Maudilio Moreno Almenara
El
bordado en oro fue desde luego la estrella de estos conjuntos textiles, aunque
no faltaron los realizados con sedas de colores, a veces combinados, para
conformar escenas de apariencia pictórica. Aparte de esta labor de bordado,
existieron tejidos muy ricos como los brocados, damascos, tisúes de oro y
plata, sedas, espolines, etc.
Al tratarse de prendas de vestir y
en otros casos telas para procesionar (manguillas, faldones...), en ocasiones
sufrían las inclemencias del tiempo como la lluvia y por su uso, se desgastaban
y deterioraban con frecuencia. Este natural envejecimiento conllevó que en
muchos casos las piezas se quemasen para obtener el oro (en realidad hilo de
plata, dorado), o simplemente se perdiesen para siempre por su mala
conservación.
Podría pensarse que tan sólo las
grandes catedrales de España (Toledo, Sevilla, Santiago...) pudieron tener este
tipo de piezas. No fue así, en nuestra provincia existieron bordados
simplemente espectaculares, como ejemplo mostramos dos manguillas: la de la
izquierda de la catedral de Jaén y la de la derecha de la Sacra Capilla del
Salvador de Úbeda. Estas fotografías proceden del catálogo de Romero de Torres,
realizado antes de la Guerra Civil:
Pero no
sólo las catedrales y grandes templos tuvieron estos ricos bordados. En muchas
ocasiones algunos sacerdotes adinerados o nobles donaron a parroquias mucho más
humildes ropas destacadísimas, de gran valor artístico, como estas capas
pluviales de Bedmar (la de la izquierda) y Torredelcampo (la de la derecha). De
nuevo las fotografías fueron realizadas para el Catálogo Histórico Artístico de
la Provincia de Jaén de Enrique Romero de Torres, documento esencial para el
conocimiento de buena parte del tesoro artístico de nuestra provincia, pues
parte de estos bordados se perdieron para siempre.
Estos
impresionantes ropajes corresponden a los momentos álgidos del bordado español,
los siglos XVI y XVII. El siglo XVIII fue distinto. A la vez que se continuaban
confeccionando bordados tan espectaculares como éstos, fueron introduciéndose
paulatinamente otras técnicas, deudoras del tapiz, que en parte introdujeron la
“mecanización” en estos trabajos. Estas máquinas no eran exactamente tales,
sino telares manuales en los que se empleaban dibujos o cartones, a modo de
patrones, que luego se tejían. La aguja dejó paso así al telar. Los materiales
fueron los mismos: hilo de oro y de seda, y aunque en detalle no eran iguales,
el efecto era parecido. Se aligeraba así el tedioso trabajo de la puntada
monótona del bordado y con ello este tipo de telas “ricas” se hicieron más
asequibles.
Fue el tiempo de la protoindustralización, las máquinas aligeraban el
trabajo manual pero sólo de manera parcial. Los cartones, de los que se
conservan varios en el Museo de Barcelona (AINAUD de LASARTE, 1959) a veces se
repetían, y a veces no. Se solían hacer variaciones para evitar la seriación, aunque
en ocasiones la demanda hacía que saliesen de los talleres tejidos
prácticamente iguales.
Destacó en este nuevo panorama la ciudad de Toledo, donde proliferaron
los talleres que trabajaron la seda, el hilo de oro y de plata. Entre estos
talleres gozó de gran fama el de Miguel Gregorio Molero. Un cronista del siglo
XVIII indicó lo siguiente: “Miguel Gregorio Molero mantuvo en su casa desde el
año 1714 por su dirección y la de su suegro Cristóbal Morales, crecida fábrica
de tejidos de seda anchos (25 telares) y angostos (entre 60 y 70) de todas
clases y también mucho tiempo labró telas con mezcla de plata y oro” (AGUILAR,
2011, 611). Aparte de su calidad, Molero destacó por la confección de piezas
sin costuras, ya que mientras otros telares obtenías tiras que luego había que
coser, la alta especialización y calidad de su taller motivó la producción de
tejidos anchos en una sola pieza. Es el caso de las capas pluviales,
dalmáticas, etc.
En muchas catedrales españolas
existieron vestidos litúrgicos de la manufactura de Molero. Un caso muy próximo
es el de esta magnífica capa pluvial de la Catedral de Baeza, posiblemente
desaparecida, pero que figura en el catálogo histórico-artístico de la
provincia de Jaén de Romero de Torres. Bajo el capillo, como tenía por
costumbre su autor, se disponía la firma y fecha, en este caso el año 1788.
En este caso la leyenda es
mucho más amplia y alude al benefactor que regaló la capa, aunque lo normal es
que aparezca como hemos dicho sólo la firma y en algún caso la fecha, no en
números romanos sino arábigos.
Otras catedrales como la de
Lérida y Córdoba cuentan en la actualidad con capas de Molero con el mismo
modelo aunque con fondo distinto que ésta de colección particular.
O esta otra de la catedral de
Sevilla, firmada igualmente bajo el capillo y que procede del mismo dibujo
original como puede apreciarse.
En la catedrales de Calahorra
(La Rioja), Santiago de Compostela y en la iglesia de Santa María de Chinchilla
de Monteagudo (Albacete) también existen varias capas pluviales de Molero.
En Ciudad Real se conserva un
terno completo (casulla y dos dalmáticas) del año 1772 en el museo de la
catedral:
Existen también dos magnificas
capas de Molero en el convento de San Clemente de Toledo, una es la que
reproducimos a continuación.
La mayor parte de las obras de
este taller se corresponden con tejidos de fines del siglo XVIII. El momento
culminante de esta manufactura se produjo a partir de 1765, año en el que se le
encargó la suntuosa colcha del lecho nupcial del príncipe Carlos (futuro Carlos
IV) y María Luisa de Parma (AINAUD de LASARTE, 1959, 65). Suponemos que en
agradecimiento por esta obra, el rey Carlos III le concedió en 1771 el
privilegio de poder usar las armas reales.
Durante el siglo XIX sufrió
los envites de la Guerra de la Independencia (1808-1814) y las nefastas
consecuencias de la desamortización de Mendizábal (1835). Aunque subsistió, tan
sólo realizaba contados encargos, destacando el regalo realizado por los reyes
al papa Pío IX, la noticia queda recogida en el año 1857: “Su estado normal es
el de hallarse cerrado el establecimiento, y sólo por excepción se despacha
algún encargo particular, como el que hace cuatro o cinco años se dignó
encomendar S. M. la Reina, de un juego completo de Pontificales de todos los
colores que usa la Iglesia, para regalar a su Santidad Pío IX, que los ha
recibido como cosa de notable mérito” (IBID., 1959, 68). El papa, cuya beatificación tuvo lugar
durante el papado de Juan Pablo II, fue el protagonista indiscutible de la
definición del Dogma de la Inmaculada Concepción, desarrollada en su bula Ineffabilis
Deus, publicada el día 8 de diciembre de 1854.
Una antigua reliquia de su
sangre figura en el remate de nuestro sinelabe, estrenado en 2015, y realizado
a partir de bordados del siglo XVIII restaurados por Mercedes Castro y
orfebrería de Antonio Cuadrado. Una insignia venerable, que supera su concepto
primigenio, pues el papa que definió el Dogma está físicamente en ella. Es por
ello que se lleva siempre manifestada. Un viaje en el tiempo desde Roma hasta
la pontificia cofradía de Andújar, decana de la diócesis de Jaén.
La primera vez que ha salido
en procesión tras el Domingo de Ramos, ha sido con nuestra Excelsa Patrona la
Santísima Virgen de la Cabeza, en honor al madrinazgo que ostenta la Cofradía
Matriz sobre nuestra Virgen de los Dolores, en cuyo cortejo figura
habitualmente este “monumento” al Dogma.
Una de
las casullas del Vaticano del taller de Molero que la reina Isabel II
(1843-1868) regaló al Vaticano es ésta que llevó el papa emérito Benedicto XVI.
También el Museo de Artes
Decorativas de Madrid conserva algunas piezas del taller toledano de Miguel
Gregorio Molero. En concreto una casulla sobre fondo blanco.
Y algunos cubrecálices
fechados a principios del siglo XIX que muestran ya un cierto decaimiento de la
calidad de la manufactura, así como dibujos más esquemáticos.
No fue éste de Molero el único
taller que existió en Toledo en el siglo XVIII, también tuvieron gran fama los
de Ildefonso Bernestolfo, del que mostramos una capa pluvial del año 1797, y
sobre todo el taller de Medrano, del que se conservan importantes piezas en el
Monasterio de El Escorial y en la catedral de Toledo, además del terno de San
Servando y San Germán en Cádiz.
Como hemos comprobado a través
de estas líneas el taller de hilo de seda, oro y plata de Miguel Gregorio
Molero fue uno de los más destacados del siglo XVIII en España. La mayoría de
las obras que se conservan están en museos y catedrales de todo el territorio
peninsular, no en vano, destacó por la magnífica calidad de las telas que
salían de la manufactura. Pues bien, con motivo de la solemne presentación del
Santo Lignum Crucis de la Cofradía de la Santa Vera Cruz en febrero del año
2013 nuestra corporación adquirió en un anticuario y restauró un paño de altar
de esta fábrica de indudable calidad.
Se trata de una pieza de fines
del siglo XVIII cuya autor desconocíamos en el momento del acto público. Fue el
Ilustrísimo Sr. D. Francisco Juan Martínez Rojas, demostrando su impresionante
formación artística, quien nos apuntó la posibilidad de que el paño hubiese
salido del taller de Molero en el siglo XVIII. Animados por dicho magisterio
nos dispusimos a investigar el apunte para llegar a concluir que su hipótesis
fue claramente certera.[1]
El paño de la cofradía de la Vera Cruz de Andújar tiene unas dimensiones
de 170 x 33 cms. y está labrado en forma de tisú de oro con hilos de seda de
colores y enriquecido con bordado de hilo de plata y oro. Muestra en el centro
el triángulo o símbolo de Dios Padre entre masas nubosas, con el nombre Yahveh
presidiéndolo, escrito en perfecto hebreo.
Las nubes aparecen rodeadas de ráfagas o rayos. De los rayos inferiores
parten dos ramas de primoroso y elegante dibujo que cuentan con dos rosas en su
color, combinado con un suave color castaño y plata en la parte intermedia y
dos flores violetas en las zonas próximas a los remates. Es ésta la razón por
la que la cofradía lo denomina: “Paño de las rosas”.
Antes de disponer el forro en
la parte posterior de la pieza la fotografiamos el envés para advertir la
técnica empleada.
Se restauró para la ocasión
añadiéndole un marco confeccionado con galón de oro antiguo y dos tiras de
fleco de oro, también antiguo en los extremos, así como un forro de seda en
color rojo intenso de brillo oscuro.
Este paño de las rosas, es
claramente una pieza soberbia, digna de estar en cualquier museo español por su
extraordinaria calidad.
La cofradía de la Santa Vera
Cruz de Andújar quiso que abrazase la peana sobre la que se dispuso el Santo Lignum
Crucis y a partir de ese momento suele llevarlo como paño de hombros el
nazareno portador de la reliquia.
Este año de 2015 la cofradía
del Santo Sepulcro de Córdoba ha recuperado esta técnica centenaria, casi perdida
ya, para hacer un soberbio manto para la Santísima Virgen del Desconsuelo. Sin
lugar a dudas una puerta para las cofradías que podrán hacer tejidos de
extraordinaria calidad en brocatel tras la pionera “investigación” realizada
por la cofradía cordobesa. El magnífico diseño ha sido realizado por D. José
Juan Fernández Martínez siguiendo el estilo neomanierista del palio.
BIBLIOGRAFÍA.
AINAUD DE
LASARTE, J. (1959) “Modelos de capas pluviales toledanas en el Museo de
Barcelona”, Toletum nº 2, págs. 61-69.
SIGÜENZA
PELARDA, C. (2006): “Los ornamentos sagrados en la Rioja. El arte del bordado
durante la Edad Moderna”, Berceo nº 150, págs. 189-230.
[1] Desde aquí nuestro
agradecimiento y reconocimiento más sincero a D. Francisco. Personas como él
engrandecen a nuestra Santa Madre Iglesia, con su espectacular magisterio y su
cercanía. Él ha sido protagonista indiscutible en la llegada a nuestra cofradía
del Santo Lignum Crucis.
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