lunes, 25 de mayo de 2015

LAS ROSAS DE SEDA - UN PAÑO BORDADO DEL TALLER TOLEDANO DE MOLERO EN LA COFRADÍA DE LA VERA CRUZ DE ANDÚJAR


Maudilio Moreno Almenara

 
Las ropas eclesiásticas de antaño (dalmáticas, capas y casullas) fueron objeto de trabajos artísticos de enorme valor, principalmente tejidos y bordados. Sin lugar a dudas las mejores piezas se destinaron a las catedrales, donde el Arte del bordado alcanzó cotas altísimas. Valga como ejemplo esta curiosa fotografía de fines del siglo XIX de la catedral de Toledo, donde aparece un personaje ataviado con una capa pluvial, otro con una riquísima dalmática, una soberbia manga de cruz y una no menos excelente colgadura.
 
 
El bordado en oro fue desde luego la estrella de estos conjuntos textiles, aunque no faltaron los realizados con sedas de colores, a veces combinados, para conformar escenas de apariencia pictórica. Aparte de esta labor de bordado, existieron tejidos muy ricos como los brocados, damascos, tisúes de oro y plata, sedas, espolines, etc.
 
Al tratarse de prendas de vestir y en otros casos telas para procesionar (manguillas, faldones...), en ocasiones sufrían las inclemencias del tiempo como la lluvia y por su uso, se desgastaban y deterioraban con frecuencia. Este natural envejecimiento conllevó que en muchos casos las piezas se quemasen para obtener el oro (en realidad hilo de plata, dorado), o simplemente se perdiesen para siempre por su mala conservación.
 
Podría pensarse que tan sólo las grandes catedrales de España (Toledo, Sevilla, Santiago...) pudieron tener este tipo de piezas. No fue así, en nuestra provincia existieron bordados simplemente espectaculares, como ejemplo mostramos dos manguillas: la de la izquierda de la catedral de Jaén y la de la derecha de la Sacra Capilla del Salvador de Úbeda. Estas fotografías proceden del catálogo de Romero de Torres, realizado antes de la Guerra Civil:
 
 
Pero no sólo las catedrales y grandes templos tuvieron estos ricos bordados. En muchas ocasiones algunos sacerdotes adinerados o nobles donaron a parroquias mucho más humildes ropas destacadísimas, de gran valor artístico, como estas capas pluviales de Bedmar (la de la izquierda) y Torredelcampo (la de la derecha). De nuevo las fotografías fueron realizadas para el Catálogo Histórico Artístico de la Provincia de Jaén de Enrique Romero de Torres, documento esencial para el conocimiento de buena parte del tesoro artístico de nuestra provincia, pues parte de estos bordados se perdieron para siempre.
 
 
Estos impresionantes ropajes corresponden a los momentos álgidos del bordado español, los siglos XVI y XVII. El siglo XVIII fue distinto. A la vez que se continuaban confeccionando bordados tan espectaculares como éstos, fueron introduciéndose paulatinamente otras técnicas, deudoras del tapiz, que en parte introdujeron la “mecanización” en estos trabajos. Estas máquinas no eran exactamente tales, sino telares manuales en los que se empleaban dibujos o cartones, a modo de patrones, que luego se tejían. La aguja dejó paso así al telar. Los materiales fueron los mismos: hilo de oro y de seda, y aunque en detalle no eran iguales, el efecto era parecido. Se aligeraba así el tedioso trabajo de la puntada monótona del bordado y con ello este tipo de telas “ricas” se hicieron más asequibles.
 
Fue el tiempo de la protoindustralización, las máquinas aligeraban el trabajo manual pero sólo de manera parcial. Los cartones, de los que se conservan varios en el Museo de Barcelona (AINAUD de LASARTE, 1959) a veces se repetían, y a veces no. Se solían hacer variaciones para evitar la seriación, aunque en ocasiones la demanda hacía que saliesen de los talleres tejidos prácticamente iguales.
 
Destacó en este nuevo panorama la ciudad de Toledo, donde proliferaron los talleres que trabajaron la seda, el hilo de oro y de plata. Entre estos talleres gozó de gran fama el de Miguel Gregorio Molero. Un cronista del siglo XVIII indicó lo siguiente: “Miguel Gregorio Molero mantuvo en su casa desde el año 1714 por su dirección y la de su suegro Cristóbal Morales, crecida fábrica de tejidos de seda anchos (25 telares) y angostos (entre 60 y 70) de todas clases y también mucho tiempo labró telas con mezcla de plata y oro” (AGUILAR, 2011, 611). Aparte de su calidad, Molero destacó por la confección de piezas sin costuras, ya que mientras otros telares obtenías tiras que luego había que coser, la alta especialización y calidad de su taller motivó la producción de tejidos anchos en una sola pieza. Es el caso de las capas pluviales, dalmáticas, etc.
 
En muchas catedrales españolas existieron vestidos litúrgicos de la manufactura de Molero. Un caso muy próximo es el de esta magnífica capa pluvial de la Catedral de Baeza, posiblemente desaparecida, pero que figura en el catálogo histórico-artístico de la provincia de Jaén de Romero de Torres. Bajo el capillo, como tenía por costumbre su autor, se disponía la firma y fecha, en este caso el año 1788.
 
 
En este caso la leyenda es mucho más amplia y alude al benefactor que regaló la capa, aunque lo normal es que aparezca como hemos dicho sólo la firma y en algún caso la fecha, no en números romanos sino arábigos.
 
 
Otras catedrales como la de Lérida y Córdoba cuentan en la actualidad con capas de Molero con el mismo modelo aunque con fondo distinto que ésta de colección particular.
 
 
O esta otra de la catedral de Sevilla, firmada igualmente bajo el capillo y que procede del mismo dibujo original como puede apreciarse.
 
 
En la catedrales de Calahorra (La Rioja), Santiago de Compostela y en la iglesia de Santa María de Chinchilla de Monteagudo (Albacete) también existen varias capas pluviales de Molero.
 
En Ciudad Real se conserva un terno completo (casulla y dos dalmáticas) del año 1772 en el museo de la catedral:
 
Existen también dos magnificas capas de Molero en el convento de San Clemente de Toledo, una es la que reproducimos a continuación.
 
 
La mayor parte de las obras de este taller se corresponden con tejidos de fines del siglo XVIII. El momento culminante de esta manufactura se produjo a partir de 1765, año en el que se le encargó la suntuosa colcha del lecho nupcial del príncipe Carlos (futuro Carlos IV) y María Luisa de Parma (AINAUD de LASARTE, 1959, 65). Suponemos que en agradecimiento por esta obra, el rey Carlos III le concedió en 1771 el privilegio de poder usar las armas reales.
 
Durante el siglo XIX sufrió los envites de la Guerra de la Independencia (1808-1814) y las nefastas consecuencias de la desamortización de Mendizábal (1835). Aunque subsistió, tan sólo realizaba contados encargos, destacando el regalo realizado por los reyes al papa Pío IX, la noticia queda recogida en el año 1857: “Su estado normal es el de hallarse cerrado el establecimiento, y sólo por excepción se despacha algún encargo particular, como el que hace cuatro o cinco años se dignó encomendar S. M. la Reina, de un juego completo de Pontificales de todos los colores que usa la Iglesia, para regalar a su Santidad Pío IX, que los ha recibido como cosa de notable mérito” (IBID., 1959, 68).  El papa, cuya beatificación tuvo lugar durante el papado de Juan Pablo II, fue el protagonista indiscutible de la definición del Dogma de la Inmaculada Concepción, desarrollada en su bula Ineffabilis Deus, publicada el día 8 de diciembre de 1854.
 
 
Una antigua reliquia de su sangre figura en el remate de nuestro sinelabe, estrenado en 2015, y realizado a partir de bordados del siglo XVIII restaurados por Mercedes Castro y orfebrería de Antonio Cuadrado. Una insignia venerable, que supera su concepto primigenio, pues el papa que definió el Dogma está físicamente en ella. Es por ello que se lleva siempre manifestada. Un viaje en el tiempo desde Roma hasta la pontificia cofradía de Andújar, decana de la diócesis de Jaén.
 
La primera vez que ha salido en procesión tras el Domingo de Ramos, ha sido con nuestra Excelsa Patrona la Santísima Virgen de la Cabeza, en honor al madrinazgo que ostenta la Cofradía Matriz sobre nuestra Virgen de los Dolores, en cuyo cortejo figura habitualmente este “monumento” al Dogma.
 
 
Una de las casullas del Vaticano del taller de Molero que la reina Isabel II (1843-1868) regaló al Vaticano es ésta que llevó el papa emérito Benedicto XVI.
 
 
También el Museo de Artes Decorativas de Madrid conserva algunas piezas del taller toledano de Miguel Gregorio Molero. En concreto una casulla sobre fondo blanco.
 
 
Y algunos cubrecálices fechados a principios del siglo XIX que muestran ya un cierto decaimiento de la calidad de la manufactura, así como dibujos más esquemáticos.
 
 
No fue éste de Molero el único taller que existió en Toledo en el siglo XVIII, también tuvieron gran fama los de Ildefonso Bernestolfo, del que mostramos una capa pluvial del año 1797, y sobre todo el taller de Medrano, del que se conservan importantes piezas en el Monasterio de El Escorial y en la catedral de Toledo, además del terno de San Servando y San Germán en Cádiz.
 
 
Como hemos comprobado a través de estas líneas el taller de hilo de seda, oro y plata de Miguel Gregorio Molero fue uno de los más destacados del siglo XVIII en España. La mayoría de las obras que se conservan están en museos y catedrales de todo el territorio peninsular, no en vano, destacó por la magnífica calidad de las telas que salían de la manufactura. Pues bien, con motivo de la solemne presentación del Santo Lignum Crucis de la Cofradía de la Santa Vera Cruz en febrero del año 2013 nuestra corporación adquirió en un anticuario y restauró un paño de altar de esta fábrica de indudable calidad.
 
Se trata de una pieza de fines del siglo XVIII cuya autor desconocíamos en el momento del acto público. Fue el Ilustrísimo Sr. D. Francisco Juan Martínez Rojas, demostrando su impresionante formación artística, quien nos apuntó la posibilidad de que el paño hubiese salido del taller de Molero en el siglo XVIII. Animados por dicho magisterio nos dispusimos a investigar el apunte para llegar a concluir que su hipótesis fue claramente certera.[1] 
 
 
El paño de la cofradía de la Vera Cruz de Andújar tiene unas dimensiones de 170 x 33 cms. y está labrado en forma de tisú de oro con hilos de seda de colores y enriquecido con bordado de hilo de plata y oro. Muestra en el centro el triángulo o símbolo de Dios Padre entre masas nubosas, con el nombre Yahveh presidiéndolo, escrito en perfecto hebreo.
 
 
Las nubes aparecen rodeadas de ráfagas o rayos. De los rayos inferiores parten dos ramas de primoroso y elegante dibujo que cuentan con dos rosas en su color, combinado con un suave color castaño y plata en la parte intermedia y dos flores violetas en las zonas próximas a los remates. Es ésta la razón por la que la cofradía lo denomina: “Paño de las rosas”.
 
 
Antes de disponer el forro en la parte posterior de la pieza la fotografiamos el envés para advertir la técnica empleada.
 
 
Se restauró para la ocasión añadiéndole un marco confeccionado con galón de oro antiguo y dos tiras de fleco de oro, también antiguo en los extremos, así como un forro de seda en color rojo intenso de brillo oscuro.
 
 
Este paño de las rosas, es claramente una pieza soberbia, digna de estar en cualquier museo español por su extraordinaria calidad.
 
La cofradía de la Santa Vera Cruz de Andújar quiso que abrazase la peana sobre la que se dispuso el Santo Lignum Crucis y a partir de ese momento suele llevarlo como paño de hombros el nazareno portador de la reliquia.
 
 
Este año de 2015 la cofradía del Santo Sepulcro de Córdoba ha recuperado esta técnica centenaria, casi perdida ya, para hacer un soberbio manto para la Santísima Virgen del Desconsuelo. Sin lugar a dudas una puerta para las cofradías que podrán hacer tejidos de extraordinaria calidad en brocatel tras la pionera “investigación” realizada por la cofradía cordobesa. El magnífico diseño ha sido realizado por D. José Juan Fernández Martínez siguiendo el estilo neomanierista del palio. 
 

BIBLIOGRAFÍA.
 AGUILAR DÍAZ, J. (2011): “Ornamentos de Miguel Gregorio Molero en el Museo de Artes Decorativas”, Laboratorio de Arte nº 23, págs. 609-615, Sevilla.
AINAUD DE LASARTE, J. (1959) “Modelos de capas pluviales toledanas en el Museo de Barcelona”, Toletum nº 2, págs. 61-69.
SIGÜENZA PELARDA, C. (2006): “Los ornamentos sagrados en la Rioja. El arte del bordado durante la Edad Moderna”, Berceo nº 150, págs. 189-230.



[1] Desde aquí nuestro agradecimiento y reconocimiento más sincero a D. Francisco. Personas como él engrandecen a nuestra Santa Madre Iglesia, con su espectacular magisterio y su cercanía. Él ha sido protagonista indiscutible en la llegada a nuestra cofradía del Santo Lignum Crucis.  

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