizado por los reyes al papa Pío IX, la noticia queda recogida en el año 1857: “Su estado normal es el de hallarse cerrado el establecimiento, y sólo por excepción se despacha algún encargo particular, como el que hace cuatro o cinco años se dignó encomendar S. M. la Reina, de un juego completo de Pontificales de todos los colores que usa la Iglesia, para regalar a su Santidad Pío IX, que los ha recibido como cosa de notable mérito” (IBID., 1959, 68).  El papa, cuya beatificación tuvo lugar durante el papado de Juan Pablo II, fue el protagonista indiscutible de la definición del Dogma de la Inmaculada Concepción, desarrollada en su bula Ineffabilis Deus, publicada el día 8 de diciembre de 1854.
 
 
Una antigua reliquia de su sangre figura en el remate de nuestro sinelabe, estrenado en 2015, y realizado a partir de bordados del siglo XVIII restaurados por Mercedes Castro y orfebrería de Antonio Cuadrado. Una insignia venerable, que supera su concepto primigenio, pues el papa que definió el Dogma está físicamente en ella. Es por ello que se lleva siempre manifestada. Un viaje en el tiempo desde Roma hasta la pontificia cofradía de Andújar, decana de la diócesis de Jaén.
 
La primera vez que ha salido en procesión tras el Domingo de Ramos, ha sido con nuestra Excelsa Patrona la Santísima Virgen de la Cabeza, en honor al madrinazgo que ostenta la Cofradía Matriz sobre nuestra Virgen de los Dolores, en cuyo cortejo figura habitualmente este “monumento” al Dogma.
 
 
Una de las casullas del Vaticano del taller de Molero que la reina Isabel II (1843-1868) regaló al Vaticano es ésta que llevó el papa emérito Benedicto XVI.
 
 
También el Museo de Artes Decorativas de Madrid conserva algunas piezas del taller toledano de Miguel Gregorio Molero. En concreto una casulla sobre fondo blanco.
 
 
Y algunos cubrecálices fechados a principios del siglo XIX que muestran ya un cierto decaimiento de la calidad de la manufactura, así como dibujos más esquemáticos.
 
 
No fue éste de Molero el único taller que existió en Toledo en el siglo XVIII, también tuvieron gran fama los de Ildefonso Bernestolfo, del que mostramos una capa pluvial del año 1797, y sobre todo el taller de Medrano, del que se conservan importantes piezas en el Monasterio de El Escorial y en la catedral de Toledo, además del terno de San Servando y San Germán en Cádiz.
 
 
Como hemos comprobado a través de estas líneas el taller de hilo de seda, oro y plata de Miguel Gregorio Molero fue uno de los más destacados del siglo XVIII en España. La mayoría de las obras que se conservan están en museos y catedrales de todo el territorio peninsular, no en vano, destacó por la magnífica calidad de las telas que salían de la manufactura. Pues bien, con motivo de la solemne presentación del Santo Lignum Crucis de la Cofradía de la Santa Vera Cruz en febrero del año 2013 nuestra corporación adquirió en un anticuario y restauró un paño de altar de esta fábrica de indudable calidad.
 
Se trata de una pieza de fines del siglo XVIII cuya autor desconocíamos en el momento del acto público. Fue el Ilustrísimo Sr. D. Francisco Juan Martínez Rojas, demostrando su impresionante formación artística, quien nos apuntó la posibilidad de que el paño hubiese salido del taller de Molero en el siglo XVIII. Animados por dicho magisterio nos dispusimos a investigar el apunte para llegar a concluir que su hipótesis fue claramente certera.[1] 
 
 
El paño de la cofradía de la Vera Cruz de Andújar tiene unas dimensiones de 170 x 33 cms. y está labrado en forma de tisú de oro con hilos de seda de colores y enriquecido con bordado de hilo de plata y oro. Muestra en el centro el triángulo o símbolo de Dios Padre entre masas nubosas, con el nombre Yahveh presidiéndolo, escrito en perfecto hebreo.
 
 
Las nubes aparecen rodeadas de ráfagas o rayos. De los rayos inferiores parten dos ramas de primoroso y elegante dibujo que cuentan con dos rosas en su color, combinado con un suave color castaño y plata en la parte intermedia y dos flores violetas en las zonas próximas a los remates. Es ésta la razón por la que la cofradía lo denomina: “Paño de las rosas”.
 
 
Antes de disponer el forro en la parte posterior de la pieza la fotografiamos el envés para advertir la técnica empleada.
 
 
Se restauró para la ocasión añadiéndole un marco confeccionado con galón de oro antiguo y dos tiras de fleco de oro, también antiguo en los extremos, así como un forro de seda en color rojo intenso de brillo oscuro.
 
 
Este paño de las rosas, es claramente una pieza soberbia, digna de estar en cualquier museo español por su extraordinaria calidad.
 
La cofradía de la Santa Vera Cruz de Andújar quiso que abrazase la peana sobre la que se dispuso el Santo Lignum Crucis y a partir de ese momento suele llevarlo como paño de hombros el nazareno portador de la reliquia.
 
 
Este año de 2015 la cofradía del Santo Sepulcro de Córdoba ha recuperado esta técnica centenaria, casi perdida ya, para hacer un soberbio manto para la Santísima Virgen del Desconsuelo. Sin lugar a dudas una puerta para las cofradías que podrán hacer tejidos de extraordinaria calidad en brocatel tras la pionera “investigación” realizada por la cofradía cordobesa. El magnífico diseño ha sido realizado por D. José Juan Fernández Martínez siguiendo el estilo neomanierista del palio. 
 

BIBLIOGRAFÍA.
 AGUILAR DÍAZ, J. (2011): “Ornamentos de Miguel Gregorio Molero en el Museo de Artes Decorativas”, Laboratorio de Arte nº 23, págs. 609-615, Sevilla.
AINAUD DE LASARTE, J. (1959) “Modelos de capas pluviales toledanas en el Museo de Barcelona”, Toletum nº 2, págs. 61-69.
SIGÜENZA PELARDA, C. (2006): “Los ornamentos sagrados en la Rioja. El arte del bordado durante la Edad Moderna”, Berceo nº 150, págs. 189-230.



[1] Desde aquí nuestro agradecimiento y reconocimiento más sincero a D. Francisco. Personas como él engrandecen a nuestra Santa Madre Iglesia, con su espectacular magisterio y su cercanía. Él ha sido protagonista indiscutible en la llegada a nuestra cofradía del Santo Lignum Crucis.