Maudilio Moreno Almenara
El pasado año se cumplió el segundo centenario del final de la Guerra de
la Independencia (1808-1814), una contienda contra las tropas francesas de Napoleón,
que con argucias[1] invadieron todo el
territorio español. Era la primera guerra que tenía lugar en suelo español
desde la Edad Media. Su crueldad fue extrema, así como la fortaleza que
demostraron nuestros compatriotas para expulsar de España al invasor francés.
En nuestro acervo popular ha quedado, ya desdibujada, esta guerra atroz que
mermó considerablemente nuestro patrimonio artístico. La famosa batalla de
Bailén, fue un motivo para la esperanza, que tuvo, no obstante, un largo
recorrido posterior lleno de sufrimiento.[2]
Al celebrarse la batalla a pocos kilómetros de nuestra ciudad, las tropas
francesas fueron ridiculizadas, plasmándose en los famosos pitos de Andújar,
que nuestros tradicionales alfareros crearon para la ocasión.
Las capitulaciones (condiciones
de la rendición), que se conservan en el Archivo Nacional se firmaron en la
Casa de Postas cercana a Andújar.
Con posterioridad se
confirmaron en Andújar, donde la tradición dice que los franceses fueron
recibidos con una gran pitada, empleando para ello los silbatos anteriormente
mencionados. El lugar elegido para firmar las capitulaciones fue el antiguo
palacio de la condesa de Gracia Real, destruido por uno de los bombardeos
sufridos por la población con motivo de la Guerra Civil.
Quizás sólo hayan perdurado en el tiempo los ecos de la victoria de
Bailén (1808), como un intento de seleccionar sólo los gestos grandilocuentes y
positivos para nosotros, pero la Historia no fue así.
Tras la famosa batalla, los franceses se emplearon con mayor ahínco, y en
1809 tan solo unos meses más tarde ya habían ocupado de nuevo buena parte de
Andalucía, fijando su cuartel general en nuestra ciudad. Tanto José Bonaparte,
hermano de Napoleón, y a la sazón el rey José I de España, como el mariscal
Soult,[3] que
ha pasado a nuestra Historia de España como uno de los más importantes
expoliadores del patrimonio español, vivieron durante un tiempo en Andújar.
Rodeado de un importante grupo de expertos, el mariscal seleccionó en Andalucía
los cuadros más importantes de pintores barrocos como Murillo y Zurbarán entre
otros, para trasladarlos a Francia. Muchos no volvieron jamás.
El punto de partida fue un decreto promulgado el día 18 de agosto de 1809
por el que se suprimían las órdenes religiosas de varones. A partir de ese
momento, se producía la enajenación de sus propiedades,[4] con
la excusa de que servirían para pagar la deuda pública.
Los bienes artísticos más relevantes, una vez inventariados, se
trasladarían a Madrid, donde por decreto del 20 de diciembre de ese año se
había fundado un museo estatal (DEL CASTILLO, 1987, 64-65). Al amparo de estos
decretos, el importante proceso de incautación de obras de arte y su
acumulación en Madrid, tendría su destino final en París, una vez que las
tropas francesas tuvieron que abandonar España años más tarde.
En Andújar, el comisionado nombrado para revisar los cuadros más
destacables de los conventos suprimidos fue Vicente Velázquez, quien destacó
los siguientes: seis cuadros en el altar del convento de Mínimos, el principal
“El hallazgo de la Cruz”,[5] de
Antonio del Castillo, mientras que los demás cuadros eran de santos, de buen
mérito también. En San Francisco destacó un cuadro de la Aparición de Cristo a
San Pedro, cuando se ausentó de Roma; en los Trinitarios (convento de San
Eufrasio) uno de la Virgen y otro de Cristo con la Cruz a cuestas; en las
Capuchinas un cuadro de San Nicolás de Bari y otro de San Pedro cuando se le
apareció el Ángel y en las Trinitarias un cuadro de la Sagrada Familia, que es
el único de los relacionados que se conserva (IBID., 1987, 73).
Hasta el momento puede parecer que el expolio fue limitado y “pacífico”,
sin embargo no fue así. El sufrimiento particular a menudo no se guarda en los
grandes archivos, sino que sólo se conserva en la memoria, o con suerte en
otros archivos más pequeños, y en ello queremos reparar. Principalmente, en lo
que conocemos a través de los archivos de las cofradías de Andújar (en este
caso Soledad, Nazareno y Vera Cruz) para comprender, junto con otros datos indirectos
y dispersos, lo que supusieron las posteriores oleadas francesas producidas
entre 1808 y 1812 para el patrimonio de Andújar. Es evidente que no son tan
exhaustivos como para poder valorar con precisión[6] el
alcance de la pérdida, pero sí, como para hacernos una idea aproximada.
Lo primero que debemos saber es cuáles eran las cofradías de Semana Santa
que en ese momento existían en nuestra ciudad y en qué templos radicaban. Como
primera providencia confirmar que, excepción hecha de la entonces recién
fundada en la parroquia de Santa María cofradía del Santísimo Cristo del
Sepulcro, todas ellas tenían su sede en conventos de frailes, salvo la Humildad
de Cristo que tenía su casa en el convento de Mínimas. El resto eran: la de la
Vera Cruz en San Francisco de Asís, la de Nuestro Padre Jesús Nazareno (“Señor
de los señores”) en el convento de San Eufrasio de trinitarios, la de los
Dolores en el Carmen, la de la Soledad y Santo Entierro en el de mínimos de la
Victoria y la de las Angustias o Caridad en el de San Juan de Dios.
La suerte que corrió cada uno de los conventos influyó notablemente en la
de sus cofradías. Como preámbulo general debemos reseñar que la guerra propició
que muchos conventos fuesen saqueados y convertidos por la soldadesca en
improvisados cuarteles para diferentes fines de las tropas invasoras, aparte de
que se expropiaran o no sus edificios.
Así, y aunque no tuviese entonces cofradías penitenciales en su templo,
transcribimos una carta referida al convento de Capuchinos que nos da buena
muestra de la forma de actuar de los franceses respecto de las creencias
religiosas de los españoles, y en especial hacia los frailes:
“...Allí convirtieron nuestro
convento en cuartel, después de profanar su Iglesia y expulsar violentamente a
todos los religiosos, que huyeron a refugiarse en los montes, o a buscar amparo
en las tropas españolas que ya subían de Sevilla y de Granada en busca del
enemigo. En una carta que tenemos a la vista, escrita en Andújar el 6 de
Noviembre de 1808 por el N. M. R. P. Provincial, Serafín de Ardales, al P.
Vicario General, dándole cuenta del estado en que quedaron los conventos de
Jaén y Andújar, se leen las palabras. Dios sabe cuanta es nuestra aflicción al
ver este de Andújar quemado y sin poder los religiosos habitar en él: todavía
está hecho parque de artillería, y estamos haciendo lo posible por techarlo,
antes de que vengan las aguas y él solo se arruine.” (DE VALENCINA, 1910,
29-30).
El convento de Trinitarios, en
el que como hemos dicho tenía asiento la cofradía de Nuestro Padre Jesús
Nazareno, se convirtió en cuartel de caballería y su iglesia probablemente
sirviese de improvisado establo. Los daños sufridos en el edificio tras la
invasión francesa fueron irreparables y aunque pasada la contienda los frailes
volvieron, ya no ocuparon nunca más el convento por estar ruinoso y se
instalaron en una vivienda que era de su propiedad en la calle San Lázaro
(PÉREZ, 2000, 58).[7] Más adelante veremos la
reacción de la cofradía ante este uso denigrante del edificio.
El convento de San Juan de
Dios, que al ser de hospitalarios venía funcionando con antelación como centro
sanitario, se convirtió en “hospital de sangre”, es decir, atendió a heridos de
guerra. Esta prolongación en el uso hizo que se mantuviese mejor el edificio y
su capilla. Por tanto, la Virgen de las Angustias se mantuvo al culto.
Sobre el convento del Carmen
poco se sabe, aunque quedó tan deteriorado que los frailes carmelitas no
volverían a ocuparlo (IBID., 2000, 58). La Cofradía de los Dolores pudo
haberse mantenido durante un tiempo en la capilla, aunque pocos años después se
trasladaría a Santa María[8]. Hoy
en día se conserva el “cascarón” de la iglesia y algunas arcadas del claustro
integradas en algunos inmuebles de la calle del Carmen.
Otro tanto ocurrió con el
convento de Mínimos, que fue muy maltratado, obligando su situación de ruina a
que la Cofradía de la Soledad y Santo Entierro se trasladara, en 1812, es
decir, antes de finalizar la guerra, a la iglesia de San Bartolomé (MORENO,
1995, 55). El uso que tuvo este convento durante la Guerra lo desconocemos,
aunque como veremos más adelante fue saqueado.
Mejor suerte corrió el convento
de San Francisco de Asís, sede de la Cofradía de la Santa Vera Cruz, aunque
tampoco fue ajeno a algún saqueo.
El hecho de que la corporación
veracrucera tuviese capilla propia (como sucedía con la cofradía de Nuestro
Padre Jesús Nazareno del convento de Trinitarios) y su posición céntrica en la
ciudad, sirvieron para que la iglesia se mantuviese abierta al culto,
propiciando incluso que fuese trasladada a San Francisco la Santísima Virgen de
la Cabeza,[9] cuyo
santuario quedó suprimido:
“...A consecuencia del
expediente formado en este Ministerio en virtud de instancia del presbítero don
Juan de Zafra, Rector del Santuario de Nuestra Señora de la Cabeza en Sierra
Morena, sobre la traslación de esta Imagen a la iglesia que fue de Regulares
Franciscanos de Andújar, hecha por disposición del Gobernador de dicha ciudad,
el General Blondeau, y para la cual se ha solicitado la soberana aprobación,
juntamente con el privilegio que tenía el citado Santuario de pedir limosnas en
las Andalucías... se ha resuelto que mientras duren las actuales circunstancias
que ha motivado dicha traslación subsista la Imagen en la Iglesia de San
Francisco, donde se ha colocado, volviéndola a su Santuario ni se apeen sus
altares, antes bien se tenga el debido cuidado del edificio para que con su
abandono no padezca; que llevando a Andújar sus ornamentos, alhajas, ropas y
demás efectos amovibles, se use allí de ellos para el culto de la Imagen y
servicio de su Iglesia, sin necesidad de que se le den de otros conventos
extinguidos; que dicha Iglesia se sirva por el Rector, Capellanes y demás
agregados al Santuario, con la debida dependencia de la Autoridad Eclesiástica,
considerándole meramente como un Oratorio o Capilla y sin celebrarse en ella,
por consiguiente, por ningún pretexto, entierros ni ningún otro acto
parroquial...” (PALOMINO, 2003, 251-252).
Por último, los conventos de
monjas fueron respetados en general, aunque la mayoría fueron clausurados y
algunos de sus bienes raíces (propiedades rústicas o urbanas) ocupadas. De ello
podemos deducir que la Cofradía de la Humildad de Cristo, que tenía su sede
canónica en el convento de Jesús y María de mínimas de San Francisco de Asís,
no sufrió las consecuencias tan deplorables que el resto de las cofradías
penitenciales, aunque probablemente sus imágenes no tuviesen culto público y
obviamente algunos de sus hermanos muriesen en la Guerra o fuesen encarcelados
como en las demás cofradías.
No tenemos datos de salidas
procesionales en la Semana Santa en este periodo y debe ser porque no se
produjeron. Sí sabemos que la cofradía de la Vera Cruz no lo hizo hasta la
Semana Santa de 1816, es decir, dos años después de finalizar la contienda.[10]
Por tanto, y a nivel general,
la ciudad de Andújar y su población sufrieron grandes desmanes provocados por
las tropas napoleónicas y en especial los conventos, las cofradías y las
iglesias fueron objeto de un importante expolio[11] que
tuvo sus consecuencias no sólo en la merma directa de su patrimonio, sino en su
devenir posterior. De hecho, el decreto de las Cortes de 18 de mayo de 1813
incluyó entre los bienes definitivamente desamortizados (una vez retirados los
franceses) la mitad de los concejiles, los de la Inquisición, los de los
jesuitas, los confiscados, los de corona sin uso, los de las órdenes militares
y los conventos y monasterios destruidos o suprimidos, que eran la mayoría. Tan
sólo se restablecieron aquellos que contasen con más de doce frailes (ANDUEZA,
2012, 729). Es por ello que en los primeros días del mes de octubre de dicho
año, volvían los doce religiosos del convento de los Capuchinos a su iglesia y
los catorce franciscanos a San Francisco de Asís (PÉREZ, 2000, 57), pero ya no
volvieron ni los mínimos, ni los carmelitas, y los trinitarios, aunque
regresaron, ya hemos visto que no ocuparon nunca más su antiguo convento por
estar ruinoso.
Aparte de estos daños en los
conventos, las alhajas, libros y pinturas (suponemos que más valiosas) de las
parroquias se concentraron en la de San Bartolomé por iniciativa del vicario D.
Gregorio José Bonilla en enero de 1810 con el deseo de preservar su
conservación. No obstante, los enseres de plata que localizaban los franceses
habitualmente eran requisados para enviarlos a Madrid y hacer moneda o sufragar
los gastos de la Deuda Pública, cuando no se los quedaban directamente los
soldados. Es probable que la cruz de plata de Jesús Nazareno desapareciese
entonces y quizás también el trono de plata de la Virgen de los Dolores,
sufragado por la herencia de Dª María de Illescas en 1796 (PALOMINO, 2003,
189). Aparte de estos requisamientos oficiales, los saqueos eran parte del
“sueldo” de los soldados franceses, que lo tenían estipulado desde la época de
la Revolución, por tanto, los daños fueron aún mayores.
Hemos de reseñar que el dinero
que poseían las cofradías se guardaba en arcas de tres llaves que se
encontraban habitualmente en las sacristías de las capillas de las cofradías,
pues en esa época no existían los bancos en Andújar. Es obvio que en la mayoría
de los casos este dinero fue el primero en robarse, como veremos a
continuación.
Así, el día 18 de junio de 1809
tuvo lugar la entrada en la ciudad del ejército napoleónico, permaneciendo en
ella treinta y un días robando y saqueando todo cuanto les parecía. Fue
precisamente en estos días cuando desaparecieron el gallardete de la hermandad
del Santo Sepulcro, una cruz de plata, un marco del escudo de su gallardete y
el dinero que poseían, que se encontraba en casa de su alcalde don José García,
escondido en un hueco que había sido convenientemente tabicado.[12] El
28 de enero de 1810 tuvo lugar la segunda entrada de las tropas napoleónicas.
En esta ocasión sufrió importantes daños la urna de la imagen del Santo
Sepulcro: “...el sepulcro mui maltratado faltándole muchos cristales,
y toda la cama en q. va colocado su magestad cuyo destrozo fue causado por
motivo de la Segunda entrada acaecida en 28 de Eno de 1810 por el
punto de Despeñaperros de las tropas imperiales en estas Andalucías...”
(MORENO, 1995, 55). Como consecuencia de los destrozos producidos en el
convento y que ya los frailes no volvieron a ocuparlo, la cofradía de la
Soledad y Santo Entierro se trasladó definitivamente en 1812 a la parroquia de
San Bartolomé.
El convento subsistió hasta
1843 aunque en un estado deplorable: “...ya por que desde el año en que lo
desocuparon los padres que lo habitaban no se ha hecho obra ninguna para su
reparación, sin embargo, de lo quebrantado que se conoce se hallava en mucha
parte, si no es que además con los temporales de lluvias tan largos que se han
esperimentado se han recalado[13] los tejados y bóvedas
tanto de la iglesia como de las celdas y crujías de la mayor parte del
convento, y por lo cual habían benido abajo grandes pedazos de dichos tejados
en diferentes puntos del convento y estropeadas sus maderas y caído varios
lienzos de pared...”. Aunque el edificio estaba concedido al Ayuntamiento
para instalar en él un hospital militar y cuartel, renunció a él por calcularse
el coste de reparación en unos 70.000 reales (PALOMINO, 2003, 227-228). La
sillería del coro fue trasladada a San Bartolomé, subsistiendo hasta la Guerra
Civil.
De fecha 8 de Enero de 1811 es
una solicitud firmada por varios hermanos de la cofradía de Nuestro Padre Jesús
Nazareno, “Señor de los Señores”, y dirigida al General Blondeau, del ejército
francés, que dice resumidamente lo siguiente:
“A V.E. suplican, se sirva
mandar se entre a esta Cofradía dicha Capilla como suya propia, habida y
adquirida con justo y legítimo título, para que cerrando totalmente la
comunicación con dicho Convento, pueda abrirle puerta donde le acomode para el
uso de ella, culto de Dios y concurrencia de fieles; y asimismo, se le
entreguen todas las imágenes propias de esta Cofradía, para colocarlas en dicha
Capilla...” (TORRES, 1956, 255).
Como respuesta a esta
solicitud, con fecha 3 de Febrero del mismo año, se respondía por el
Administrador de Bienes Nacionales con un informe favorable a la petición. Se
otorgó así licencia: “...Dase licencia a la Congregación de Jesús Nazareno
suplicante, en el anterior memorial, para que, tapiando la pared o arco que cae
a la iglesia del Convento de Trinitarios, pueda colocar en la Capilla, las
imágenes que antes tenía, sacándolas de donde quiera que se hallen; igualmente
usarán de la sacristía de dicha Capilla y podrán abrir puerta a la calle para
el completo uso de la misma, para todo lo cual queda autorizada dicha Congregación.
Andújar 6 de Febrero de 1811...” (IBID., 1956, 256-257).
Llama la atención en dicha
licencia la indicación sobre que las imágenes se sacasen de donde quiera se
hallaran, lo que combinado con que en la solicitud de la cofradía se pedía que
se les entregasen las imágenes, parece apuntar que algún mando de las tropas
francesas había retirado los titulares de la cofradía del culto y los había
escondido o retenido. En segundo lugar, y dado que el antiguo convento fue
usado como cuartel de caballería, la iglesia podría haberse convertido en
almacén o establo, de ahí que se pidiese y concediese tabicar los arcos de
comunicación de la capilla con la iglesia, haciéndolas independientes. Tampoco
en este caso los trinitarios volverían nunca más a ocupar el convento que quedó
en muy mal estado tras la Guerra. En 1837 aún estaba la cofradía en su capilla
del convento, aunque era inminente su traslado a San Miguel. Lo sabemos a
través de una manda testamentaria, en la que se indica: “Encargo a la
espresada mi señora esposa que durante los días de su vida y mientras se halle
en proposición mande decir una misa todos los días del año que lo fuese de
precepto a Nuestro Padre Jesús Nazareno, la que se celebrará en su altar de la
yglesia donde estubiere dicha imagen...” (PALOMINO, 2003, 220).
En cuanto a la cofradía de la
Santa Vera Cruz, un cabildo el día 14 de mayo del año 1826, cuando la cofradía
de la Santísima Virgen de la Cabeza aún compartía casa con la de la Vera Cruz
se reflejó lo siguiente: “Efectivamente
se termino, condenando en las costas a el Dn Salvador Ximénez de las
qe se rente y razón, qe, cada uno había suplido. Por lo qe
llevado de el resentimieto el Dn Salbador Ximenez
denuncio a la Cofradía ante el Juez Real diciendo no ser berdadera cofradía
porque ni estaba instituida con autoridad Pl. (papal) ni Bula Pontificia. El
Sr. Corregidor, qe a la sazón era Dn Juan Angaldo en
providencia de aquel día enplazó a la Cofradía para que en el preciso término
de treinta días presentase en su tribunal uno y otro documento. Ni uno ni otro
pudo presentarse a causa de qe por la entrada de las tropas Frances:
el año de diez (se refiere a 1810), como las gentes desampararon el
Pueblo, rompieron las puertas, de la Sacristía, robaron y saquearon las
Iglesias, y se desaparecieron los papeles...”
El problema venía porque la
Cofradía de la Virgen de la Cabeza, pasados unos años en San Francisco,
pretendía tener más privilegios en los actos públicos que la que llevaba en el
convento y en esas fechas más de 250 años. Pero lo importante, es que como
vemos, efectivamente en 1810, y ante la nueva llegada de los franceses, los
andujareños salieron despavoridos de la ciudad, dejándola sin recaudo,
perdiendo así la Cofradía de la Santa Vera Cruz sus bulas papales y otros
documentos de su archivo, seguro que su dinero y aparte algunas de sus piezas
de plata. Coincide en todo con el salvajismo que vivió también la cofradía de
la Soledad, viendo los destrozos que hicieron en sus imágenes, tirándolas por
el suelo y llevándose lo que les interesó. Los papeles fueron utilizados en la
guerra para cargar las armas, cuando no en otros menesteres más denigrantes, de
tal manera que muchos de los documentos históricos de Andújar se perdieron de
esta forma, seleccionando seguro la soldadesca aquellos que les parecieron más
importantes y dejando los comunes. Milagrosamente se salvaron en esta ocasión
algunos de enorme belleza, como algunos pintados en su primera página, e
incluso sus dos libros de reglas, aunque estos dos desaparecieran algo más de un
siglo después, en la Guerra Civil.
Se quejaba así el secretario de
la cofradía de la Santa Vera Cruz que las bulas que otorgaban y refrendaban su
antigüedad, las destrozaron los franceses, y sabedor, Salvador Jiménez de que
esto había ocurrido, preso de venganza y como dice el documento de
resentimiento, negó lo que él mismo sabía, pidiendo una prueba documental de la
fundación papal de la cofradía, justo en
las fechas en las que él conocía que los franceses los había empleado “en
mejores menesteres”.
Continuó este triste cabildo
diciendo: “En este estado de abatimto estaban las cosas; que
también la Cofradía de la Virgen de la Cabeza, se lebantó como la de la Sta
Bera Cruz. Pretendiendo presidirla en
los actos publicos de procesiones, Entierros y demás; De lo que resultó qe
a petición del Ho Mayor Dn Pedro María comparecieren
estas ante dcho Sr. Corregr y después de una larga sesión se
resolbió que en el interin se traia la Bula cn la Ar. Pl. (con la
Aprobación Papal) se reuniesen y mezclasen en los actos públicos dándose la
mano derechas los maiordomos...”[14]
Finalmente pues, y aunque se llegó a un acuerdo de ir las dos cofradías juntas
siempre y cuando la Vera Cruz solicitase a Roma copia de esta documentación
destruida por los franceses, ésta nunca llegó.
Por cerrar el breve muestrario
de pérdidas habría que citar el caso de la hermandad del Silencio de Sevilla
que llevó a ocultar la imagen de su Nazareno en un emparedamiento con ladrillos
en el muro de la casa del Marqués de la Rianzuela, vecino colindante de la
corporación. Gran pérdida para esta corporación fue la del paso de carey plata
del Señor, que fue expoliado, aunque se pudo recuperar parcialmente en 1814 en
las cercanías de Andújar...” (ROLDÁN, 2013, 23).
La conciencia nacional surgió en diferentes sitios ante la invasión. En
Cádiz se instalaron las Cortes ante la ocupación de Madrid. Fue entonces la
tacita de plata capital de España, publicándose una Gaceta provisional en las
imprentas locales. En uno de sus números se indica: “Atónita dejará a la
posteridad la historia de esta atroz agresión. Debemos hacerle la guerra a
estos tiranos, no sólo porque sean sacrílegos, profanadores, violadores,
asoladores, crueles y fementidos, sino porque son nuestros enemigos, y quieren
ser nuestros conquistadores, dominarnos como a salvages, y envilecernos como
esclavos suyos. La naturaleza de hombres nos manda que les resistamos, y la de
españoles nos obliga a exterminarlos hasta perder la vida, pues estar sin
libertad no es vida de hombres, sino de bestias.”[15]
Más concreto aún sobre el patrimonio religioso es este otro texto: “...No
se puede mirar sin horror los ultrages que ha sufrido Nuestra Sagrada Religión,
y sus ministros, y la profanación de sus templos, en q. no satisfechos aquellos
ferozes soldados con robar los vasos sagrados, han despedazado las imágenes de
Nuestro Señor y su Santísima Madre; y lo que es más que todo, han conculcado
las Sagradas Formas, no habiendo ultraje que no hayan cometido...” (MATEOS,
2008, 71).
BIBLIOGRAFÍA.
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la guerra de la Independencia, la desamortización josefina y la legislación de
las Cortes de Cádiz sobre el patrimonio cultural de Navarra”, Príncipe de
Viana 256, 681-730.
DE VALENCINA, FR. AMBROSIO (1910): Los capuchinos de
Andalucía en la Guerra de la Independencia, Sevilla.
DEL CASTILLO-OLIVARES, Mª D. A. (1987): “La expedición
artística de José Bonaparte”, Boletín del Instituto de Estudios Giennenses,
nº 132, 63-74.
MATEOS GIL, A. J. (2008): “Expolios y saqueos.
Consecuencias de la Guerra de la Independencia en el patrimonio artístico
calagurritano”, Kalakorikos nº 13, 71-106.
MORENO ALMENARA, M. (1995): “La Cofradía de la Soledad y
su Hermandad del Santo Sepulcro de Andújar durante el siglo XIX”, Alto Guadalquivir,
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PALOMINO LEÓN,
J. A. (2003): Ermitas, Capillas y Oratorios de Andújar y su término,
Jaén.
PÉREZ GARCÍA, L. P. (2000): Andújar y el largo siglo
XIX, Jaén.
RECIO VEGANZONES, A. (1958): “Labor heroica de los
franciscanos en hospitales militares del Santo Reino, durante la Guerra de la
Independencia”, Boletín del Instituto de Estudios Giennenses nº 15,
105-114.
ROLDÁN, M. J. (2013): “Sevilla, 1810: invasión francesa y
cofradías”, Pasión en Sevilla nº 57, págs. 20-23, Sevilla.
TORRES LAGUNA, C. (1956): Andújar
Cristiana, Andújar (Jaén).
[1] Se plantea que el acuerdo
de Napoleón con el rey Carlos IV contemplaba el paso de las tropas francesas
por territorio español para invadir Portugal. Finalmente no fue así, y España
fue ocupada por los franceses.
[2] La Batalla de Bailén se
produjo entre el 19 y el 21 de julio de 1808. Ante ésta y otras derrotas
francesas, el propio Napoleón, al frente de 200.000 soldados en noviembre de
ese año entraba en España para reforzar a sus ejércitos invasores. El resultado
fue un cúmulo de batallas, revueltas y saqueos. Entrada y retirada de tropas en
las distintas ciudades que conquistaban o perdían, incluida Andújar, con todo
lo de pillaje y de represión contra la población que este panorama suponía. Así
a comienzos de 1810 volvieron a entrar las tropas francesas en Andújar y aquí
se mantuvieron hasta el 8 de septiembre de 1812 (PÉREZ, 2000, 54).
[3] Así lo indica el
Diccionario de Pascual Madoz.
[4] Los conventos poseían
olivares, fincas diversas, ganado, propiedades urbanas, etc. obtenidos por
herencias particulares, de cuyos rendimientos se mantenían en buena medida.
Todo ello fue a parar a manos del Estado.
[5] Este dato nos permite saber
que el retablo mayor de los Mínimos estaba realizado con cuadros, el principal
dedicado a Santa Elena, por el tema del hallazgo de la Santa Cruz (no en vano
el origen de los mínimos de Andújar fue la Ermita de Santa Elena) y los demás
no eran composiciones sino santos, la mayoría de la orden o con ella
vinculados.
[6] No se hicieron inventarios
de los robos ni expolios, tampoco de los destrozos. Los documentos tratan el
asunto de manera general, y aunque escuetos dejan bien a las claras que las
pérdidas fueron irreparables.
[7] La situación estratégica
tanto del convento de San Eufrasio como del de Capuchinos, junto al Camino Real
(antigua nacional IV) influyó decisivamente en su conversión como cuarteles, el
primero de caballería y el segundo de artillería.
[8] Los conventos estaban
dentro de las feligresías de cada una de las cinco parroquias de Andújar, de
tal modo que cuando un convento quedaba arruinado, la cofradía que tenía sede en
él, se trasladaba a la parroquia correspondiente: en el caso de los Dolores del
Carmen a Santa María o en el de la Soledad de Mínimos de la Victoria a San
Bartolomé.
[9] Es un documento fechado el
día 10 de junio de 1811 que fue publicado en el periódico El Guadalquivir del
año 1926.
[10] Libro de Cabildos de la
Cofradía de la Santa Vera Cruz de Andújar del año 1815 a 1830. Archivo de la
Cofradía de la Santa Vera Cruz de Andújar.
[11] Este expolio no fue
exclusivo de nuestra ciudad, sino que fue un plan sistemático que afectó a toda
España. Napoleón pretendía crear un enorme museo con las obras de arte robadas.
Nuestra nación tenía fama de haber tenido excelentes pintores y ese fue el
principal objeto de deseo de las tropas napoleónicas, que inventariaron las principales
obras de nuestros pintores del barroco con el fin de seleccionar aquellas que
merecían por su calidad formar parte de ese museo. Asimismo, la plata de muchas
iglesias y conventos fue requisada para fundirla y llevarla hasta la costa para
recalar en el territorio francés.
[12] Es evidente que cuando se
escondían estos objetos era porque eran simplemente robados. A pesar del celo
de este alcalde del Santo Sepulcro, probablemente amenazado cuando no
torturado, tuvo que decir dónde escondía las insignias de su cofradía.
[13] Quiere decir que se habían
hundido en parte y agujereado los tejados.
[14] Libro de Cabildos del año
1815 a 1830. Archivo de la Cofradía de la Santa Vera Cruz de Andújar.
[15] Gazeta de la Regencia de
España e Indias del martes 13 de Marzo de 1810, pág. 3, Cádiz.
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