jueves, 22 de diciembre de 2016

TEMPUS ADVENTI REDENTORIS MUNDI


Juan Carlos Moreno Almenara
Hermano Mayor de Cofradía de la Santa Vera-Cruz, de Andújar
 
  


Se conoce como tiempo de Adviento al primer periodo del año litúrgico cristiano. Es el tiempo en el que recordamos y conmemoramos la primera venida de Cristo y por este recuerdo se dirigen las mentes hacia la expectación de la segunda venida de Cristo al fin de los tiempos.
 
Jesucristo es la luz del mundo que viene a nosotros y nuestro corazón lo busca, lo anhela y lo espera.
 
 
Con la primera venida, Dios Padre lleno de misericordia nos envía a Jesús su Hijo para que libere al ser humano de la esclavitud del pecado, con su pasión y muerte en la cruz.
 
Desde su resurrección y posterior ascensión a los cielos esperamos la “Parusía”, su vuelta, aunque el evangelio nos dice que nadie sabe ni el día ni la hora en la que sucederá.
 
 
Su duración no ha sido siempre la misma, en el cristianismo primitivo era conocido este tiempo como la “cuaresma de San Martín”, comenzaba el 11 de noviembre y duraba hasta Navidad, fue el papa San Gregorio I el Magno (590-604) el que lo redujo de seis a cuatro semanas, tal y como hoy lo celebramos. Actualmente su duración abarca desde la festividad de Cristo Rey, último domingo del año litúrgico, hasta la Natividad del Señor y la integran los cuatro domingos anteriores al día 25 de diciembre.
 

Sigue teniendo todo el contenido espiritual de los primeros tiempos, es tiempo de arrepentimiento y de penitencia, aunque también de esperanza y tenemos la obligación de prepararnos espiritualmente para la celebración del nacimiento de Cristo.

 
Por eso la Iglesia nos urge en este tiempo, que al igual que en estas fechas preparamos la casa, la limpiamos y la adornamos para recibir con alegría al Señor que viene, limpiemos nuestra alma, que es templo del Espíritu Santo por el bautismo, de la suciedad del pecado y llenos de fe pidamos al Dios de la Misericordia mediante la oración que venga de nuevo a nosotros que lo esperamos llenos de esperanza, de amor, de paz, de gozo y  de alegría.
 
Todas la Iglesias Cristianas celebran este acontecimiento aunque cada una con sus ritos litúrgicos propios.
 
 
En la Iglesia Católica Romana su celebración va asociada a la Corona de Adviento hecha de ramas de pino o abeto en cuyo centro se sitúan cuatro velas que se irán encendiendo paulatinamente cada domingo hasta la Navidad. La liturgia al igual que en Cuaresma cambia, el color del Adviento es también el purpura o morado que nos llama a la conversión y a la penitencia, en la misa no se recita el Gloria ni el Aleluya, las lecturas bíblicas versan sobre los profetas Isaías y Jeremías, Juan el Bautista “una voz grita en el desierto…” y María la Madre de Dios. En la primera semana se nos anuncia el final de los tiempos, en la segunda se nos llama a la conversión, la tercera semana es la de la alegría por el Señor que llega y la cuarta se centra en la figura de María la Madre de Dios que es modelo de esperanza para la humanidad entera.
 
La Corona de Adviento es el primer anuncio de la Navidad, tiene forma circular porque el círculo no tiene principio ni fin, es señal del Amor de Dios que es eterno y también de nuestro amor al Señor y al prójimo.
 
Para confeccionarla se usan ramas verdes de árboles de hoja perenne, habitualmente pino, abeto, ciprés, laurel etc., porque verde es el color de la esperanza y la vida, y Dios quiere que busquemos su gracia, el perdón de nuestros pecados y la gloria eterna al final de nuestros días. Se suele adornar con manzanas rojas, frutos de Jardín del Edén y símbolo del pecado de Adán y Eva. Un lazo de color rojo envuelve las ramas formando la corona que simboliza nuestro amor a Dios y el amor que Él nos devuelve.
 
En el centro de la corona se sitúan cuatro velas que se van prendiendo semana a semana en los cuatro domingos de adviento con una oración especial para cada una de ellas. La oscuridad es provocada por el pecado que ciega al hombre y lo aleja de Dios que es la Luz. Las tinieblas se van disipando con cada vela que encendemos. Tradicionalmente tres suelen ser moradas y una rosada que se enciende el tercer domingo de Adviento, llamado de “gaudete” o de la alegría, debido a la primera palabra del introito de la Santa Misa, el color litúrgico de ese día es el rosa como signo de gozo y se invita a los fieles a alegrarse porque el Señor ya está cerca. También suelen utilizarse velas con los colores litúrgicos, verde, rojo, morado y blanco.
 



 
En algunos lugares, todas las velas se sustituyen por velas rojas que simbolizan, la primera el amor, la segunda la paz, la tercera la tolerancia y la cuarta la fe y en la noche de Navidad, en el centro, se coloca una vela blanca o cirio que simboliza a Cristo como centro de todo cuanto existe.
 

 
El segundo anuncio de la Navidad viene simbolizado por el Árbol de Navidad que es el árbol de la vida y del universo que hunde sus raíces en el reino de los muertos y a través de la copa asciende hacia el Reino de los Cielos en cuya cúspide brilla la Estrella de Navidad símbolo de la Luz que es Dios.  Este árbol en Cuaresma se transformará en el  Árbol de la Cruz de la que penderá Cristo para la salvación del mundo. Y en Pascua de Resurrección será el Árbol de Mayo que reverdece a la vida después de haber sido regado con la sangre vivificadora del Salvador.
 
 
 
Varias son las festividades que se conmemoran en este tiempo de Adviento, entre las que destacan dos de marcado carácter hagiográfico dedicadas a San Nicolás de Bari y a Santa Lucía de Siracusa y otras dos de carácter plenamente mariano dedicadas a la Santa Madre de Dios: las de su Pura, Limpia e Inmaculada Concepción y la de la Expectación del Parto.
 
SAN NICOLÁS DE MYRA O DE BARI 
 
San Nicolás nació alrededor del año 270 en Patara provincia romana de Licia (actual Turquía), en el seno de una familia cristiana acomodada, parece ser que su padre pudo ser zapatero, como era normal fue educado en la fe y destacó por su carácter piadoso y generoso, pues a la muerte de sus progenitores repartió su herencia entre los pobres necesitados y se fue a vivir a Myra capital de esa provincia donde fue consagrado obispo, fue un destacado miembro del concilio de Nicea y defensor de la naturaleza divina de Cristo. Murió en Myra el 6 de diciembre de 343, no sin antes realizar diversos milagros entre ellos “el de conseguir que tres muchachas cuyo padre había caído en la más absoluta miseria tuvieran que prostituirse para sobrevivir, dejó caer por la chimenea unas monedas de oro que milagrosamente cayeron en unas medias de lana que las jóvenes habían dejado secando”, de aquí se supone la tradición actual de colgar calcetines tejidos de lana para recibir los regalos de Navidad. Se le atribuye también el milagro de interceder ante Dios por tres niños que habían sido sacrificados por un hostelero que no tenía nada para dar de comer a unos clientes, siendo inmediatamente devueltos a la vida, saliendo ellos mismos por su propio pie  de la cubeta donde estaban muertos.
 
 
Se le representa ya anciano con el cabello y barba blancos, con vestiduras, mitra y báculo de obispo en una mano y en la otra los Evangelios y sobre ellos tres manzanas, a sus pies una cubeta de la que salen tres niños desnudos.
 
Azulejo de San Nicolás de Bari sobre el arco de entrada a la Plaza de abastos desde la Plaza de Rivas Sabater, lugar en el que estuvo emplazado nuestro convento de Franciscanos. Azulejo perdido en la actualidad, como tantos otros bienes de nuestro patrimonio andujareño.
 
No será hasta el siglo XIII, después del traslado de  sus reliquias a Bari en Italia, cuando su devoción se extiende por toda Europa. Ya en el siglo XV existía la costumbre de poner zapatos en las iglesias en la víspera del 6 de diciembre con el fin de obtener dádivas de los pudientes que eran repartidas entre los pobres el día de su festividad.
 
En el siglo XVI esta costumbre se convierte en familiar imponiéndose el poner los zapatos junto a la chimenea para recibir dulces y regalos el día de San Nicolás. Esta fiesta siempre estuvo muy arraigada en los Países Bajos donde recibe popularmente el nombre de “Sinter Klass” abreviatura en holandés de Sint-Nicolaas. En Alemania, Austria y Suiza recibe el nombre de Santi Klaus, abreviatura en alemán de Santi Nikolaus.
 
En el siglo XVII los holandeses fundaron en Norteamérica la colonia de Nueva Amsterdam, actual Nueva York, llevando con ellos la devoción a San Nicolás y su fiesta del Sinter Klass, donde fue adaptado al inglés como Santa Claus. Hasta mediados del siglo XIX se le representaba en todas partes vestido de obispo con alba y guantes blancos, capa, estola y mitra rojas, báculo en una mano y cabellos y barba largos blancos.
 
No sería hasta 1863 cuando el San Nicolás/Santa Claus estadounidense adquirió su actual fisonomía, dejando de hacer regalos el 6 de diciembre para hacerlo la noche de Navidad, pasando pronto a la Inglaterra victoriana, de ahí a Francia donde adquirió el nombre de Père Noël/Papa Noel y de aquí se extendió por toda Europa y el resto del mundo.
 
SANTA LUCÍA DE SIRACUSA, MARTIR Y VIRGEN
 
Santa Lucía fue una mártir cristiana que padeció martirio en tiempos del emperador Diocleciano. Es venerada por las iglesias católica, ortodoxa y luterana.
 
Imagen de Santa Lucía que recibe veneración en la Parroquia de
San Miguel Arcángel, de Andújar
 
Nació en Siracusa en el año 283, era hija de padres ricos y nobles, parece ser que se llamaron Lucio y  Eutaquia, su padre murió joven, siendo Lucía aún muy niña, pronto abrazó el  cristianismo, consagró su vida a Dios e hizo voto de virginidad.
 
Comprometida, por su madre, a casarse con un joven pagano, ésta se negó al matrimonio, por lo que fue acusada por su pretendiente ante el procónsul Pascasio, que le ordenó hacer sacrificios a los dioses, a lo que Lucía se negó, fue torturada y le sacaron los ojos de sus órbitas, pero, aún, así siguió viendo, por lo que finalmente fue decapitada conforme a la ley romana el 13 de diciembre de 304 en su ciudad natal de Siracusa. Fue sepultada en el mismo lugar de su martirio, donde en el año 313 se erigió un santuario dedicado a ella.
 
Imagen de Santa Lucía que recibe veneración en la Parroquia de
San Miguel Arcángel, de Andújar
 
Su nombre significa “la que porta la luz”, es abogada de las enfermedades de la vista, y patrona  de los sastres, modistas, afiladores y cortadores. Se la representa  con una bandeja en una mano, en la que lleva los ojos y en la otra la palma del martirio y una espada.
 
Si bien su culto es muy antiguo, su fiesta que se extiende por toda Europa, se remonta a la Edad Media, fue introducida en los siglos XVI y XVII en los países escandinavos, donde aún hoy está muy arraigada, sobre todo en Suecia y Finlandia, en donde en la mañana del 13 de diciembre, niños y niñas salen a las calles en cortejos donde se cantan canciones tradicionales, las niñas se visten de “lucía” llevando un vestido largo de blanco inmaculado y una corona con siete velas en la cabeza, y los niños  un sombrero coronado por  una estrella  que anuncia la próxima Navidad.
 
Imagen de Santa Lucía que recibe veneración en la Parroquia de
San Miguel Arcángel, de Andújar
 
“Santa Lucía que de la luz recibiste tu nombre, a Ti confiadamente acudo, para que me alcances la luz celestial que me preserve del pecado y de las tinieblas del error. También te imploro me conserves la luz de mis ojos, si Dios es servido.          Haz Santa Lucía, con estas oraciones, que a la hora de mi muerte, pueda gozar finalmente de vos en el Cielo viendo la Luz eterna de Dios”. Amén.
 
CONCEPCIÓN DE LA MADRE DE DIOS
 
La Inmaculada Concepción es el dogma de fe que declara que por una gracia singular de Dios, María fue preservada de todo pecado desde su concepción.
 
La concepción es el momento en el cual Dios crea el alma y la infunde en la materia orgánica precedente de los padres. La concepción es el momento en que comienza la vida humana.
 
Inmaculada Concepción de la Virgen María
venerada en el convento de Madre Trinitarias,
de Andújar
 
El dogma declara que María quedó preservada de toda carencia de gracia santificante desde que fue concebida en el vientre de su madre Santa Ana. Es decir María es la llena de gracia desde su concepción.
 
Nuestra Señora de los Dolores durante la celebración de la
Octava de su Inmaculada Concepción
en este Año de Gracia de 2016
 
Si bien los textos sagrados no nos dicen nada claro al respecto, su fundamento bíblico se deduce de textos contenidos en  los libros del Génesis (Gen. 3: 15) Evangelio de Lucas (Luc. 1: 28) y Apocalipsis (Apc. 12: 1).
 
Nuestra Señora de los Dolores durante la celebración de la
Octava de su Inmaculada Concepción
en este Año de Gracia de 2016
 
La creencia de que la Virgen María nunca tuvo pecado, ni siquiera el original, existe desde los primeros siglos del cristianismo. San Ireneo de Lyon, jurista romano convertido al cristianismo en el siglo II escribió refiriéndose al pecado original “El nudo de la desobediencia de Eva quedó suelto por la obediencia de María”.  María se convierte así en la nueva Eva y, en palabras de San Pablo, Cristo en el nuevo Adán, sobre los que se crea la nueva humanidad.
 
Una oración compuesta por San Efrén de Siria en el siglo IV reza así:
 
“Ciertamente Tú (Cristo) y tu madre sois los únicos que habéis sido completamente hermosos, pues no tenéis defecto ni mancha alguna”.
 
Nuestra Señora de los Dolores durante la celebración de la
Octava de su Inmaculada Concepción
en este Año de Gracia de 2016
 
En el XI Concilio de Toledo reunido en la basílica de Santa María en el año 675, el rey visigodo Wamba ya era titulado defensor de la Purísima Concepción de María.
 
Aunque no sería hasta el siglo IX cuando se introduciría en occidente la fiesta de la Concepción de María procedente de la iglesia oriental. Fiesta que había sido fijada para el 8 de diciembre, nueve meses antes de la fiesta de la Natividad de María que se celebraba el 8 de septiembre desde el siglo VI.
 
Hacia 1128 el monje Eadmero de Canterbury escribe el primer tratado de defensa del posterior dogma. Aunque también es cierto que hubo cristianos destacados, en incluso santos como San Vicente Ferrer o Santo Tomás de Aquino, que mostraron alrededor de este dogma algunas dudas de carácter teológico. Aunque éstas fueron despejándose a lo largo de siglos de estudio y debate.
 
En el siglo XIII se estableció un extenso y polémico debate entre los franciscanos que fueron muy fieles a la creencia de la Concepción Inmaculada de María cuya representación solía presidir los templos franciscanos y a cuyo arraigo y extensión por todo el mundo contribuyeron,  y los dominicos detractores acérrimos de esta creencia.
 
Nuestra Señora de los Dolores durante la celebración de la
Octava de su Inmaculada Concepción
en este Año de Gracia de 2015
 
Al principio del siglo XIV el beato franciscano Juan Duns Escoto, inspirado en algunos teólogos del siglo XII y por el mismo San Francisco de Asís, ferviente defensor de este dogma, brindó la clave para superar las objeciones, contra la doctrina de la Inmaculada Concepción de María.  Sostuvo que Cristo, el mediador perfecto, realizó precisamente en María el acto de mediación más excelso: Cristo la redimió “preservándola” del pecado original. Se trata de una forma de redención aún más admirable: no por liberación del pecado, sino por preservación del pecado.
 
En 1483 el papa Sixto IV extiende la fiesta de la Concepción Inmaculada de María a toda la iglesia de occidente.
 
Desde 1644 es fiesta de guardar en todos los territorios que formaron parte de la Corona Española de la que fue declarada patrona y protectora y durante su celebración los sacerdotes tienen el privilegio de vestir casulla azul. El primer templo dedicado a la Inmaculada Concepción en España fue el del monasterio de los jerónimos de Granada en 1504. Y el primero de la diócesis jiennense fue el convento de trinitarias de Andújar fundado el 8 de diciembre de 1587.
 
En 1708 el papa Clemente XI la declara fiesta de guardar en toda la iglesia católica. Aunque no será hasta el 8 de diciembre de 1854 cuando el papa Pio IX defina sin dejar lugar a dudas el dogma de la Inmaculada Concepción de María en la bula “INEFFABILIS DEUS”.
 
Nuestra Señora de los Dolores durante la celebración de la
Octava de su Inmaculada Concepción
en este Año de Gracia de 2015
 
“Tota pulcra” el un himno del siglo IV en el que se dice ya expresamente que “en ti no hay mancha original”.
 
“Tota pulcra es María, et maculata originalis non est in te.
 
Tu gloria Ierusalem. Tu laetitia Israel.
 
Tu honorificentia populi nostri. Tu advocata  peccatorum.
 
O Maria, Virgo prudentissima, Mater clementissima: Ora pro nobis.
 
Intercede pro nobis  ad  Dominum Iesum Christum“.
 
Sine Labe Concepta de nuestra Hermandad
conteniendo la reliquia de sangre de San Pío IX,
pontíficie que definió y declaró el Dogma de la
Inmaculada Concepción de la Siempre Virgen María
 
 
EXPECTACIÓN DEL PARTO DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA
 
Esta advocación se relaciona con el tiempo en que la Santísima Virgen vive su embarazo esperando el nacimiento de Jesús.
 
La  fiesta fue instituida por los padres del X concilio de Toledo en el año 656, reinando Recesvinto en Hispania y en tiempo de San Eugenio tercer obispo de Toledo, quienes la fijaron para ocho días antes de la Navidad o sea el 18 de diciembre. La razón que se dio para fijar esta festividad litúrgica  fue que como la fiesta de la Anunciación de Nuestra Señora el 25 de marzo cae ordinariamente en tiempo penitencial de cuaresma o pascua en el cual está la iglesia ocupándose en otras ceremonias, lo que impide celebrarla con toda la solemnidad y regocijo que merece, se imponía esta segunda fiesta para dar realce al misterio de la Encarnación del Verbo. ¿Y qué mejor tiempo para esta celebración que el adviento, que está lleno de regocijo de la esperanza gozosa del nacimiento del Salvador? El tiempo de Adviento es definitivamente un auténtico mes de María, pues gracias a Ella y a su “FIAT” dio paso a la plenitud de los tiempos, y podemos y debemos prepararnos para recibir a Cristo que vuelve a nosotros.
 
Nuestra Señora de la Esperanza,
venerada por su Cofradía en
Santa María la Mayor, de Andújar.
Vestida para su fiesta del Dogma
en el Año de Señor de 2010 
 
Fue confirmada esta fiesta por San Ildefonso sucesor de San Eugenio  mandando además que se llamara también “La Expectación del Parto de la Santísima Virgen”, si bien era conocida popularmente por el día de Santa María.
 
Se le impuso así mismo el nombre de la fiesta de la O, surgiendo la advocación de Nuestra Señora de la O, porque durante esta octava se cantan en sus vísperas las antífonas mayores del Magnificat que empiezan por O Sapientia… O Adonai… O Enmanuel…, exclamación de gozo y deseo. Con el tiempo, la religiosidad popular relacionó la “O” con el avanzado estado de embarazo de la Virgen para esta fecha, cuyo vientre se mostraba redondo.
 
Nuestra Señora de la Esperanza,
venerada por su Cofradía en la Parroquia de
Santa María la Mayor, de Andújar
 
Estado de buena esperanza que también dió lugar a la advocación de Nuestra Señora de la Esperanza, porque la Virgen lleva en su vientre al “MESIAS” que había sido esperado por los Patriarcas, los Profetas y todo el pueblo de Israel desde el momento de la caída de nuestros primeros padres en la esclavitud del pecado (Gen. 3,15).
 
Esta festividad debe estimularnos a recibir con esperanza y alegría el tiempo de Navidad que se acerca, en la que los fieles evocamos y esperamos el nacimiento del Salvador.  

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