jueves, 29 de diciembre de 2016

VII EXALTACIÓN DE LA NAVIDAD

Escrita y procalamada por don Francisco José Moreno Almenara
para la Cofradía de Ntro. Padre Jesús Nazareno
y Ntra. Sra. de la Estrella 
 
y pronunciada, en la noche del 17 de diciembre de 2016
en el Salón Parroquial de Ntra. Sra. de la Paz,
de Marmolejo (Jaén)
 


Mirad cómo tiene frio,
mirad cómo rompe en llanto
y cómo busca cobijo
en el maternal regazo
este Niño de Dios Hijo
despojado de su rango,
que así viene a redimirnos
y a morir crucificado
por librarnos del estigma
del primigenio pecado.
Mirad cómo en este Niño
lo divino se hace humano.
 

Reverendo Sr. Cura Párroco D. Miguel Ángel  Jurado Arroyo, Señora Presidenta de la Hermandad de Nuestro Padre Jesús Nazareno y Virgen de la Estrella Dª Josefina Centeno Galera y demás miembros de la Junta de Gobierno de la Hermandad, hermanos y amigos todos.
 
 
Gracias en primer lugar a nuestro Párroco D. Miguel Ángel, por su paciencia y por estar siempre que lo necesito. Gracias también a Josefina y a su Junta de Gobierno por la confianza que han depositado en mí para que se a exaltador de esta Navidad, gracias a Manolo Almansa por su presentación y por supuesto gracias a todos vosotros, familiares y amigos que hoy me acompañáis.
 
 
Navidad, tiempo de sosiego, de tranquilidad del alma, son días de reflexión, de conocernos más y mejor a nosotros mismos.
Navidad es festejar el nacimiento y la llegada de Jesús a la tierra, el día en que nació, nació una esperanza para el mundo entero.
            La alegría de los adornos y de los regalos  esconde  el misterio de la humildad de Dios que nos invita  a la calma y a la sencillez. Roguemos al Señor a que nos ayude a atravesar con la mirada   las paredes deslumbrantes de este tiempo hasta encontrar detrás de ellas al Niño en el establo de Belén, para descubrir así la verdadera alegría y la verdadera luz.
Navidad no es la celebración de una fecha, sino la de un hecho, el nacimiento del Salvador, evento absolutamente decisivo en la historia de la humanidad.
            Este hecho fue de tal magnitud que todo el cielo lo celebró como nos dice San Lucas 2, 13-14 “De pronto en torno al ángel, apareció una legión del ejercito celestial que alababa a Dios diciendo: <<Gloria a Dios en el Cielo, y en la tierra Paz a los hombres de buena voluntad>>”.
            El Nacimiento de Cristo no fue el nacimiento ordinario de un hombre ordinario. Fue el nacimiento de la persona más extraordinaria de la historia, un hijo nacido de una virgen por medio de la concepción divina sin tener un padre humano.
            El nacimiento de Jesucristo fue la encarnación de Dios mismo, es decir, el mismo Dios se hace hombre.
 
            El nacimiento de un niño no sólo es alegría de sus padres y de su familia, sino también de la Iglesia. Jesús sentía predilección por los niños y solía rodearse de ellos. A la gente y a sus discípulos les señalaba a ellos como modelos para entrar en el reino de los cielos.
            Pero sobre todo es alegría para la Iglesia porque ellos son el futuro, la esperanza que sigue floreciendo.
            El niño que contemplamos en el nacimiento es el mismo hombre adulto que años más tarde comenzará a anunciar la palabra de Dios, devolverá la vista a los ciegos e incluso resucitará a los muertos.     
            La Navidad se prepara en cada casa, en la parroquia, en cada rincón del mundo. 
Una de las cosas más entrañable en Navidad es la de poner el nacimiento o Belén con las diversas figuras que lo conforman. Esta tradición  empezó en el Siglo XIII cuando a San Francisco de Asís se le ocurre la idea de escenificar el nacimiento de Nuestro Señor con figuras vivas, llevando a cabo tal representación por primera vez en el año 1223 en una aldea de Italia –Greccio-.
Es en el Siglo XIV cuando los franciscanos difunden esta tradición por España, aunque en un principio el Belén quedó restringido exclusivamente  a los conventos.
Poco a poco, esta tradición fue penetrando  de manera admirable en el mundo cristiano hasta llegar a nuestros días.
De manera especial se vive este montaje de Belenes en Marmolejo, donde es tradición desde hace mucho tiempo empezar a hacerlos  en el puente de la Inmaculada.
Recuerdo la primera Navidad que yo pasé aquí en nuestro pueblo, fue en 1985, me sorprendió gratamente ver los nacimientos tan grandes, con figuras de barro y con casas y puentes hechos de manera artesanal y que con tanto detalle ponían nuestros paisanos, los que más me sorprendieron fueron los de nuestro sacerdote “Manu”, el de Sebas, o el del primo Marcelino, tradición que en este último caso continua en su hijo Antonio Javier.
Nada que ver con el que poníamos en mi casa, hecho con serrín y un río de papel de aluminio, y que,  aunque tenía muchas figuras, estas  eran pequeñitas y de plástico.
 
Cuando unos años después, Dolores y yo nos trasladamos a vivir a Marmolejo junto con nuestra hija Sonia,  empezamos poco a poco a formar nuestro propio Belén con  figuras de escayola que pintábamos a mano en  muchas noches de robar horas al sueño, aunque la satisfacción que sentíamos cuando lo veíamos puesto lo compensaba todo. También recuerdo que junto a este Belén ponía el de figuritas de plástico que había en casa de mis padres, ya que siendo pequeño mi hijo Francisco José, este se pasaba muchas horas delante del mismo  jugando con los pastores y los Reyes Magos moviéndolos de un lado a otro, añadiéndole él una gran colección de animales de todo tipo que tenía, no había un día de Navidad en que el Belén estuviese de la misma manera.
Lo cierto  es que nos tiene que dar igual que el Belén sea de plástico, de barro o de escayola, que las figuras sean grandes o pequeñas, que sean artísticos, raros o barrocos …  lo importante es que en cada una de nuestras casas haya uno, que en estas fechas el Niño Jesús esté en nuestros hogares ocupando un lugar privilegiado. El Belén es el mejor catecismo que podemos dar a nuestros pequeños.
Cuando vemos un nacimiento con la Virgen, José y el Niño Jesús, contemplamos a la Sagrada Familia; en ese momento,  todos pensamos en nuestra madre que nos dio a luz, y en nuestro padre. Todos pertenecemos a una  familia humilde que sabe de necesidades y que las cosas se consiguen con esfuerzo. Nuestros padres se preocuparon de mantener la familia y de nuestra educación. En efecto, la misión de los padres no consiste sólo en tener hijos, sino también en educarlos desde su nacimiento y sobre todo educarlos en la fe de Dios.
            Parémonos un rato ante el Misterio, y miremos la cara angelical de ese Niño hijo de Dios, la cara maternal de María como llena de amor mira a su Hijo, y veamos a San José, a ese padre bueno que protege y ama a su familia.
            La Virgen María es modelo incomparable de evangelización, pues no comunicó al mundo una idea, sino al mismo Jesús, el Verbo encarnado.
            Confiemos en la maternal intercesión de María, Madre de Jesús y madre nuestra, para que nos ayude en esta Navidad ya muy cercana a reconocer en el rostro de nuestro prójimo la imagen de Dios hecho hombre, invoquémosla con confianza para que la Iglesia anuncie también a nuestro tiempo a Cristo Salvador.
 
Y confiemos también en la intercesión de San José, carpintero en Nazaret y ejemplo de humildad, obediencia y confianza en Dios, que  aceptó que el hijo que esperaba María era obra del Espíritu Santo, cuidando y amando a ambos hasta su muerte.
NAVIDAD ES ESPERANZA:

            Salmo 62. “Descansa sólo en Dios, alma mía
                                   porque Él es mi esperanza;
                                   sólo Él es mi roca y mi salvación
                                   mi alcázar:  no vacilaré”
La Navidad es un acontecimiento  lleno de esperanza, de gozo y de alegría. El Mesías prometido nació y vivió entre nosotros para traernos salvación y la esperanza de un mundo mejor.
Dios viene a habitar con los hombres, elige la tierra para estar junto a nosotros.
La presencia de Dios en medio de la humanidad no se da en un mundo ideal, sino en este mundo real, marcado por cosas buenas y malas. Él ha elegido habitar en nuestra historia así como es, con todo el peso de sus límites y de sus dramas. Haciéndolo así ha demostrado de forma insuperable su inclinación misericordiosa y llena de amor hacia las criaturas humanas.
            La Navidad es la prueba de que Dios se ha puesto del lado del hombre de una vez y para siempre, para salvarnos de nuestros pecados.
Él sigue con nosotros,  nos llama a seguirle, nos invita a compartir nuestro amor con el que sufre, con el que llora y gime de dolor, con el que está perdido y abandonado, con el que no tiene ninguna posibilidad de esperanza. Debemos proclamar todos los días que nuestra esperanza está en el Señor Jesucristo y en nadie más. Que esa esperanza surge de nuestra fe en Dios todopoderoso y se nutre en la experiencia cotidiana con él y con nuestro prójimo.
            Debemos de tener fe en  la esperanza  de que las promesas de Dios serán cumplidas.
            Todos hemos pasado por momentos en nuestra vida con problemas familiares, médicos o laborales en lo que hemos perdido un poco la Fe y la esperanza en que estos problemas se solucionen.
            Muchas veces buscamos soluciones sin encontrarlas y cuando nos vemos agobiados y sin ilusión buscamos a Dios. Él se convierte en la súplica de nuestro último recurso. Después de haber agotado  todas las otras opciones, vamos a Dios, lo buscamos en la oración y Él siempre está allí, esperando pacientemente como ese Padre bueno que espera a sus hijos. Pero es aquí cuando nos equivocamos, Dios no debe ser nuestro último recurso, debe ser el primero. Debemos ir a Él antes que a nadie, y nuestra esperanza no debe estar en un resultado específico, nuestra esperanza está en Dios propiamente.  Debemos confiar en que Él hará lo que es mejor, y eso puede que no sea lo que nosotros esperamos o deseamos, pero lo que si podemos asegurar siempre es que Dios proveerá su fe para nosotros y que nunca nos decepcionará.
 
NAVIDAD ES AMOR:
Salmo 116       Amo al Señor, por que escucha
                                    mi voz suplicante,
                                    porque inclina su oído hacia mí
                                    el día que lo invoco”

Navidad es compartir el amor que sientes con tus familiares y amigos.
El amor es parte de nuestro ser, que se hace realidad cuando se hace presente.
En Navidad celebramos el regalo más grande dado a la humanidad, el amor de un Padre que entrega a su Hijo para salvarnos a todos.
            Dios mandó a su Hijo con nosotros hace más de dos mil años, y aquí se quedó, Él nos sigue amando, Él con su amor nos regala cada día un día nuevo para olvidar el resentimiento y los agravios, para darnos a los demás y compartir con ellos todo lo que tenemos.
            El camino del amor es dar sin esperar recibir, amar sin expectativas y sin buscar reciprocidad ni compensación.
            Antes he dicho que no hay amor más grande que el del Padre que entrega a su Hijo, pues bien, creo que ese amor los que hoy estáis aquí y sois padres y madres lo conocéis, el amor incondicional que damos a nuestros hijos sin esperar nada a cambio, ese es el mismo amor que Dios nos da a nosotros por ser hijos suyos.
Muchas veces podemos pensar que el motivo que mueve a Dios a hacerse hombre fue el pecado, pero el verdadero motivo fue el amor; no pudo ser el pecado porque de una causa tan horrible como el pecado, no podría brotar un efecto tan extraordinario y generoso como es la Encarnación del Hijo de Dios.
            La causa fue el amor; y la ocasión para que Dios manifestara una vez más ese amor que le desbordaba su corazón fue el pecado de los hombres. Quiso por puro amor y sin estar obligado a nada, salir a la reconquista del hombre, pues Él había venido a salvar a los pecadores.
            No hay nada más hermoso, urgente e importante que volver a dar gratuitamente a los hombres lo que hemos recibido gratuitamente de Dios. ¡EL AMOR¡
 
 
NAVIDAD ES JUSTICIA:

                        Salmo 82         “Proteged al desvalido y al huérfano
                                               haced justicia al humilde y al necesitado.
                                               defended al pobre y al indigente,
                                               sacándolos de la mano del culpable”                                              

            Somos inmensamente afortunados, poseemos un techo que nos protege de la intemperie y de las inclemencias del tiempo, tenemos un sinfín de bendiciones que Dios nos da, y de las que ni nos percatamos, sin embargo olvidamos que en este instante, millones de personas están padeciendo la miseria, el hambre, el frio y la guerra.
En un mundo a menudo duro con el pecador e indulgente con el pecado, es necesario cultivar un fuerte sentido de la justicia, de la búsqueda y de poner en práctica la voluntad de Dios.
            La justicia de Dios es su santidad y su gracia. La justicia de Dios es su misericordia y su benevolencia. La justicia de Dios es su perdón.
            El tiempo de Navidad nos invita a dejar nuestro corazón abierto de par en par a la justicia. Esto es lo que nos dice la Navidad.
            Con Jesús el clamor de justicia se hace grito, porque Él se ha encarnado en todos los desposeídos de este mundo.
Jesús viene a darnos justicia, pero no viene para unos pocos privilegiados, viene para todos, especialmente para los que se sienten mal, para los más necesitados, para los enfermos, para los pobres, para los marginados, para los que se sienten solos y abandonados.
            Dios es justo y hará justicia en nuestra vida, Él se encargará de ayudarnos y de transformar las situaciones injustas que nos haya tocado vivir. No nos resignemos al desánimo porque tenemos a nuestro lado al Juez del mundo. Él estará con nosotros y nos hará justicia.
            Tal vez no podamos erradicar de golpe la injusticia, pero si contribuir para aliviar de alguna manera el sufrimiento de los menos favorecidos.
            Tenemos que obrar con equidad,  justicia, transparencia y honestidad, dejando que aflore nuestra verdadera esencia Divina.
            Si actuamos de esta manera estaremos predicando con nuestro ejemplo y haciendo lo que un día,  hecho hombre, hizo ese Niño al que hoy alabamos.
            Cuando hablamos de justicia, hay que hacer una mención especial tanto para las dos ONG’s de la Iglesia Católica,  Cáritas y Manos Unidas, así como para las vocalías de caridad de nuestras hermandades y cofradías que con un trabajo constante, silencioso y en muchas ocasiones mal visto, colaboran y contribuyen a paliar las necesidades de los más desfavorecidos.
 
 
NAVIDAD ES CATEQUESIS:

Salmo 34    “Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloria en el Señor
que los humildes lo escuchen y alegren.

Jesús nace para darnos la buena nueva, para enseñarnos que hay algo mejor, viene a darnos el Reino de su Padre.
Catequesis es transmisión de Fe, la de nuestro Párroco cuando predica o nos enseña con  la homilía, la de nuestros catequistas que a diario  se esfuerzan en enseñar y preparar a unos niños cada vez más sumergidos en un mundo material, donde priman más los regalos y la diversión que el amor a los demás o el amor a Dios,  o la catequesis que más me gusta a mí, la de los abuelos y abuelas que enseñan oraciones a sus nietos, cantan con ellos villancicos delante del Belén  y que acompañan por primera vez a estos a la Iglesia.
            Aprovechemos estas fechas para enseñar a todos lo que tenemos dentro, para que cómo en una catequesis magistral, abramos nuestro corazón, gritemos a los cuatro vientos nuestra Fe, gritemos que creemos en Jesús, en su venida, y sobre todo en su resurrección.
            Sintámonos orgullosos de decir que somos católicos, y hagamos de la vida de Jesús un ejemplo para guiar nuestra propia vida.
 

NAVIDAD ES ACCIÓN DE GRACIAS:

            Salmo 107       “Dad gracias al Señor
                                    por qué es bueno,
                                    por qué es eterna su misericordia”         
Somos rápidos para hacer nuestras peticiones, pero tardamos en dar gracias  a Dios por sus respuestas; porque Dios siempre responde a nuestras oraciones.
            Normalmente nos acercamos más a Dios para pedirle favores que para darle gracias por sus dones. Cuando nos llegan desgracias, acudimos a Él para pedirle ayuda y también para echarle en cara que nos tengan que suceder esas desgracias a nosotros.
Cuando las cosas nos van bien, no nos acordamos de Dios, no sabemos darle las gracias por estar bien. El mérito es nuestro y no tenemos por qué dar las gracias a nadie.
A pesar de los sinsabores de la vida, tenemos mil motivos para ser agradecidos con Dios, con el vecino, con la familia y con los amigos.
            No seamos como los diez leprosos del Evangelio de San Lucas (17, 11-19), que una vez curados sólo uno que era samaritano alabando a Dios a grandes gritos, se echó por tierra a los pies de Jesús dándole las gracias, preguntándose Jesús que si los diez habían quedado limpios, ¿cómo sólo uno volvió para dar gloria a Dios?
El caso es que ser agradecidos es importante, serlo en las cosas pequeñas, en casa, en el trabajo o entre amigos y también serlo en las cosas grandes, cuando hemos pedido ayuda y alguien nos ha sacado de una dificultad grave.
            Es muy importante ser agradecidos porque eso nos hace la vida más amable. Más  amable para quien recibe el agradecimiento porque se  siente apreciado y reconocido, y más amable para quién agradece, porque así reconocemos la importancia que tienen los demás en nuestra vida, y sentimos la alegría de poder contar con ellos.
            Pero sobre todo,  tenemos que ser agradecidos con Dios. Bien sabemos que Él es nuestro Padre y que somos fruto de su amor, pero a veces no nos acordamos, no le decimos que nos sentimos felices porque Él está con nosotros y nos acompaña siempre y nos da fuerzas para seguir adelante.
Tenemos que dar gracias por todas las bendiciones recibidas, por todo el amor que nos fue entregado y podemos sentir y expresar.
Gracias por nuestras familias y nuestros amigos.
Gracias por el don de la vida,  que Él nos dio y sólo Él nos quitará para llevarnos a su lado.
Gracias por su perdón, por su misericordia y por su protección.
Gracias por su amor y su verdad, por fortalecernos.
Gracias por la Eucaristía que es un sacrificio de acción de gracias al Padre, una bendición por la cual la Iglesia expresa su reconocimiento a Dios por todos sus beneficios, por todo lo que ha realizado mediante la creación, la redención y la santificación. Eucaristía significa ante todo acción de gracias.
 
Navidad es hacer un esfuerzo para que la paz que tanto cantamos y pronunciamos se haga realidad a partir de nuestro buen trato a los demás durante todos los días del año.
En ese sentido se puede decir que Navidad es cualquier día del año en que alguien se acerca a Dios.
Todavía hay muchas personas en nuestra sociedad que son despojadas de los beneficios que pertenecen a todos, y son excluidas del disfrute de las oportunidades económicas y sociales que en justicia le corresponden.
La Navidad tiene que ser un grito que llama a nuestros corazones para decirnos que eso no está bien, que eso no corresponde a una sociedad de gente que se considera buena y que habla de paz a los hombres y mujeres de buena voluntad, no olvidemos que el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene.
            Navidad eres tú cuando decides nacer de nuevo cada día y dejar entrar a Dios en tu corazón. Navidad eres tú cuando tus virtudes son colores que adornan tu vida. Navidad eres tú cuando iluminas con tu vida el camino de los demás con la bondad, la paciencia, la alegría y la generosidad.       Navidad eres tú cuando mandas al mundo un mensaje de paz y conduces a alguien al encuentro con el Señor. Navidad eres tú cuando das lo mejor que tienes sin importar a quién se lo das. Navidad eres tú cuando perdonas y restableces la paz con tu prójimo, más aún  cuanto más trabajo te cueste perdonar.
Es Navidad, deseemos la paz unos a otros, hagámoslo de corazón. Si lo hacemos de corazón no nos quedaremos sólo en palabras; si nos deseamos sinceramente la paz, cada uno pasará a su tarea pacificadora y nos convertiremos en constructores de la paz y de la justicia que le es inseparable.
Pidamos por cuantos tienen que vivir la Navidad en la pobreza, en el dolor,  en la soledad de la sociedad o  en la soledad de un hospital, por los enfermos y por los familiares que los acompañan; por los  familiares y amigos que viven en otros países o en otras ciudades  lejos de nosotros, para que aparezca ante ellos un rayo de la bondad de Dios, para que les llegue a ellos y a nosotros esa bondad que Dios, con el nacimiento de su Hijo en el establo ha querido traer al mundo.
 
Pidamos a Dios que la violencia sea vencida con la fuerza del amor, que la prepotencia se transforme en deseos de perdón, de justicia y de paz. Que los deseos de paz y amor que nos intercambiamos estos días lleguen a todos los lugares del mundo. Que la paz reine en nuestros corazones y  en nuestras familias para que pasemos la Navidad unidos ante el Belén.
El Niño a quien hace más de dos mil años adoraron los pastores en un pesebre en la noche de Belén, no se cansa de visitarnos en la vida cotidiana, todos los días ocurren milagros aunque nosotros enfrascados en la rutina y en los avatares de la vida diaria no seamos capaces de verlos.
Que importante es ser realmente creyentes. Como creyentes reafirmamos con fuerza en nuestra vida el misterio de la salvación que trae consigo la celebración de la Navidad en Cristo.
En Belén se manifestó al mundo la Luz que ilumina nuestra vida, se nos reveló el Camino que nos lleva a la plenitud de nuestra humanidad.
Los cristianos debemos reafirmar con profunda convicción la verdad del Nacimiento de Cristo para así dar testimonio de nuestra fe.
Una de las cosas a las que nos acerca la Navidad es a nuestra niñez. Todos guardamos en nuestro  corazón recuerdos entrañables de estas fiestas, bonitas sensaciones de nuestra infancia y juventud, Navidades que pasamos con nuestra primera familia, con nuestros padres y hermanos; como de niños ayudados de nuestra madre, adornábamos nuestra casa, como cantábamos ante el portal de Belén, y como al final de la Navidad, esperábamos con gran ilusión, ese único juguete que nos traían los Reyes Magos, único juguete que en muchas ocasiones teníamos que compartir con algún hermano. Sentimientos alegres y también tristes o nostálgicos ahora en nuestra madurez,  y en estos días volvamos a hacernos  niños. Ahora somos nosotros los que con nuestra nueva  familia, la que nosotros  hemos creado, adornamos nuestras casas, ahora somos nosotros los que enseñamos a nuestros hijos.
 
Hay muchas personas que dicen que no les gusta la Navidad porque les falta alguien muy querido. Es verdad que son  muchos  los que ya nos faltan, van quedando muchos huecos en torno a la mesa, pero vienen nuevas generaciones, van naciendo nuevas vidas y creciendo la familia con amigos y nuevos miembros.
 
Ahora más que nunca, recordemos a nuestro padre y a nuestra madre, a nuestros hermanos o a nuestros amigos que nos dejaron de forma prematura para reunirse con el Dios al que alabamos. Sintámonos felices aunque ya no estén a nuestro lado, porque ellos partieron para reunirse y esperarnos en la Casa del Padre. Recordemos los buenos momentos que pasamos junto a ellos, todo lo bueno que compartimos, y especialmente  pongamos en práctica lo mejor que nos enseñaron.
Celebremos de manera especial la Noche Buena, unámonos todos ante el Niño que nace, la Noche Buena es la fiesta de la familia.
Jesús ha nacido, ahora no son José y María los que buscan posada, es el mismo Dios el que la busca…. en nuestros corazones para que seamos fieles imitadores de su vida.
Pongamos manos a la obra y aportemos lo mejor de nosotros mismos para que todos los hombres y mujeres de nuestro mundo se sientan más dignos, amados y respetados. Sólo así nos podremos desear ¡¡¡Feliz Navidad!!!
Gracias.

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