En esta quinta entrada acerca de la Solemne Eucaristía de Presentación del Sagrado Lignum Crucis, Titular de la Cofradía de la Santa Vera-Cruz andujareña, publicamos en este blog oficial de la Cofradía el artículo contenido en nuestro Boletín Anual que ha sido escrito por Don Javier García Martín, cofrade de la Vera-Cruz de Zamora. Os dejamos con esta hermosa reflexión de nuestro hermano en la veneración de la Cruz desde la que Cristo nos redimió.
Tocar lo que se ama
Escribió el poeta Jesús Hilario Tundidor que tocar lo que se ama es transformarse, es convertirse en el amado y más: crecer la vida. Al moldearlo Dios imprimió la debilidad en los adentros del hombre, la incredulidad discurriendo por las venas, el esfuerzo que requiere la fe. Al igual que aquel dedo tembloroso de Santo Tomás que pintó magnífico Caravaggio hendiéndose en la herida abierta, todo hombre necesitar tocar, necesita ver, ponerle nombre, olor, tacto, acotar la realidad en unos versos, el universo en el rincón de una capilla a media luz.
El hombre nació con la duda cosida a la comisura de los labios, pendiendo de las pestañas, oprimiendo el corazón. Y no tardó en aprender a dibujar, a moldear el barro, a tallar la madera, a darle dimensiones concretas a un Dios al que nunca había visto pero siempre había imaginado. Con la imaginería religiosa la identificación es tan auténtica que el hombre ha conseguido sentirse ante Dios o ante su Madre delante de una talla en madera. Tenemos, como cofrades, a nuestras imágenes titulares, y les contamos, les pedimos, les ofrecemos y nos aprendemos de memoria sus facciones porque las reconocemos como ciertas, porque en verdad adivinamos vida en sus ojos de pasta vítrea, calor en la fina capa de estuco policromado, el último aliento derramándose desde la llaga en el costado barroco de algún crucificado.
Paralela a estas representaciones, más o menos complejas dependiendo del periodo artístico, discurrió la adoración de los cuerpos santos, de sus objetos personales, de cualquier bien tangible que hubiera estado en contacto. El hombre, aunque en la fortaleza de su fe, necesitó aportar evidencia al núcleo de sus creencias.
Y entonces se inventaron, o llegaron, las reliquias, enigmáticos pedacitos de materia inerte a través de los cuales el hombre consigue sentirse más próximo a lo que representan o de lo que forman parte. Las reliquias de la Cruz a la que murió clavado Jesucristo han sido desde hace siglos de las más pretendidas, así la razón nos hace entender que si juntáramos todas las astillas del “Lignum Crucis” que emergen como banderas a lo largo y ancho del planeta podríamos construir cien o doscientas cruces.
Sin embargo esto no quita importancia ni condiciona en ningún momento la reverencia que mostramos ante ellas porque lo primordial es lo que representan y su utilidad última que es la de ser conductor hacia el objeto representado. A lo largo de los siglos nuestros antepasados han venerado el Santo Leño en el que fue crucificado el Señor porque a través del martirio de la Cruz redimió los pecados de la humanidad. Nuestros mayores han estampado besos y musitado oraciones sobre las reliquias de la Cruz que pueblan nuestro entorno porque a través de ellas se sentían más cerca de Cristo, porque alcanzaban casi a tocar lo intangible, a escuchar lo inaudito.
Se erigieron ermitas, se fundaron cofradías, a la Cruz, siempre a la vera de la Cruz, el árbol más fértil de cuantos escoltan el sendero de la vida, la sombra más grande, el mejor fruto, la bandera que ondea para todos, sin excluir a nadie. Palpando, rozando, besando una reliquia de la Cruz estamos tocando lo que se ama y eso nos transforma: nos convierte en el amado, nos llena de Él, y más: crecemos en la vida.
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