viernes, 21 de junio de 2013

ANTE JESÚS ATADO A LA COLUMNA XXIV - LO ESCRITO SOBRE LA ESCUADRA DEL SEÑOR DE LA COLUMNA



CONSTITUCIÓN DE LA ESCUADRA DE N. P. JESÚS DE LA COLUMNA DE LA COFRADÍA DE LA VERACRUZ DE ANDÚJAR

Rafael Frías Marín

Revista Alto Guadalquivir, Especial Semana Santa Giennense, Cajasur, Jaén, 1998

Las cofradías penitenciales, que con tal carácter se formalizan en Andújar durante el siglo XVI, experimentan un gran desarrollo a lo largo de toda la centuria siguiente, con la incorporación de nuevos titulares, la configuración definitiva de los cortejos penitenciales y su estructuración en órganos internos denominados escuadras o hermandades, que con cierta autonomía se gobernaban con sus propios reglamentos, pero siempre supeditadas a la cofradía que las englobaba.

En el presente trabajo abordamos la reglamentación y el devenir histórico de la escuadra de Nuestro Padre Jesús de la Columna, una de las que formaban parte de la cofradía de la Santa Veracruz con sede en su capilla lateral de la iglesia del convento de San Francisco de Asís, utilizando como base documental el libro de ordenanzas y cabildos de dicha escuadra, que abarca cronológicamente desde el año 1697 a 1785. El 3 de enero de 1697 se constituye esta corporación redactándose los treces artículos de los estatutos para su regimiento. El patrimonio con el que contaba en estos momentos consistía en “una arca con dos llabes y en ella ciento y cincuenta y siete libras de cera, veinte y dos túnicas de bocadillo, ciento y ocho reales de bellón, un gallardete de tafetán doblete con su escudo de Nuestro Padre Jesús de la Coluna, otro gallardete de damasco con su escudo de Nuestro Padre Jesús de la Coluna, y una bara con su cruz para dichos gallardetes”.

La escuadra se presidía por un hermano mayor y dos fiscales, en cuyo poder debían estar las llaves del arca (Cap. I). Eran los encargados de tomar las firmas de los sacerdotes a cuyo cargo estaba el decir las misas a los difuntos, dando cuenta de ello y de todos los ingresos y gastos al cumplimiento de sus cargos (Cap. IV).

Los nuevos cofrades, que se admitían en cabildo, debían contribuir con ocho libras de cera y una túnica nueva de bocadillo o el dinero en efectivo de su valor (Cap. VIII), con la salvedad de aquellos que fuesen hijos de componentes difuntos, en el que se contempla el derecho a sucederle sin pagar las cuotas de ingreso (Cap. XII).

Las obligaciones y deberes a las que estaban sometidos sus componentes eran las de pagar la cera necesaria para la procesión del Jueves Santo y la asistencia a los entierros (Cap. II) de los miembros de la escuadra, de sus mujeres y sus hijos, portando el cadáver a hombros (Cap. XIII) y acompañándolo con doce hachas de cera y el gallardete en los dos primeros casos, y seis hachas y el gallardete en el tercero (Cap. III), penalizando la ausencia injustificada –enfermedad o ausencia de la ciudad- con un real (Cap. V). En el momento de la muerte debían avisar al gobernador de la cofradía para tocar la campana, juntar la escuadra y sacar del arca el dinero necesario para el pago de las misas, la cera y el gallardete (Cap. VI). Así mismo se les asistía con diez y seis misas de cuerpo presente (Cap. IV), que pagaban los cofrades hasta que la escuadra contase en su patrimonio con al menos cuarenta túnicas y cuarenta hachas de cera de cuatro libras (Cap. IX).

Otras obligaciones eran la de pedir limosna cada mes (Cap. XI), decir el día de la octaba de difuntos una misa cantada con diáconos en la capilla de la Santa Veracruz en sufragio de las almas de todos los oficiales muertos (Cap. VII) y el asistir con cuatro túnicas y dos hachas de cera la bandera de la cofradía el año en que la escuadra fuese la encargada de sacarla (Cap. X).

Entrando de lleno en la abundante información que los cabildos anuales nos dan, llegamos a conocer que la escuadra se hacía acompañar con una capilla de música en la procesión del Jueves Santo y en el miserere que se cantaba en la capilla de la cofradía el tercer viernes de cuaresma. El ansia de mejora y de renovación de su patrimonio mueble les lleva a encargar en 1719 un “sielo y goteras de damasco morado, alfombrilla de lo mismo, velos y bolantes para las andas”, en 1721 se hace un nuevo altar que en 1722 se estaba pintando y en 1734 se paga a Francisco Guzmán diez y seis reales de un marco para este mismo. La imagen del Señor sufre varias actuaciones durante el siglo XVIII, en 1717 el maestro dorador Francisco Pérez se encarga de barnizarla, en 1731 sería el pintor Francisco Ramos el encargado de retocar su policromía y en 1741 nos encontramos un descargo destinado a la compra de una peluca para esta talla.

De entre los acuerdos destacamos el del 31 de marzo de 1720 en el que se decide que el encargado de sacar el gallardete sea el próximo sucesor en el cargo de hermano mayor, el del 25 de julio de 1726 por el que establecen con la comunidad de franciscanos el compromiso de decir las “diez y seis misas” a cada difunto y la asistencia de ocho religiosos a los entierros, el cabildo de 28 de marzo de 1728 “acordó que los cuatro orquilleros de esta escuadra se les acuda con las misas y demás operaciones que a cualquiera oficial della con tal que no an de pagar cosa alguna por razón de su entrada, sólo si que an de contribuir y repartir a cada uno lo que a los demás oficiales” y el 7 de abril de 1744 donde se decide que cuando le tocase a esta hermandad sacar la bandera de la cofradía lo debía de hacer el hermano mayor del momento y los dos anteriores en su cargo acompañados por seis hombres con túnicas en su recibimiento”.

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